Un proceso educativo – La intimidad

07 de abril 2025
Actualizado: 10:14

Hay guetos por todas partes y antirracistas de salón, también: así me sentí yo en una ocasión- hace ya años-  defendiendo la dignidad de los inmigrantes del Raval ante unos amigos que hablaban de lo terrible y lo peligroso que era visitar ese barrio

Un proceso educativo, de siglos y siglos, nos ha llevado a la domesticación (parcial) de nuestros instintos, a esto que llamamos civilización. La educación es ejercicio de autoridad y de represión, ejercida en el medio familiar y en la escuela. Educación y protección ( en las primeras etapas de la vida sobre todo ) que nos permite la supervivencia, acompañada de la transmisión de valores morales ( y religiosos) más cuestionables, en relación con la época y el lugar en donde vivimos: llegamos por ello, al contrario quizás  que muchos animales, a admitir también el recorte en nuestra vida instintiva, en nuestros deseos.

Las fronteras de la normalidad entre psicología y patología, entre comportamientos permisibles- o no – no están tan claras. Aceptamos, en privado, actitudes sado-masoquistas, consentidas por adultos (recuerdo al respecto la película "La pianista" de Michael Haneke, basada en una novela de Elfriade Jelinek). Ocultamos el uso (en viajes turísticos) de menores del tercer mundo por honorables padres de familia del primero que se permiten echar una canita al aire. Ocultamos, hasta que aparecen en la prensa fotos, lo que pasa en las noches del centro de nuestras ciudades (tampoco aquí es nítida la frontera geográfica entre el primer y el tercer mundo): hay primeros mundos que descienden a inframundos por la noche. Se habla de regularizar la esclavitud sexual – la económica está asumida y legalizada hace tiempo - porque interesa más la estabilidad que producen ciertos alivios que la dignidad de las personas. Además, aumentaría mucho el paro. Haro Tecglen defendía el trabajo infantil en el tercer mundo porque la alternativa era morirse de hambre.

Hay guetos por todas partes y antirracistas de salón, también: así me sentí yo en una ocasión- hace ya años-  defendiendo la dignidad de los inmigrantes del Raval ante unos amigos que hablaban de lo terrible y lo peligroso que era visitar ese barrio y de lo amenazados que se pueden sentir algunos profesionales ante determinados colectivos.  También hay "malos" entre los negros y los gitanos que se asocian en grupos delictivos. Yo, progre de salón, insistía en que lo nos produce miedo es la inseguridad: no tememos a un banquero porque no necesita ponernos la pistola al pecho, fue mi argumento más sólido.

Defendemos la memoria histórica en España y repetimos "ni olvido, ni perdón", pero ya han pasado los años de las venganzas. En otros lugares en lo que todo está más fresco, se ejerce el poder y se humilla a la raza que anteriormente lo detentaba. De cualquier forma nos revuelve por dentro hasta límites insoportables que la venganza llegue a los extremos de la violación, una de las mayores aniquilaciones de la dignidad humana. La complejidad de la sociedad no puede anular el juicio, la condena.

 

La intimidad, el pudor, la privacidad, en definitiva, están en regresión. Su pérdida incluso gusta: las peluquerías tienen grandes escaparates a la calle, los gimnasios, también. Hay que lucir músculos y rulos. Muchas clínicas médicas, fundamentalmente la odontología, la otorrino, la dermatología, presentan en sus escaparates amplias fotografías de "cómo va a quedar usted después", concediendo más importancia al aspecto, a la estética, a la apariencia, que a los resultados estrictamente médicos (aunque no se excluyan).

Diseñadores vanguardistas han conseguido colocar en nuestros domicilios, sin divisiones, el baño en el dormitorio. La moda se ha extendido a los hoteles: ducha, bidé, ¡váter!, sin puerta. Hayan coincidido en la habitación parejas, padres e hijos…(a los hombres mayores esto nos remite a la antigua mili, a las letrinas. La escatología se ha puesto de moda. Gente dispar cuenta sin reparo sus experiencias amatorias en programas que, antes al menos, se llamaban de telebasura. Hace unos años se votaba a un cliente de prostitutas caras (Berlusconi) y Aznar nos enseñaba sus musculaturas relucientes. Como si el cuerpo diera más prestigio – y votos- que las ideas. La corrupción no es vista como un mal, se admira a los corruptos, sobre todo si no son pescados in fraganti. Algunas encuestas muestran que un elevado tanto por ciento de empresarios no ven mal el soborno (siempre que sea privado, íntimo… que no se conozca), vivimos en la paradoja de que lo íntimo no importa que sea público y que lo que debiera conocerse se oculta. Interesa más saber con quién sale el rico o famoso de turno que lo que paga a hacienda, lo que oculta.

De lo íntimo, lo privado, de las vidas ocultas, siempre se ha hecho buena literatura, arte en general: no trato de hacer alabanza de la ocultación, del puritanismo. El formidable Berlanga no diferencia erotismo de pornografía pero se distingue entre sus películas y las que protagoniza un "Nacho Vidal" cualquiera. Hace años, el hijo de Susan Sontag, David Rieff, no vaciló en entrar en los diarios de su madre pero ha escrito sobre ella "Un mar de muerte" un libro honrado, un homenaje decente y emocionante.

Si Malcom Lowry viviese hoy en cualquiera de nuestras ciudades sería acompañado hasta las puertas de los garitos que frecuentaba por numerosos paparazzis: esperarían a que saliese de allí para retratarle borracho. Se perderían ellos, y claro está el público ávido de ver esas fotos, lo que era realmente interesante: la sordidez del garito en sí, los espacios donde el hombre puede perderse hasta fronteras inimaginables. En aras de un pudor, este sí, falso.