Preferir ver una pantalla a comer patatas fritas

19 de novembro 2024

La implementación y el uso de las tecnologías digitales, desde una perspectiva cronológica, es algo bastante curioso de analizar.

Desde mi perspectiva subjetiva, me valió la etiqueta de bicho raro hace veinticinco años y, de nuevo, hará unos seis o siete. Tal y como lo he planteado, el lector necesita de cierta explicación que daré mediante dos analepsias. Así pues, en el año 1999 se me miraba con recelo porque tenía una cuenta de correo electrónico y me interesaba aprender el lenguaje HTML, que es aquel con el que se hacen las páginas web. Después, con el desarrollo de las redes sociales, se me observaba de forma aviesa pues me resistía a unirme al rebaño. Es más, no tuve un teléfono inteligente hasta que no me quedó más remedio por motivos laborales: resultaba extraño que no tuviera WhatsApp.

Por aquella época no tan lejana de mi vida, sobrevivía tirando de un teléfono de concha que sólo servía para hacer y recibir llamadas y mandar SMS. Y si me miraban mal por ser un anacronismo andante, yo devolvía el guante con sorna cuando me cruzaba con aquellos que iban soldados a su móvil, como aquel que Quevedo decía que iba pegado a una nariz. Me jactaba de ello. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias me pusieron en mi sitio y el smartphone que llevo en el bolsillo, cada lunes, me informa que consumo una media de casi dos horas de pantalla diarias. Sin duda, no todo es WhatsApp por cuestiones de trabajo, sino también la sangría temporal de vídeos y chismorreos, cediendo a ese impulso de aislarme del mundo circundante, al igual que hace un sinnúmero de usuarios en todo el mundo.

He reconocido de forma abierta y pública que un móvil conectado a Internet es una droga. Sobre todo si caemos en aquellas plataformas dotadas de un scroll infinito. Una droga sobre cuya perniciosidad muchos alertan respecto a los más jóvenes, quienes, a decir verdad, no hacen otra cosa que imitar a sus mayores.

Este año fui testigo de dos momentos relacionados con el abuso de móviles por parte de niños que me gustaría comentar.

El primero de ellos sucedió en las instalaciones del magnífico Museo del Automóvil y la Historia de Arteixo, donde cualquiera puede deleitarse con las piezas más representativas de la ingeniería automovilística desde su nacimiento hasta casi nuestros días. Un lugar donde todo niño, de diez o de cuarenta años, se queda prendado de Ferraris, Porsches, Cadillacs, camiones Pegaso de todo tipo, coches de carreras, vehículos militares, motocicletas… O eso debería ser lo normal en mi opinión.

Cuando lo visité, me topé en una de las salas con un niño de unos doce años que vagaba con el cuello torcido en un ángulo casi de 90º, con los ojos fijos en la pantalla de una tableta, jugando a “explotar” con el dedo los globos que iban apareciendo. Todo lo que le rodeaba le resultaba indiferente.

Me pareció, cuanto menos, una imagen impactante. ¿Qué clase de niño era aquel que prefería estar con un videojuego chorra a estar contemplando una colección de vehículos de esos que te hacen soñar con ser ingeniero? Yo tampoco solté el móvil, pero para hacer fotografías.

Sin embargo, este caso se queda en paños menores con el siguiente. Me encontraba en un asador de carretera, en Silleda, de estos en los que no puedes pedir otra cosa que churrasco, chuleta o chuletón de ternera, guarnicionada por un poco de lechuga y una generosa fuente de patatas fritas. En la mesa de al lado se sentó un matrimonio joven con un niño de unos cuatro años. Tal y como estaba yo posicionado, tenía una visión directa de esa mesa y de cuanto acontecía en ella. El chavalín no atendía a otra razón que la de exigir a su madre su teléfono móvil y durante toda la comida se mantuvo parcialmente paralizado ante la pantalla, siendo que lo único que comió fue patatas fritas. Bueno, decir que comió es decir mucho porque el chico, en más de una ocasión, se llevó el tenedor vacío a la boca y masticó aire.

Como lo que presencié en Arteixo, fue una imagen única y desconcertante. ¿Qué clase de niño era aquel que prefería estar viendo una pantalla a estar comiendo patatas fritas? Es de locos, ¿no? No lo sé.