El final de Podemos está siendo muy triste. El partido que nació de un proceso social, con un impulso ciudadano muy potente, que realizó un diagnóstico de la situación bastante acertado y que tenía una voluntad de cambio importante, se ha echado al monte para convertirse en un aparato al servicio de un hombre resentido y rencoroso, dispuesto a cualquier cosa por venganza.
Cuando un partido funciona por los caprichos de una persona, sucede que deja de ser un partido político para convertirse en un juguete roto.
Desde su fundación, Iglesias ha dejado muchos cadáveres políticos por el camino, deshaciéndose siempre de quienes pensaban diferente y eran críticos con su forma de dirigir la formación.
Ahora, han pasado de estar sentados en el Consejo de Ministros del primer gobierno de coalición de la democracia, a alinearse con la derecha en una votación en el Congreso. Ese es el triste camino que ha recorrido Podemos en sus diez años de vida.
Desde que dejaron de formar parte del Gobierno, todas sus actuaciones están movidas por la venganza y el rencor personal de quien dirige la formación en la sombra.
Primero, abandonaron el grupo parlamentario de Sumar, olvidando que si no fuese por la confluencia que lidera Yolanda Díaz, hubiesen tenido muy complicado alcanzar el mínimo de diputados para formar grupo parlamentario propio.
Y después, lo más grave de todo, ha sido votar en contra de la subida del decreto de conciliación impulsado por el Ministerio de Trabajo que encabezaba la ministra Yolanda Díaz y que incluía la subida del subsidio por desempleo.
Ni siquiera han sido capaces de construir medio argumento para justificar las motivaciones de la votación, lo que demuestra que responde, únicamente, a intereses personales de Pablo Iglesias.
¿Cómo puede argumentar un partido de izquierdas votar en contra de los que están en el paro?
Pablo Iglesias ha ido cometiendo todos los errores que antes criticó a los líderes de la famosa casta, precisamente, cuando él pasó a formar parte de la casta. Siempre antepuso sus intereses a los de todo un proyecto, supuestamente, creado para defender a las clases más deprimidas de la sociedad. Quería liderar un proyecto político de izquierdas, pero ha acabado votando en contra de los parados, al lado de la derecha y la extrema derecha.
Ahora están en campaña, con la mirada puesta en las próximas elecciones europeas, dónde pretenden colocar a Irene Montero para conseguirle un destierro dorado. Allí, la veremos criticar al Gobierno de España, en un nuevo acto de venganza, y formando parte de ese grupo de patriotas desleales que forman la derecha y la ultraderecha cuando están fuera del país.
Será complicado entender los votos que logren, porque los poderosos no votan a Podemos, y los trabajadores que no se hayan sentido amenazados por sus últimas actuaciones, serán unos supervivientes o los familiares y amigos de los que se presenten.
Merecemos dirigentes que crean en lo que hacen y en lo que dicen, no hay peor cosa que actuar en contra de lo que se piensa. Se puede ser de derechas o de izquierdas, pero es importante creer en lo que se hace y, ahora mismo, Podemos no cree en lo que hace ni en lo que dice. Actúa únicamente por rencor y por venganza, aunque ello signifique ir en contra de quienes les han votado o de lo que, supuestamente, piensan.