Sentado sobre el camastro, observaba con aire ausente el trasiego por el pasillo. Las puertas de las celdas se abrían y cerraban con más frecuencia de lo que él habría imaginado. Claro, no era lo que se entiende por cárcel, sino los calabozos de la comisaría de Colmenar Viejo y se trataba, en su mayoría, de presos ocasionales que por alguna razón nimia daban con sus huesos unas horas en las celdas. "Si no hay denuncia estará usted un máximo de tres días", le aseguró el subcomisario Murriano, no sin antes abroncarle por su comportamiento "ilegal e inconsciente". Les tenían vigilados a ambos y por eso Sanz apareció en el parque en el momento adecuado. "¿Cómo pude ser tan gilipollas?", se decía escudriñando las caras cariacontecidas de los detenidos yendo hacia las celdas. Pero ya estaba hecho. Lo peor sería que volvería a dar un disgusto a Baldomero. Meneaba la cabeza pensando que por averiguar la muerte violenta de Mésio ponía en peligro la salud mental de su amigo vivo. Y, mientras tanto, "la puta de Natalia y su entorno de matones de rositas". Apretaba los puños meditando sobre eso y le entraban ganas de patear la pared y la cama en busca de un consuelo adrenalínico. Luego, sintió el desboque de su corazón golpeándole por bajo de su garganta y decidió tumbarse y acompasar la respiración. Cerró los ojos para atraer la calma. Uno-dos, uno-dos, uno-dos. Poco a poco le entraron ansias de escribir. No comprendía bien su deseo, ya que llevaba años sin reclamar a la escritura para nada, pero lo cierto es que, con los ojos herméticos y la mente orillando los pesares, necesitaba escribir algo. Se incorporó en el camastro y fue la pared su hoja en blanco. Se mojó el dedo con su saliva y fue rellenado el paramento.
"El tiempo no tenía lugar,
embalsamado se suponía
en su cutis de polvo,
sólo escuetamente esperar
deshojando males en las flores
al asiento de la fría lava de la vela
que tiembla ensombrecido a Baudelaire."
El empresario convocó un silencio con la pretensión de dar solemnidad a lo que deseaba trasmitir a los otros tres. Como él tenía carta blanca en aquel reservado del restaurante Francachela, prendió uno de sus puritos finos y alargados y lanzó varias bocanadas de humo ungiéndole como una presencia vaporosa. Sabía de sobra que sus oyentes estarían angustiados por lo que les tocaría escuchar pero era esa intranquilidad, ese miedo, lo que él buscaba inferirles.
— Los tres debéis conocer que vuestro comportamiento en los últimos tiempos no ha hecho más que perjudicarme -dijo Samper adquiriendo ese tono de voz cavernoso que tanto empleaba para ocasiones similares- Personalmente y a la empresa. Comenzaré contigo, Robert. Siempre fuiste un ejemplo, nunca tuvimos ningún contratiempo en seguridad, ni dejaste cabos sueltos donde los polis pudieran husmear más de la cuenta. Así ha sido hasta hace unos días. Dejasteis con vida, por más que me asegurasteis que el plan era perfecto, a ese entrometido del sombrerito y, ahora, anda jodiéndonos con la policía. ¿Y sabes quién me da en la nariz que se equivoca por su talante trastornado? Myers, ese matón que te trajiste de no sé dónde y que no hace más que meter la gamba. Tú también tienes algo de culpa, pero te considero todavía demasiado válido. Ese matasiete se cargó al chaval, al portero del Tres Cantos que habíamos fichado, cuando yo personalmente ordené que sólo se le asustara. Estaba nervioso por lo del mendigo y nada más, joder. ¡A ese se le va la mano demasiado, coño! ¡Le quiero fuera! ¡Qué ahora cargue él con el mochuelo!
Natalia y Cosme escuchaban inmóviles, separados y sin mirarse, asintiendo ligeramente a las palabras del patrono. Robert, por el contrario, se restregaba las manos impaciente y sudoroso. En alguna ocasión quiso cortar el discurso de Samper, pero una mirada implacable de este le detuvo en seco.
— Robert, escúchame atento, quiero que Myers sea el chivo expiatorio de todo este embrollo. -los ojos de Samper se clavaban en el guardaespaldas como un aguijón incandescente- Prepara una encerrona y yo me encargaré que los polis le cuelguen toda la mierda que nos acecha. ¿Lo has entendido?
Robert contestó bajando los ojos.
— ¡¡No te he escuchado, hostias!!
Gritó el empresario acercándose a su rostro.
— Está bien. -contestó Samper después de la afirmación de Robert- Ahora puedes marcharte y comenzar a pensar. Mañana me dirás cual es el plan. ¡Lárgate!
El guardaespaldas se levantó y abandonó la mesa a toda prisa.
— En cuanto a vosotros, estúpidos amantes, ya tenéis mi sentencia: os quiero fuera de Madrid a lo más tardar el lunes. Por tu culpa, Natalia, nos has enrolado en un asunto que es una pura niñería.
Cosme evitaba al magnate. Sin embargo, ella tomó la palabra de improviso.
— Mira, Torcuato, ninguno pensábamos que el tema de mi ex marido iba a traer tanto jaleo. Yo nunca dije que le deseaba una muerte tan tortuosa. Fueron esos capullos, comandados por ese que llamáis Myers, los que la liaron. Se excedieron y ese tal K. removió la mierda quien sabe por qué.
Samper lanzó una bocanada de humo a la cara de la pareja. Luego quiso que masticaran otro de sus densos silencios.
— Todo porque se te antojó casarte de blanco y en la iglesia de La Almudena. ¡Eres una idiota integral! ¡¡Una niñata con sesenta tacos!!
Samper se incorporó con tal brusquedad que derribó su silla.
Natalia le escudriñó desafiante, tensando su boca a la vez que su barbilla se movía con contracciones involuntarias.
— ¡Tenía todo derecho a hacer con mi vida lo que me diera la gana! ¡Qué sabéis vosotros lo que es vivir con un tarado!
Cosme intentó tranquilizarla cogiéndole la mano, pero ella rehusó levantándose de la mesa.
— ¡Mis ilusiones son mías! ¡Sólo mías, Torcuato! ¡Ni tú ni nadie tiene derecho a meterse en medio de ellas!
El empresario estaba plantado frente a ella. Observó a los dos alternativamente con una pizca de lástima no exenta de burla.
— Sois unos putos locos los dos -dijo dándoles la espalda- Os quiero el lunes en Bilbao. La delegación no se abrirá hasta primavera pero, mientras tanto, podéis controlar las obras de reforma. Vuestra nómina llegará puntual, no os preocupéis. Ahora, quitaros de mi vista antes que os mande a tomar por culo de verdad.
Cosme la tomó del brazo y fueron saliendo del comedor. Comentaban algo en voz baja cuando se cerró la puerta.
Samper pidió otra copa de brandy. Cuando comenzó a saborearla sopesó la soledad absoluta del comedor reservado y pareció sentirse más a gusto que en toda la cena. Entornó unos segundos los ojos y aspiró el aire viciado del local como si se tratase de viento serrano. Acto seguido, golpeando con su anillo sobre la mesa, entonó el susurro de una melodía que llegó a acompañar con un movimiento rítmico de pies.