Quién dijo miedo

02 de xullo 2019
Actualizado: 18 de xuño 2024

Sí, sí, sé que estamos en julio. Están esperando el artículo de todos los años sobre el verano, Galifornia, el cambio climático, mi absurda opinión sobre el nefasto cartel de las Peregrinas, las previsiones de la pelea entre Salcedo y la Banda de Pontevedra y las últimas tendencias de la lucha de Lores contra Ence

Sé lo que están pensando.

Sí, sí, sé que estamos en julio. Están esperando el artículo de todos los años sobre el verano, Galifornia, el cambio climático, mi absurda opinión sobre el nefasto cartel de las Peregrinas, las previsiones de la pelea entre Salcedo y la Banda de Pontevedra y las últimas tendencias de la lucha de Lores contra Ence. Podría hablar de esos extraños semáforo-farola de las intersecciones del centro que no entiendo, podría hablar de como la política nacional parece más un patio de recreo que una democracia. Podría hacer muchas cosas en este pequeño espacio mensual y aburrirles hasta la saciedad con tanto ímpetu, que apagarían su dispositivo electrónico sin pensarlo dos veces.
Pero no quiero hacerlo, porque conseguir que no lean estas palabras sería un fracaso para mí. Y es precisamente de lo que quiero hablarles. 

Todos, sin excepción e independientemente del ámbito en el que nos movamos, hemos caminado al lado de esa palabra. Ese ente oscuro en las sombras que se ríe de ti cada vez que algo te sale mal. No te han cogido en un trabajo, tu pareja te ha dejado, no has conseguido el ascenso, has suspendido el examen, te han matado en el jefe final de ese videojuego al que llevas viciando horas… como duele este último. 

Es algo intrínseco a nosotros y hemos aprendido a temerlo. Él encarna lo peor de nuestra vida, nos recuerda lo malo de ella y lo poco que hemos conseguido. Es inevitable. En alguna ocasión nos hemos sentido el fracaso más total y absoluto de la tierra. Somos una masa de pesimismo que solo quiere coger una tarrina de helado y hacerse un burrito con la manta en el sofá. Alguna de ustedes lo habrá hecho o habrá cambiado el helado por cerveza, lo que les venga mejor. 

¿Y saben qué? Poco o nada se habla de lo bien que está sentirse así en alguna ocasión. Por favor, somos humanos. Somos una montaña rusa emocional con patas, y quien diga que nunca se ha sentido así, miente. Es inefable y está bien.

La razón por la que saco a esto a relucir en una época tan brillante de vacaciones, sol y playa, es porque no es así para todo el mundo. La selectividad fue hace nada, las recuperaciones de las universidades están a punto de terminar, la oposición, las matrículas de ingreso… ¿Soy yo o eso que se respira en el aire es el estrés? Miles de personas están esperando para sentirse o las más afortunadas del mundo o las más fracasadas. Y mi pregunta es ¿por qué? 

Pues como les dije, es inevitable. Yo ahora mismo me estoy sintiendo un poco así por una razón muy sencilla: parece que no sé escribir. Puede ser una tontería, pero haber dejado el hábito durante casi dos meses se nota hasta el punto de que este artículo se está convirtiendo en una carrera cuesta arriba digna de la vuelta ciclista. La cuestión es, ¿dejo que ese sentimiento acabe conmigo y me impida hacer una de las cosas que más me gustan? En absoluto. Sí, es posible que ya haya hecho lo del sofá y el helado. Solo puede. Pero no voy a dejar que el miedo al fracaso me impida continuar, porque cuando verdaderamente fracasamos, no es porque no conseguimos lo que queremos, es cuando dejamos de intentarlo

Deprímanse en su esquina personal de la miseria lo que necesiten, séquense las lágrimas y denle una patada a su miedo. Porque hagan lo que hagan, nunca serán unos fracasados.