La herencia, como se titula el nuevo spot navideño de Campofrío, es una idea original de las directoras creativas Mónica Moro y Raquel Martínez, responsables de las anteriores propuestas navideñas de la marca. En el elenco multigeneracional de actores y actrices encontramos al actor Antonio de la Torre, la influencer Tamara Falcó, el exfutbolista Iker Casillas, el humorista Edu Soto, la actriz Maribel Verdú, el hombre del tiempo Roberto Brasero, el escritor Juan Gómez Jurado, el streamer Illo Juan, el dúo cómico los Pantomima Full (Alberto Casado y Rober Bodegas) y la periodista Mónica Carrillo. A todos ellos los dirige en este cinematográfico microrrelato un habitual de esta cita navideña, Daniel Sánchez Arévalo, autor, entre otras películas, de la imprescindible AzulOscuroCasiNegro.
La técnica narrativa usada en este cortometraje para su puesta en escena gira en todo momento sobre un concepto fundamental de la cultura posmoderna: la deconstrucción. Este concepto fue introducido por el filósofo Jacques Derrida, quien, como suele ser habitual en la filosofía posmoderna, definió el término de diversas formas, y a veces hasta contradictorias, a lo largo de su carrera. En su forma más simple, puede considerarse como una crítica del platonismo y la idea de formas verdaderas, o esencias, que tienen prioridad sobre las apariencias. La deconstrucción, en cambio, pone el énfasis en la apariencia, o sugiere, al menos, que la esencia se encuentra en la apariencia. Derrida diría que la diferencia es "indecidible", en el sentido de que no se puede discernir en las experiencias cotidianas. En definitiva, lo que se propone el filósofo francés es el desmontaje de un concepto o de una construcción intelectual por medio de su análisis, partiendo siempre de la base de que cualquier significante goza de múltiples significados flotantes, y por lo tanto la búsqueda de la verdad o la creación de cualquier narrativa sólida que trate de dar cuenta de la realidad es una empresa siempre destinada al fracaso por la propia polisemia de la realidad.
Visto de esta manera, podría parecer al lector profano en la materia, que se trata simplemente de una chaladura propia de personas que no tienen gran cosa que hacer con su vida y que se dedican a producir juegos intelectuales tan metafísicos como la propia metafísica que dicen combatir, sin ninguna influencia medible sobre lo real o nuestras vidas cotidianas. Nada más lejos de la realidad. La deconstrucción es un concepto con el que tratamos casi diariamente en nuestras vidas, al menos en las culturales. De hecho, podría decirse que es el mecanismo fundamental que usa el capitalismo para la producción de contenido cultural.
Presentación, nudo y desenlace, la estructura clásica de toda narratividad que se precie, está presente de manera claramente definida en el spot de Campofrío en una exposición que, como toda fábula moral, está destinada a aportar algún mensaje claro y sencillo al espectador, y a poder ser optimista, pues, aunque no lo parezca después de su visionado, aquí se trata de vender un producto.
El esquema es deliberadamente sencillo. Primeramente se nos presentan una serie de peligros que amenazan nuestra existencia como especie (apocalipsis nuclear, devastadores fenómenos climáticos, inflación…) y, sobre todo, la de las futuras generaciones; a continuación una serie de personajes de la cultura popular se autoparodian poniendo voz en tono tragicómico a su pesimismo entorno al futuro de la humanidad y la herencia que transmitirán a sus vástagos; y finalmente, gracias al mensaje aleccionador e inspirador de una niña, el único personaje infantil de la narración, toman conciencia de que lo mejor que pueden legar es… el coraje.
El propio título del cortometraje es el primer concepto deconstruido. Efectivamente, La Herencia hace referencia a todo ese discurso que la presión desde hace décadas de diferentes movimientos de naturaleza sociopolítica y ecofeminista ha logrado introducir en las agendas de las instituciones internacionales: la preocupación por las futuras generaciones. Es decir, dejar de actuar como se ha venido haciendo hasta ahora en las dinámicas del capitalismo, de manera cortoplacista, sin pensar en las consecuencias futuras de nuestras acciones. El derecho de los que nos sigan a seguir disfrutando de la vida en condiciones dignas.
Sin embargo, como ha ocurrido en multitud de ocasiones en nuestra historia contemporánea, este objetivo, que atenta claramente contra las raíces de nuestro sistema, va a ser rápidamente deconstruido para tratar de neutralizarlo y desposeerlo de cualquier significancia revolucionaria. Excedería en mucho las limitaciones de este artículo exponer en detalle todas las circunstancias en las que esta estrategia ha sido desarrollada. Sirva, como sencillos ejemplos, la reinterpretación y deconstrucción de figuras históricas cargadas de una profunda ideología antisistema como el Che Guevara o Frida Khalo para su posterior conversión, vaciados ya de todo contenido subversivo, en iconos del merchandising de la cultura pop. O sin salirnos del terreno publicitario televisivo, aquellos anuncios de Telefónica donde asistíamos a una asamblea popular celebrada en un patio de vecinos donde los asamblearios manifestaban que las tarifas de la compañía se decidían entre todos, reinterpretando así lo que estaba ocurriendo en aquel momento en las plazas del 15M. Y, por supuesto, como veremos, esto es también lo que va a ocurrir en La Herencia.
Lo primero que llama nuestra atención es como esos grandes problemas que afectan a la humanidad son presentados en el spot como si de fenómenos naturales se tratasen. Así, el apocalipsis nuclear, la inflación o los fenómenos atmosféricos asociados al cambio climático son “naturalizados” como si estuviésemos hablando de una lluvia de meteoritos procedente del espacio exterior o de una actividad volcánica incontrolable sobre la faz de la Tierra. Lo único cierto es que todos ellos son de origen humano, no fruto de un fatum trágico dictado por los Dioses. Pero, claro, son de naturaleza política, y por lo tanto su solución es también política. Y, como ya hemos apuntado, en el proceso deconstructivo del cortometraje todos los conceptos manejados deben ser vaciados de su contenido político, pues es imposible reproducir dentro de los códigos del capitalismo (un anuncio comercial de un producto) un mensaje que atente contra esos mismos códigos, de la misma manera que resulta imposible dentro de un sistema lógico formal deducir una cosa y su contraria.
Por lo tanto, si eliminamos la política de la ecuación, si un problema político lo deconstruimos y lo reinterpretamos como un azar canalla del destino, la solución al mismo solo puede ser puramente voluntarista, es decir, entramos de lleno en lo que hemos dado en llamar en otro artículo posmodernidad positiva. Ese pensamiento positivo posmoderno que niega el poder de las estructuras sociales y políticas que condicionan de manera significativa la vida de las personas y sus decisiones, y se centra en un superhombre dotado de un mecanismo de voluntad suprema que se sobrepone a todas sus circunstancias y fabrica así la realidad que desea. Así, en un contexto como el de La Herencia, solo hay una solución posible ante las amenazas que nos acechan: el coraje (seguramente pensaron sus creadores en la más castiza y vulgar "echarle huevos" pero tampoco se trata de levantar polémicas).
Tal perfeccionamiento en el proceso deconstructivo logra en su conclusión lo aparentemente imposible. Hacer que el mensaje final, indiscutiblemente nihilista desde una lógica racional, pase a ser interpretado por el espectador como esperanzadoramente optimista. La razón queda así en suspenso y preguntas como ¿de qué me sirve el valor ante el poder destructivo de una bomba termonuclear?, ¿en qué consiste ser valiente ante una ola de calor extremo? o ¿qué hago con mi gallardía cuando el precio de los alimentos se dispare muy por encima de mis ingresos?, permanecen por debajo del nivel de conciencia.
En un plano más próximo, el anuncio termina por deconstruirse a sí mismo. Imaginemos a un espectador desconocedor de lo que significa la marca Campofrío y al que le proyectamos el spot sin el plano del bunker (breve momento en el que se pueden ver los productos de la marca). Si al finalizar, le preguntamos qué es lo que se está anunciando ahí, probablemente lo menos en lo que se le ocurriría pensar es en una empresa de embutidos, y apuntaría a una compañía de seguros o a un plan de pensiones (si bien es verdad que esta falta de correlación entre la narratividad y lo que pretende ser promocionado es algo que se presenta generosamente en gran parte de la publicidad posmoderna. Piénsese, por ejemplo, en los anuncios de perfumes, que son, más que cualquier otra cosa, ejercicios estéticos dentro de los cánones de las vanguardias cinematográficas).
¿Cómo es posible entonces que nada dentro del anuncio guarde relación con lo que pretende ser anunciado? Pues porque hace tiempo que el capitalismo, ante el proceso de homogenización en sus factores de producción, y la imposibilidad de ofrecer bienes que por sí mismos, dentro de la misma categoría, puedan diferenciarse unos de otros, vende algo mucho más abstracto: ideas. Y Campofrío está ya relacionado merced a una larga campaña de marketing con un determinado concepto de lo que significa la Navidad. Como planteaba Derrida, la esencia, en este caso el embutido, desaparece, y emerge entonces la apariencia, el espíritu navideño.
Claro que también puede que todo responda a un motivo mucho más prosaico, y es que tras la popularidad cosechada por el documental de Salvados emitido la noche del domingo 4 de febrero de 2018, mostrando en prime time el horror de las granjas de explotación animal (animales cautivos, hacinados, enfermos, enloquecidos, deformes…), en el que quedó suficientemente demostrado que la industria cárnica miente sobre las condiciones de vida de los animales, que oculta los probados daños para la salud humana que ocasiona el consumo excesivo de carne, como ha admitido la propia Organización Mundial de la Salud, que se desentiende de los devastadores efectos medioambientales de sus explotaciones, que promueve un régimen de semiesclavitud entre sus trabajadores, la mayoría migrantes sin opciones… la compañía haya optado por sublimar la apariencia y ocultar la esencia.
A la vista de todo lo expuesto, si aceptamos entrar en el juego propuesto por Campofrío en su anuncio, quizás el mejor testamento vital para las futuras generaciones lo haya dejado por escrito el filósofo, político, sociólogo y periodista italiano Antonio Gramsci: "Instrúyanse, porque necesitaremos de toda nuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo. Organícense, porque necesitaremos de toda nuestra fuerza"