Son tiempos nuevos, nunca vistos. Se supone que en los renacimientos surgidos tras todos y cada uno de los desastres ( bèlicos, sobre todo) se pensarìa igual, pero esta vez la gravedad viene acompañada de sentencia irreversible.
El mundo asuma con un bostezo diario, deambula por las pàginas del ùltimo tomo de la enciclopedia de la historia con la chicha calma de los vientos malditos que inmovilizan el velero que transporta las decisiones contundentes. Todas las novedades quedan en un “¿ sabes qué…?" sin más profundidad en el empeño de despertar del tedio de leer titulares y mirar para otro lado y buscando una adaptación en solitario, fácil y sin compromiso. Las maravillas, con sus nombres pomposos emergen encima de la pobreza obviando el principio del apoyo que da valor a la asociación, tal es la defensa conjunta. Hacen falta voluntades fuertes que promuevan el apoyo para que la solidaridad no desaparezca al mismo ritmo que lo hacen los árboles de maderas nobles o la pulcra nieve de los glaciares. Un olvido como este mata y abandona a los muertos en el camino.
Decía el poeta: ¡¡ Dios mío, què solos se quedan los muertos ¡!, a lo que habrìa que anticipar la soledad del que espera el abrazo fuerte y duro, casi doloroso de esos que das cuando te pasas. El mÍo, mi abrazo, parkinsonianos todos, va con el añadido de lo artificiales que son los emoticones y apoya su fortaleza en el ejemplo de aquellos que sustituyen la IA por la Inteligencia Emocional.