La RAE define la palabra síntoma, en su segundo significado, como "señal o indicio de algo que está sucediendo o va a suceder"; el diccionario de María Moliner la considera como "indicio de cierta cosa". Estas dos acepciones me retrotraen a ciertas experiencias contadas por mujeres de todas las edades y tiempos, pasados y presentes, a las que en su día no les dieron señales de lo que se les venía o podía venir encima.
Entre esas vivencias, alguna podría parecer graciosa, como la que me contaba una amiga de mi madre y que le sucedió con su novio, cuando lo habitual era que esperasen pacientemente a sus novias en la acera del portal de su casa. Pues bajó la muchacha compuesta y adornada con un brillante carmín en sus labios, esperando una palabra amable y al señorito no se le ocurrió otra cosa que invitarla a borrarse la pintura y aconsejarle que la próxima vez utilizase una barra de rouge con sabor a jamón, porque el que llevaba le parecía no le iba a gustar. Pasado el tiempo lo contaba con humor y cierta rabia, por no haberse dado cuenta de que podría ser un síntoma de algo no deseable.
Una de mis alumnas más inteligentes, recién separada, me contaba el acuerdo al que llegó con su marido, un sobresaliente profesional, consistente en que a partir de ese momento no debería invadir su territorio. No quería competencia, haciéndole ver que era una muestra de amor para que su relación durase para siempre. A pesar de que la muchacha no pisó la línea fronteriza impuesta, la unión no duró, afortunadamente para ella.
O también la consabida frase que a menudo repite: mira cuanto te ayudo en las cosas de casa, que así puedes hacer muchas cosas y además llegarás a algo de lo que te propones. Ayudar, ayudar, qué graciosos, nunca colaborar, nunca compartir; siempre desde la jerarquía superior, disfrazada de cariño y generosidad.
A propósito de este tema, fomentado por una educación sentimental errónea tanto para hombres como para mujeres y por la industria Disney de princesas y príncipes, hay muchas voces que avisan de que los síntomas pueden esconder algo bastante serio, a veces irremediable, y de que el actual negacionismo más detestable quiere que caigamos en la trampa.
Se me ocurren varias voces, pero no me gustaría aburrirles. Les recuerdo algunas, que algún machista disimulado diría que son proclamas de feministas radicales e incluso se atreven a afirmar que seguro que son feas. Pues vamos allá.
Fourier, socialista utópico, al que no sé si esos que están siempre en posesión de la verdad lo calificarían de "buen socialista", afirmaba que "los progresos sociales y los cambios de períodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad, y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres".
La diseñadora Coco Chanel, que a través de la moda liberó a la mujer creando los primeros pantalones para nosotras y que acabó con el pelo largo, símbolo de feminidad y estatus, con el llamado corte "garçon", decía: "Una mujer debe ser dos cosas: quien ella quiera y lo que ella quiera".
Fedrerico Engels, filósofo, en su obra 'El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado', decía sobre esa lacra de la violencia de género, negada antes y ahora, que "la violencia de género no se puede entender por fuera de los contornos de la institución patriarcal y el sentido de ‘propiedad’ sobre las mujeres". De ahí el asesino e inmoral dicho "la maté porque era mía".
Desde luego, no se me ocurriría substituir la lucha de clases actual por la lucha de sexos, de ninguna manera. Porque hablamos de derechos de los que se beneficiaría la sociedad en su conjunto, mujeres y hombres, nosotras con nuestros derechos como seres humanos, ellos también, sin privilegios y que algunos ejercen hasta con mala conciencia. Por eso soy tan partidaria de que el feminismo sea ejercido por hombres y mujeres, porque o nos salvamos todos o no se salva este nuestro mundo tan complejo y desigual. También deseo que los hombres puedan manifestar sus emociones, disfrutar de la igualdad con sus compañeras, llorar si quieren de alegría o de lo que quieran y que no se priven de disfrutar de la igualdad de derechos. Lo que no deseo, igual que Wollstonecraft, es que "las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino por ellas mismas".
Y, por último, aviso a jóvenes navegantes, como hice, descaradamente, algunas veces con mi alumnado, al que tanto echo de menos: ¡Cuidado chicas y chicos!, no vaya a ser que, al revés que presentan las películas de Disney, los príncipes se conviertan en sapo.