El gusto por viajar de griegos y romanos en la antigüedad es un hecho ampliamente reconocido por la historia. Las vías romanas no fueron únicamente parte de un eficaz sistema de desarrollo del comercio sino además un importante medio para lograr una de las mayores aspiraciones del Imperio: el culto por el ocio. La prioridad que se otorgaba al bienestar, a la belleza, a la salud y en definitiva a la felicidad, era algo generalizado en las clases acomodadas de la Grecia y Roma antiguas. Los viajes eran la manera perfecta de alcanzar el ideal del ocio romano, y así los desplazamientos hacia el campo, las Villas y los numerosos lugares termales donde se buscaba el lujo y el descanso fueron una constante del Antiguo Imperio.
Uno de los lugares predilectos de estos viajeros fue la Villa Termal de Pamukkale en Turquía. Su propio nombre que se traduce del turco como “castillos de algodón” nos da una idea de este lugar de ensueño. Griegos y romanos dejaron vestigios en este paraíso formado gracias a las aguas calcáreas subterráneas y a la acción de los numerosos movimientos tectónicos que configuraron un paisaje de extraordinaria belleza, declarado hoy Patrimonio de la Humanidad. No faltan razones: Pozas con aguas color turquesa distribuidas formando terrazas o socalcos y unas excepcionales vistas al valle, eran un reclamo imposible de ignorar para las clases privilegiadas romanas, que aprovecharon Pamukkale como balneario curativo y lugar de recreo y descanso.
Las blancas formaciones calcáreas y de mármol travertino que parecen descender como lenguas de nieve por la ladera de la montaña, otorgan a Pamukkale el aspecto de un paisaje celeste, casi irreal.
En el mismo emplazamiento se encuentra Hierápolis, fundada en el siglo II antes de Cristo por el rey de Pérgamo. De origen heleno pero posteriormente modificada por los romanos, Hierápolis era un centro de reposo al que acudían las clases altas para descansar y recuperarse de sus enfermedades gracias a los efectos curativos de las aguas de Pamukkale. Resulta muy interesante visitar los restos del teatro, baños romanos y termas, y especialmente la gigantesca necrópolis formada por cientos de tumbas, túmulos y sarcófagos monumentales salpicando la ladera de la montaña, donde reposaban los restos de muchos de los enfermos que tenían como último privilegio el acudir a los baños de este centro vacacional y medicinal de la Antigüedad.
El más reciente hallazgo en la zona nos remonta tan solo al 2013, año en que se descubren las denominadas "puertas del Infierno", lugar que consideraban en la antigüedad que era la entrada al averno. Esta creencia era alentada posiblemente por la aparición de animales muertos, sobre todo pequeños roedores y aves sin motivo aparente, aunque hoy día se conoce que, con toda probabilidad, dichas muertes eran debidas a los gases que emanaban del interior la tierra. Un grupo de arqueólogos italianos ha descubierto recientemente que en su interior se localiza el manantial que precisamente puede dar origen a las aguas termales de Pamukkale.
El creciente turismo del siglo XX estaba acabando con esta maravilla natural, hasta que en 1988 la UNESCO la puso bajo su protección al nombrarla Patrimonio Mundial. Hoy día, afortunadamente, en la visita a Pamukkale se pueden no solo admirar los restos arqueológicos sino tener el placer de sentarse un rato a disfrutar del espectacular paisaje e incluso remojarse en las piscinas de aguas termales, pero eso sí respetando unas normas básicas para evitar el deterioro de este rico patrimonio.
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