Los que viven y los que apoyan. Qué solos están.
Los que producen, los que ayudan, los que en silencio trabajan. Qué solos están.
El transportista de A Mariña, el que sólo piensa en llevar a buen puerto su mercancía, lejos él de la, maldita sea su estampa, incongruencia de algunos. Qué solos están.
Comuneros del monte, asociaciones forestales y otras organizaciones que rechazan, por supervivencia, el cierre de Ence. Qué solos están.
Las auxiliares, las que damos todo por la el progreso de la fábrica de Lourizán, que solos estamos.
Es esta una batalla nuestra, un clamor en un desierto en el que atisbamos un oasis. Puede ser un espejismo, pero nos negamos a pensar en visiones absurdas.
Nos haremos los muertos, pero como los vivos que le quedan a los pueblos, cada vez con menos vida, más ausencia, más indiferencia, más añoranza de lo perdido.
Los vivos quedamos solos. Y la razón de nuestra existencia es la absoluta verdad, o por lo menos enfrentarnos a las mentiras de otros. Tenemos que recordar las palabras del Conde de Rivarol, que aquí nos vienen muy bien: "La razón se compone de verdades que hay que decir y verdades que hay que callar".
Ellos sabrán.