Sucede

28 de xuño 2022
Actualizado: 18 de xuño 2024

Sucede que lo que llevamos de siglo XXI me da miedo y sólo me lo hace más llevadero la pila de años que acarreo, mi escepticismo crónico y la compañía de mi imaginación. Comenzamos el nuevo milenio rescatando las predicciones de los Mayas (el fin del mundo llegaría el 21 de diciembre del 2012)

Sucede que lo que llevamos de siglo XXI me da miedo y sólo me lo hace más llevadero la pila de años que acarreo, mi escepticismo crónico y la compañía de mi imaginación. Comenzamos el nuevo milenio rescatando las predicciones de los Mayas (el fin del mundo llegaría el 21 de diciembre del 2012), seguimos con Nostradamus (el año 2021 significaría el sufrimiento y la devastación del ser humano, así como el fin de la existencia), el 6-6-2006, la coincidencia del triple seis, según varios "profetas", acabaría con el fin de la Tierra, Isaac Newton, basados sus datos en el bíblico Libro de Daniel, que el apocalipsis ocurriría al final del año 2050, entre otros muchos que ungieron a este siglo con la maldición de ser el último para el ser humano.

Sucede que, aunque los vaticinios no se cumplieron, desde el año 2008 la humanidad anda sumida en una onda catastrófica en la que no se salva ni el Papa en su cuartel protegido de gracia y de Guardia Suiza. El miedo, ese duende que, ataviado de tantas maneras, nos acecha tantas veces en nuestras vidas; ahora parece ser el vecino de nuestro mismo piso, ese que, a la más mínima disculpa, penetra en nuestras casas se pone a ver la televisión o se aliña en la cocina un pollo en pepitoria sin el menor sonrojo. Quisiéramos que nos dejara tranquilos unos días de vacaciones, tal vez algún mísero fin de semana, sin embargo, si ocurre esa reducida ausencia, ahí están los noticiarios televisados, impresos, vía internet o los mítines de los políticos para recordarnos que no se ha ido, que anda un rato sesteando.

Sucede que todos vislumbramos la carnalidad del miedo cuando la Crisis Financiera Global de 2008 nos mando a muchos al umbral de la pobreza y que muchos nos salvamos de instalarnos debajo de un puente porque aceptamos contratos basura que jamás hubiéramos pensado firmar antes de ese año. Acuerdos que nos descendían a la categoría de esclavos del nuevo milenio. Comenzamos a experimentar lo que es existir en el alambre, el recelo a caerte y hostiarte encima de una montonera de cadáveres menesterosos por desempleados.

Cuando creímos que la falta de liquidez podía enderezarse y recobrar algo de dignidad, desde la ciudad china de Wuhan nos llegó en 2020, vía aérea exprés, un virus que los sesudos expertos apodaron COVID 19. La gente moría a mansalva y la economía mundial, en supuesta recuperación, se despeñaba desde los rascacielos de Chongqing, Melbourne o Nueva York. Estadística en mano, los pobres del mundo fallecían a un ritmo más acelerado que los ricos. Las razones eran obvias. Según la ONG Oxfam Intermón, los 10 hombres más ricos del planeta han visto duplicada su riqueza durante los dos últimos años, mientras que los ingresos del 99 por ciento de la población mundial se han visto por contra afectados. La diferencia es tan grande que si estos 10 hombres perdieran el 99 por ciento de su riqueza, asegura Oxfam, seguirían siendo más ricos que el 99 por ciento de los ciudadanos del planeta. Si en el año 2008 existía la posibilidad extrema de habitar bajo los ojos de un puente, en 2020 eso se convertía en un lujo; todos los puentes andaban habitados y era necesario recurrir a la mafia rusa para adquirir siquiera un hueco en un colchón de papel de periódico.

No hartos de descalabros globales, y sin salir todavía de la pandemia, Rusia invade Ucrania y estalla una guerra que, como en todas las contiendas modernas, no habrá vencedores. Y sucede, eso sí, que los sufridos asalariados y demás gentes con escasos o ningún recurso, esos que optaron al puente o también a la carencia de él, se convierten en los auténticos perdedores. Ante mi estupefacción, Ucrania era el granero del mundo y de la mayoría de los bienes de primera necesidad, pues con la contienda se encarecen de forma descontrolada productos alimenticios, gasolina, electricidad, gas, y todo lo demás que, con la inflación desbocada, se suben al carro para poner de moda eso de que todo lo que se puede tocar y comer debe ser caro, naturalmente. Con lo cual, habitando al cien por cien el estado de "Guatepeor", los pobres del mundo se erigen como los perdedores una vez más.

Todo esto salpimentado con desbastadores huracanes, lluvias torrenciales, terremotos, nevadas impensables, volcanes que se suponían inofensivos, sequias que ponen en jaque la subsistencia por las elevadas temperaturas, ríos desbordados, mares contaminados…Todo gracias a la mano insaciable, vandálica y megalómana del ser humano.

Sucede con todo esto, y otras cosas más cotidianas afectadas por ello, que mi imaginación, único sustento que combate mi soledad, infunde en mi magín preguntas y más preguntas que me hacen dudar cada día más de lo que me rodea. Tanto catastrofismo en cascada hilvanado de una manera perversa me escama. Fantaseo que a alguien, o mejor a álguienes, todo este cúmulo de desgracias les viene bastante bien. El miedo del que hablaba antes, que siempre le hemos conocido pero no tan a diario ni tan de cerca, es un talismán maravilloso para amilanar trabajadores, revolucionarios, idealistas. Ha sido cocido a fuego lento, mimado, y cuando alguien, o mejor álguienes, han decidido esparcirlo al aire para la respiración común resulta que funciona tal y como se previó. Es sospechoso que se trate como una mera fatalidad de nuestro tiempo, a pesar de tanta reiteración y de que siempre tenga los mismos damnificados, y que se trate de encajar como obra de un loco, de un murciélago o de un pangolín, o de la quiebra de Lehman Brothers. Mi traviesa y trabajada imaginación me dice que algo huele mal y que vivir con tanto miedo es medio vivir o vivir al servicio "de" para que jamás se alcance nada. El equilibrio social. Ya.

A las jóvenes generaciones que tengan por seguro que nadie les va a proporcionar manual alguno, ni plano para salir de laberinto, pero está en sus manos parar esta maquinaria y que no llegue a la entelequia orwelliana, si es que no ha llegado ya. Las cosas apuntan maneras y descuidarse para dejar que se arrellane ese miedo es sumamente peligroso.

Pero, por favor, amigos lectores, no hagan caso de este liante que es sólo un delirante alucinador.