Había perdido la cuenta de las cervezas. A un movimiento de cejas, Pepín llenaba otra jarra y la llevaba a la mesa raudo. Miraba, sin ver, el rectángulo del televisor del bar escuchando una jerga deportiva que siempre daba vueltas y más vueltas sobre el mismo tema. Sentía la cabeza hinchada, acorchada, como si fuese una esponja carnosa chorreando ideas que escurrían por su piel hasta amontonarse en mares aceitosos en sus pies. Si recordaba el tiempo pasado con Cris, como otras veces cuando bebía en exceso de momentos cercanos a la dicha, acababa poniéndose triste. Una melancolía intrínseca que digería en soledad y que no admitía pregunta alguna. Quizá un pasado sin arreglo o un futuro sin expectativas.
— ¡Uhhhhh, señol Baldomelo, su colega K. anda algo maleado! -dijo el chino dueño del bar nada más que entró Baldomero- Yo hago infusión protectola para lesaca. Pero el señol K. dice que tomal por culo yo.
Baldomero hizo un ademán de silencio a Pepín antes de dirigirse a la mesa que ocupaba su compañero de fatigas.
— Joder, Juan, te vas a matar con la puta cerveza y nos vas a matar a todos con los líos estos que te buscas de investigaciones y hostias en vinagre.
Oneroso, se sentó frente a K. resoplando. Las venitas que bordeaban su nariz parecían azularse en exceso.
K. le miró de medio lado sin consistencia. Escudriñaba a su amigo unos instantes y subía los ojos para encontrarse con la pantalla de la tele. Entonces cerraba los ojos un par de veces como para situarse. Un eructo agrio le provocó una mueca de asco.
— Al final echas la pota. Y seguro que estás con las tripas vacías. ¡Maldita sea tu estampa, coño!
— ¿Qué te ha contado la chica, Bal?
Preguntó dentro un balbuceo ronco y pastoso.
Baldomero hizo un acopio de paciencia concentrado en un silencio que acabó en un soplido. Acto seguido comenzó a hablar.
Le contó que Nuria, la novia de Pazos, estaba muy afectada por el asunto, más de lo que podía suponerse en una relación de poco más de un mes. Pero parecía que la relación iba muy en serio ya que estaban mirando pisos por Colmenar y por el barrio de Begoña para irse a vivir juntos. Se conocieron porque su hermano, el joven que la acompañaba en el entierro, jugaba en el Tres Cantos y un día quedaron, junto con la chica del hermano, para tomar algo. Desde ese día se hicieron inseparables. Le dijo que tenía unas reuniones con una asociación relacionada con el club de fútbol que se alargaban en la madrugada. A ella no le gustaba porque conocía a varios con los que se reunía y no parecían muy recomendables. "Gente sospechosa con malafollá", le comunicó Nuria literalmente.
— Es un chica muy maja: granaina y con salero ¿Me entiendes, Juan?
Baldomero le preguntó si recordaba si su novio estuvo con ella la noche que pasó lo de Mésio. Le costó hacer memoria pero, gracias a su hermano que le mencionó algo, le dijo que no, que su novio esa noche estuvo con los de la asociación.
— Lo que nos acerca más a lo dicho por el confidente que nos presentó Frutos.
De don Torcuato no pudo sacarle nada porque ni le conocía.
— ¿Y del asesinato de Pazos? -dijo K. acallando un bostezo.
— Bah, fue un atraco de tantos, pero con una cosita de enjundia. Andaban por un parque cercano al sitio ese que me llevaste a cenar. Un tío le salió con una navaja y les pidió la pasta. Dice Nuria que estaba muy nervioso porque tenía empapada de sudor la braga que usaba a modo de pasamontañas. Tartamudeaba y andaba temblón, según ella. Pazos se resistió un poco y el menda le asestó tres puñaladas sin más. El tipo salió por patas, claro está. Ella comenzó a gritar pero el novio no dobló la rodilla y se puso a correr hacia el restaurante. Me contó la chica que antes de ir hacia el restaurante, sangrando como un cochino, él le dijo que conocía al que le apuñaló. "Cielo, la voz de ese maromo la tengo oída de antes", eso le dijo Pazos. Eso es lo importante: Pazos conocía al que le apuñaló. Bueno, y a ti ¿qué pasó con los polis? Anda que mira que te lo dije antes de que te metieras en aguja de once varas. ¡Joder, Juan, que nos vamos meter en la boca del lobo! Dos viejos pellejos como nosotros. Razona, Juan, razona. Que ni tú eres Billy el Niño ni yo Wild Bill Hickok.
Como pudo le contó la conversación con los policías. K. tenía los ojos medio entornados y la respiración fatigosa. Tuvo que hacer varios intervalos para terminar el relato.
— Pues a mí porque estos hermanos granainos son majísimos que, si no, me dan las tantas en llegar aquí. Tomamos algo en una cafetería enfrente de las torres del Florentino, que fue donde le dimos al palique, y luego me acercaron hasta Nuevos Ministerios. Con la que estaba cayendo hubiera llegado compuesto y harto de agua.
K. hizo ademán de levantarse.
— ¡Quieto, parao! -exclamó Baldomero en tono autoritario- Tú no te mueves de aquí sin cenar. A ver,…. –buscó al chino tras la barra, quién nada más verle levantar la mano fue como un rayo hasta la mesa- Pepín dinos las sugerencias de la casa para cenar.
El chino vestía con una deslumbrante chaquetilla de chef. Tenía unos estampados chillones de formas considerables. Les dedicó una sonrisita estirado dentro de su indumentaria.
— Mira tú, si se ha vestido de Chicote. -dijo Baldomero mirándole de arribabajo.
— Casa Lui, casa selia y de gusto soflisticado.
K. no estaba para bromas. Cerraba y abría los ojos lo mismo que inclinaba ligeramente el cuerpo adelante y atrás.
— Venga, dinos que tienes.
Pepín estiró los labios y murmuró unos segundos antes de arrancarse.
— Pepín aconseja: gambas gabaldina, cloqueta caselas, magla tomate o panceta, huevo y salchicha en plato. Todo cocinado con aceitel de oliva y…
— Venga, venga, déjate de rellenos. Tráenos para dos la panceta, el huevo y lo otro y agua del grifo que aclara la vista.
Dijo Baldomero dando una palmada al aire.
— ¿Agua grifo aclaral ojos? No, cleo. Mi padle Liu Huang decía que….
— Venga, hombre, venga. Joer, nos vas a contar ahora la historia de tu dinastía. Anda tráenos la cena y déjate de brujulear. Lo que te digo siempre: tú en el bar Prieto no durabas ni un día.
El chino anduvo unos pasos, gallardo dentro de su casaca, pero se detuvo para volverse hacia la mesa y decir: "Y señol Baldomelo no duraba minuto en cocina Liu"
Más tarde, cuando K. trataba de encontrar el sueño en la cama de la pensión, sintió un pinchazo premonitorio alrededor de la falange del dedo gordo de uno sus pies. Lo reconoció enseguida como un viejo camarada que siempre trae desgracia. "¡La puta gota. Me cago en la leche!", dijo para sus adentros. Aguantó una media hora. Después fue hasta el cajón y sacó el blíster del ibuprofeno.