Las barberías fueron un lugar de encuentro en todos los pueblos; afeitaban, te arreglaban el pelo, eran sacamuelas, callistas y curanderos. Pero su faceta más importante fue el precursor de noticias. Pronto el "poder" fue limitando sus funciones en el área sanitaria.
¡Cada barbero estaba especializado en una disciplina! Nos cuenta Prudencio Landín que de niño asistía a la peluquería de Eugenio Bará, en la calle del Puente:
"Hombre de estatura media, de poblada barba ensortijada, de voz dulce pero autoritaria, cubierto con una gorra con visera. Al entrar, me decía: ¡Cómo está usted, ¡qué tal su papá y su mamá! Amenizaba su trabajo sobre Historia Sagrada; tenía ilustrada la barbería de pasajes bíblicos. Nos comentaba que los apóstoles eran barbudos, menos San Juan. Le iba al pelo el viejo refrán: "ni barbero mudo ni cantor sesudo".
Este relato puede estar datado en 1885. Eugenio Bará tenía pasión por los canarios que los cuidaba en la barbería. "Les bautizaba con nombre de los grandes personajes que le visitaban". "Bueno días, Don Sabino" y otros. En esta barbería era de una seriedad aplastante. Sus comentarios eran comedidos y plenos de prudencia. (prensa sin bulos).
DON BALTASAR PIÑEIRO: Tenía su peluquería en los soportales de la Herrería. Era el centro de recreo de los "liberales", ya que él era un extremista partidario de Monteros Ríos y otros.
Era la envidia del taquero loro Ravachol; escuchaba habladurías sobre él y lo consideraban un gran callista. Murmuraba Ravachol: "Daba mi pico por una buena ración de callos".
Baltasar fue el precursor de marketing. Era un hábil extirpador de callos. Los extirpados a personas importantes, los exponía en cuadro de terciopelo con una reseña: "Callo del Excmo. Señor Don Fulano, presidente de la Diputación; callo de…, delegado de Hacienda; ojo de gallo de…, director del Instituto". Iba renovando su estrategia de ventas según era conveniente.
PELUQUERIA EN LA PLAZA DE LA PEREGRINA. (Debajo de la casa de Casto Sampedro).
Era un gran divertimento para el cotilla de Ravachol, pues ojeaba todo lo ocurrente en ese centro, alegre y de muchas discusiones de faldas. El dueño era muy aficionado a los caballos e imitar a Don Juan Tenorio. Muy amigo de las autónomas del amor.
Su mujer era celosa, impetuosa.. ¡y las que armaba! Entraba en la peluquería y le recriminaba al esclavo barbero sus desváenos amorosos. Perfecto Feijoo, acompañado del elocuente Loro fue testigo de este episodio: "Estaba llena de clientes la barbería; entró la celosa esposa y montó un cirio de histerismos. El barbero inmutable seguía con su labor. Ella grita que grita; su marido, con navaja en mano, exclamó: "Te pido, por Dios, que dejes esto para otro momento. No lo hagas por mí, hazlo por respeto a Don Sebastián, que tiene prisa y puedo cortarlo".
En 1907 llega la modernidad a la ciudad, dejando relegadas a esas peluquerías tradicionales y de gran aportación a la cultura divulgativa y el arte de atraer clientela.
En la calle Michelena Manuel Barreiro abrió una peluquería de gran modernidad, elegancia y con todos los requisitos sanitarios. Su apertura fue laureada por periodistas y autoridades. Tenía departamento masculino y femenino en dos secciones separadas. Los baños eran de lujo y muy atrayentes, sobre todo de las Damas. Por eso centro desfilaron escritores, artistas, políticos, financieros; fue un lugar de amenas tertulias y expectantes episodios. Nos relata alguno
Prudencio Landín:
- Recuerdo a un señor, distinguido, que se hacía afeitar y pelar con el sombrero, encasquillado por temor a resfriarse. El peluquero hacía equilibrios; lo ladeaba en un sentido o en otro, resolviendo el problema con aplausos de los concurrentes. ¡El impaciente! Un truhan del Oeste. Llegaba con un naipe que era de su dominio, y jugaba con los demás el puesto y número. Lograba ser atendido con rapidez.
Aparte de su especialidad, Barreiro era un gran apasionado de Pontevedra: ofrecía su residencia a los turistas, a los tunos portugueses y guardaba recuerdos de sus presencias.
Presumía de que ere el peluquero de Montero Ríos, Echegaray, Manuel del Palacio y otros de gran prestigio. Era un experto en marketing y fue agrandando su cuota de mercado en esta ciudad.
Era una persona muy amable, cortés a todas las horas, de joven y de viejo, siempre muy reverente con sus clientes y amigos.
En estos soportales estaba ubicada la peluquería de Don Baltasar Piñeiro, donde exponía los callos de personas ilustres de la ciudad.
Aquí tenía la barbería el "Don Juan Tenorio", lugar de divertimento del cotilla y taquero de Ravachol, pues estaba enfrente de la botica de Perfecto Feijoo.
¡Disfruten de unos buenos callos y feliz caminar!
Pedro de Lorenzo Macías.
Fotografías: Sofía Lorenzo Gómez.
FUENTE: Prudencio Landín Tobío, "De mii viejo carnet"; Barberías de antaño, página 125.