La llamada (5ª y última parte)

14 de xaneiro 2025

Última entrega del relato 'La llamada' del escritor Kabalcanty

Había llegado al origen del ruido. Seguía siendo soportable, armonioso, inundando el sitio donde me encontraba. Estaba sentado en mi cama, en mi cama de siempre me pareció. Encima de mí un caparazón traslúcido, con el que tropezó mi cabeza hacia un momento, permanecía abierto. Por sus dimensiones y su forma era sencillo deducir que esa carcasa había custodiado mi lecho. Estaba en un habitáculo que no me era del todo desconocido. Reconocía algunos objetos y sus ubicaciones y, sin embargo, todo estaba bañado por unas lucecitas intermitentes. El techo estaba repleto de varios tubos de gran diámetro. Precisamente era de esos tubos de donde provenía el zumbido. Estaba despierto, lúcido, y el sonido no me molestaba, incluso parecía que su reconocimiento me daba cierta sensación de tranquilidad.

Me levanté y anduve unos pasos. Estaba vestido con una ropa interior extraña: tejido muy fino, ceñido al cuerpo y de una sola pieza. En un esquinazo del cuarto vi un armario con mi nombre y apellidos que temblequeaban dentro de un pequeño display. Me acerqué, lo abrí y vi colgado un uniforme. Era de color grisáceo con tiras de color rojo a los lados del pantalón y en la costura de las mangas de la chaqueta. Había un logotipo a uno de los lados de la chaqueta mostrando la inscripción C-1843V. Desorientado, aunque insólitamente sereno, me fui poniendo el uniforme. Terminé de vestirme poniéndome unas botas negras, de una elasticidad prodigiosa, que hallé en la parte baja del armario.

Fui saliendo del habitáculo. La puerta se abrió por si sola al acercarme. Salí a un pasillo lleno de puertas similares. Desde el techo se escuchaba tan sólo el zumbido conocido como si fuese una ininterrumpida melodía. A medida que avanzaba por el pasillo, iba oyendo voces. En mi interior tenía la sensación de hallarme como un recién nacido, descubriendo un mundo muy lejos de ser hostil. Aunque no entendiese mi aparición allí, me resultaba familiar todo lo que iba percibiendo.

Al entrar en una sala espaciosa, que reconocí como el mismísimo comedor de mi casa aunque decorado de manera diferente, un aluvión de vítores y aplausos celebraron mi llegada. Fui reconociendo a mi mujer, a mis cuñados, a Carmen, a Madame Bonnet, a mi jefe Honorio, al médico joven e impertinente y, más atrás, junto a un cuadro de mando aparatoso e iluminado, a dos más jóvenes, uno de ellos mi hijo. Todos vestían un atuendo igual al mío.

Se abalanzaron para abrazarme entusiasmados.

Mi hijo, cogido de la mano de otro joven alto y rubio, hizo un apartadillo para presentarme a su pareja.

— Papá, este es Klaus, la persona de la que os hablé.

El joven me tendió la mano y nos saludamos.

— Es un chico simpático pero muy formal y…nada cargante.

Me dijo mi mujer haciéndome un guiño connivente mientras me abrazaba.

— Nos tenias a todos muy asustaditos -me dijo el médico poniéndome la mano sobre el hombro con su llaneza de costumbre- Todos despertamos de la cámara de hibernación según lo previsto, o sea hace poco más de cuarenta y ocho horas, pero tú….. No sé, algo falló. Un lunar dentro de este sofisticado equilibrio. - rio sin que yo le secundase- Bueno, aquí está Honorio, que por algo es el técnico de la nave, para explicarte.

¿Honorio, técnico de algo? Aborté una carcajada llevándome la mano a los labios.

— No ha sido tanto como parece -dijo con una indisimulada suficiencia- El automatismo no ha obturado el oxigeno a su debido tiempo, aunque el temporizador estaba en perfecto estado. Bonnet y Klaus te han despertado haciéndolo manualmente.

— O sea, me he despertado porque me ahogaba.

Dije por decir algo.

— En efecto como todos nosotros, sólo que con nosotros ha hecho su tarea el automatismo y nos hemos despertado sobresaltados pero en el día señalado.

Mi hijo abrió una botella de champán cuyo descorche nos sobresaltó a todos.

— ¡¡Fiesta por partida doble!! -exclamó llenando unas copas que reposaban sobre un monitor incrustado en una encimera.

— ¡Señores tripulantes, además de celebrar que la modorra de mi padre acabó, os comunico que estamos orbitando sobre el planeta Umi b!

Todos gritaron enfervorizados. Bebimos y brindamos deseándonos una inacabable felicidad.

Lo cierto es que no entendía nada pero me embargaba una alegría parecida a la del resto.

— Estoy seguro que seremos muy felices los cuatro en este nuevo planeta.

Me dijo mi mujer dándome un beso ligero en los labios.

¿Los cuatro? ¿Quién narices eran los otros dos? ¿Mi hijo y su pareja? ¿Mis cuñados?

Poco a poco fui acercándome a Carmen hasta que conseguí que estuviésemos algo apartados del resto.

— Tienes que explicarme todo este tinglado. -le dije, tratando de que mi tono sonase serio, ajeno al alborozo reinante- Fuiste tú la que me enviaste a esa tal Madame Bonnet y desde ahí todo este bochinche.

Carmen me miró perpleja unos segundos. Luego rio de buena gana, estruendosa, apoyándose sobre mi pecho.

— ¡Chicos, el dormilón dice que esto es un bochinche! -gritó desaforada y sin ocultar su hilaridad- ¡Bochinche, dice bochinche!

Todos rieron mirándome y haciéndome gestos de aprobación.

— Es lo que tiene despertarse después de siete años, tres meses y cinco días, querido compañero. ¡Empleamos palabras de otra era!

Me decía Madame Bonnet con su intacto acento andaluz y su cara pintarrajeada.

— ¡Eh, mirad, está amaneciendo!

Apuntó Klaus, haciéndonos señas para que nos acercásemos a un enorme ventanal delante de un enrevesado cuadro de mando. Varias lucecitas, parpadeando en verde, apagaron por unos segundos a las demás.

Me fui acercando participe de la contagiosa excitación. Bajo el complejo cuadro de mando identifique, en un rincón, mis babuchas tan llenas de pelusas como de costumbre.

Volábamos a una velocidad moderada pudiendo apreciar con una claridad enrojecida las torres inclinadas, el campo de fútbol con su techumbre nueva, las fuentes, el tráfico manso a esa hora temprana, las farolas de las avenidas apagándose casi a la vez, la autovía de circunvalación y, al final, mi barrio de toda la vida. Escudriñé los rostros uno por uno buscando cualquier detalle que les delatara, pero todos estaban risueños, abrazados algunos, llorosos de emoción otros, contemplando el planeta Umi b.

Mi mujer me abrazó por la espalda cruzando sus manos en mi barriga.

— Oye mis babuchas están debajo de ese coso de ahí detrás.

Le susurré girando la cabeza.

¡Anda no digas chorradas! -contestó dándome con la rodilla- Disfruta del paisaje y de la vida maravillosa que nos espera.

Luego dimos un par de vueltas más y aterrizamos en el parque, junto al auditorio que está a las puertas de la estación de metro.