Un encuentro insospechado (Parte 12ª y última)

08 de abril 2025

Algunos probaban la sopa, verdosa con algunos fideos, masticando varios segundos como si se tratase de un bistec poco hecho; otros mascaban el filete de pollo, al otro lado de la sopa

En el comedor reinaba el silencio entre los comensales. Se miraban indolentes o se perdían absortos en cualquier mancha de la pared, las cuales eran numerosas y de diferente tonalidad. Se escuchaba el batir de los cubiertos sobre las bandejas de acero inoxidable entonando una desarmonía que invitaba a taparse los oídos. Pero a ninguno de los escritores agradecidos, y desagradecidos redimidos, parecía importunarle. Comían o no rumiando algo tan desagradable como inevitable. Algunos probaban la sopa, verdosa con algunos fideos, masticando varios segundos como si se tratase de un bistec poco hecho; otros mascaban el filete de pollo, al otro lado de la sopa, en una de las hornacinas de las bandejas de acero inoxidable, como si fuese chicle, llevando la bola cárnica de un lado a otro de la boca interminablemente.

Aurora comía, como todos los demás, morosa e inapetente. Frente a ella, Lauro tenía los brazos cruzados sobre la mesa sin probar bocado.

— Llevamos casi una semana y apenas has comido ningún día, Lauro. Tienes que hacer por ti.

Aurora tenía un aspecto diferente: el cabello recogido en una destartalada coleta, unas ojeras muy descolgadas y la boca curvada en una mueca áspera.

— Ahora ya ni siquiera tenemos un lugar adonde ir. ¿Te das cuenta? - dijo él lastimero.

Ella bajó los ojos y se llevó a la boca un pedazo de pollo. Al instante lo escupió y torció el labio, dedicándoselo al que estaba a su lado.

— Nuestras casas en propiedad como donativo a la Fundación -dijo ella buscando la mirada de Lauro- Tenias razón en que teníamos que haber salido por patas de aquí, pero eso de que están locos vamos a dejarlo. ¡Lo que son es unos vivos de la hostia!

Él no movió un músculo. Alternaba una ojeada indiferente a su bandeja con un vistazo al horizonte de cientos de cabezas en el comedor. Parecía no importarle nada en absoluto.

— Lleváis poco tiempo aquí todavía. -añadió una mujer mal teñida de rubio que se hallaba en el lado de la mesa rectangular de Lauro- Me llamo Vanesa. Yo escribía guiones para un programa de corazón de televisión. Luego publiqué una novela rosa. Poca cosa. A vosotros dos os noto resentidos con la Fundación. Demasiado, diría yo. Cosa mala. Por eso digo que lleváis poco tiempo. Luego, todo te lo echas a la espalda. Tampoco es tan malo si lo piensas con tranquilidad.

Un hombre con barba, que llevaba las mangas del mono cortadas a la altura de los hombros, tomó la palabra, mientras pelaba despacioso la pera que reposaba como menú en la bandeja de acero inoxidable.

— Soy Fabián, uno de los agradecidos más antiguos. Os escucho hablar y eso me extraña mucho: aquí lo mejor es callar. Y todos chitón, ya la veis. -y abarcó con sus brazos parte del comedor- Yo me lo tomo como en la cárcel porque este tinglado es muy parecido al talego. Lo digo por propia experiencia. Yo estafé a una editorial de poca monta porque les colé como original el "Diario del ladrón" de Jean Genet. Lo copié de pe a pa, le cambié el titulo y le puse mi nombre como autor. Alabaron mi escritura y me endilgaron una buena suma de dinero al venderles mis derechos. Poco después se supo, claro está, y me enchironaron, pero el dinerito estaba en Andorra a buen recaudo. Eso sí, cuando me captaron los Llunell, en la misma cárcel, moviendo algunos hilos que tienen con el tema de la reinserción de presos, la Fundación me dejó la cuenta de Andorra a cero. No me quejo, cada cual va a lo suyo. Maricón el último.

Lauro apenas les escuchaba. Había retirado ligeramente la bandeja de su lado y, con los puños sujetándose la barbilla, se abstraía. Pensaba en las tres hojas validas de su novela. Él, que sentía vergüenza por tan mísera aportación, ahora las imaginaba maravillosas y perdidas al igual que todos los enseres de su casa. ¡No era justo, no señor! También echaba de menos su trabajo en el Mercado General y su sinrazón para abandonarlo. Se acordaba de la chica de la pollería y su romance fugaz. Si hubiese seguido con ella, si no hubiese dejado su trabajo, no hubiera habido Álvaro, ni Arnau, ni Doru, ni el alelado de Roberto. Pensaba y no dejaba de invadirle una melancolía que le quitaba el apetito y el sueño. ¿Qué clase de pesadilla le tocó vivir? ¿Qué enredo estúpido le llevó a sentarse en esa mesa larga poblada de seres anormales que cierto día se creyeron artistas?

De súbito, la gran pantalla que coronaba el procesador, aunque alojada en la nave contigua se mostraba en su totalidad en el comedor, comenzó a funcionar. Como casi todos los viernes, se ofrecía una película protagonizada por Hugh Grant para amenizar la comida. Ese día tocaba Notting Hill. Algunos de los comensales aplaudieron al iniciarse los créditos iniciales. En el pantallón, una marca de agua, con el rostro sonriente de Hazan, iba moviéndose entre los cuatro vértices.

— ¿Y qué me decís de mí? -dijo un hombre que peinaba su pobre cabello hacia su frente- Fui sacristán en la iglesia de San Eulalio en Villabundio. Se me ocurrió, de más jovencito, empezar a escribir la biografía piadosa del santo que daba nombre a la iglesia asesorándome con los libros antiguos que había en la parroquia. Un buen día se presentó el mismísimo Arnau Llunell, joven y altivo como el que más, al terminar una misa y me engatusó para venir a la Fundación. Vivía en una de las casas más espaciosas del pueblo, heredada por mis padres generación tras generación. Y bueno, ya sabéis, al firmar el ingreso en la Fundación firmas también la donación de todos tus bienes muebles e inmuebles. Pero no me arrepiento. Me encantará ver mi nombre escrito en esta gran obra literaria en la que andamos metidos.

— ¡Pero qué hostias dices! ¡Eres imbécil! -exclamó Aurora escupiendo pedacitos de pera- ¡La gloria se la llevará el estirado de Hazan! ¿No ves lo que dice en la portada en las putas diez páginas que hay escritas? ¿No tienes ojos?

— Nos han prometido que los nombres de los colaboradores destacados estarán en la contrapágina. - dijo una mujer desde la esquina de la mesa.

Alrededor de los dos miembros nuevos de la Fundación se fomentaba una charla ausente en el resto de las mesas. Alguien les mandó callar en varias ocasiones ("Que no se oye la película", "Silencio que ahora sale un primer plano de Hugh", "Qué parecido tan asombroso", "Ni que fueran hermanos gemelos"), pero ellos siguieron a lo suyo sin llegar a nada en concreto.

Lauro, que no compartía esa similitud física en absoluto, escudriñaba la pantalla ajeno al palique de su mesa. Mientras veía pasar los fotogramas, como si fuesen las lucecitas de un sueño, pensaba en sus tres páginas abandonadas cada vez más encorajinado. Eran de su propiedad intelectual, de su trabajo, de su creación, y debía de luchar por ellas hasta donde fuese. Nadie podía negarle que las escribiera él, que las mejoró y pulió y que deberían estar dentro de esa Obra Magna de la Literatura Universal. Hablaría del tema con esas secretarias risueñas de Hazan.

La pantalla se apagó sin terminar la proyección y sonó el timbre que ponía fin a la comida. Se escuchó alguna que otra protesta en voz baja, sin embargo todos volvieron dócilmente a la nave contigua para retomar su puesto asignado frente el portátil. Lauro, al sentarse y tras encender el pc, intentó memorizar el comienzo de la primera página de su bosquejo novelado. Debían ser más de las tres de la tarde cuando lamujer cruzó la plaza para acudir a la oficina de correos. Llevaba en la mano la carta tan apretada que arrugó la parte baja del sobre, lo cual le incomodó cuando la depositó en la ventanilla para su envío certificado. Se detuvo y elevó los ojos hasta la desmesurada pantalla. Esperó hasta que se plasmaron sus frases. Acto seguido, fulminadas, se borraron de la pantalla.