Hace unos días escuché a una madre decir que su hija, de apenas cinco años, pidió en su carta a los Reyes Magos, entre otros obsequios, a Alexa y estupefacta quedé cuando explicaba los motivos por los que la iba a recibir. Hablaba de las ventajas que tendría para su hija un aparato al que se le puede preguntar de todo y mágicamente obtendrá respuesta, además, reseñaba la buena mujer lo que quizá a mí más desasosiego me causó y es que le haría compañía.
Con todo detalle contaba esta mujer las maravillas que se podían hacer con lo que se podría denominar como inteligencia artificial, en este caso parlante:
"Te cuenta chistes, te dice la hora, te advierte de la metereología exterior, te ayuda con las tareas del cole, te pone música…"
En fin, que si le resto cincuenta años a los cincuenta y cinco que me adornan lo querría, ya que, a esas edades carecemos de criterio para entender y conocer la envergadura de determinadas cuestiones.
Hace algún tiempo me habría pronunciado categóricamente al respecto, pero, desde que decidí no librar batallas que no son de mi incumbencia, y ya que nadie me pidió opinión a cerca de mi parecer, me limité a escuchar y lo que decía me creó una necesidad de reflexionar sobre el tema tecnológico porque la verdad absoluta no es posesión de nadie y yo no puedo tener una opinión objetiva cuando la verdad es que no me gusta que me hable ni el surtidor de la gasolinera. Después de darle alguna vuelta a mi cabeza, tuve claro que mi posición u opinión no variaba en absoluto al primer pensamiento que surgió en mi mente al escucharla:
Ojalá que los Reyes Magos fuesen los padres…
Si esto fuese así, primaría la sensatez ante la petición de una pequeña que, por su corta edad, malamente controla sus esfínteres y carece de responsabilidad sobre las consecuencias de determinadas cuestiones. Papá y mamá valorarían seriamente sobre la necesidad que a tan temprana edad se puede tener de acercar tanta tecnología a una mente en desarrollo sobre todo, porque para ese crecimiento neuronal, necesita de estímulos que no provengan de un aparato parlanchín y que quizá fuese más apropiado alimentar su cabecita con juegos que la diviertan y formen. Nunca unos padres querrían que sus hijos buscasen compañía en una voz que proviene de un artefacto electrónico y privarse de ser perseguidos por sus vástagos por toda la casa contándoles sus ocurrencias, y mucho menos que fuese ese artilugio el que respondiese a sus dudas y preguntas, ya que, lo que más le gusta a unos progenitores, es conocer el pensamiento de sus hijos y de esta forma, además de divertirse, o incluso estresarse por lo repetitivos que pueden llegar a ser a veces, conocer de primera mano lo que les inquieta y preocupa, lo que los hace felices o les produce tristeza.
Si mamá y papá fuesen quienes de ser los Reyes Magos, no tendrían dudas en que no es la mejor idea regalar a un infante algo que podría, si no se blinda adecuadamente, ponerlos en contacto con el exterior sin estar bajo su supervisión de la misma forma que no los dejan sólos en la calle al alcance de cualquiera que pudiese engatusarles contándoles un chiste. Tampoco querrían que cualquier conversación que se dé en el hogar fuese grabada y almacenada en servidores que vaya usted a saber con qué finalidad se hace y dónde acaba esa información.
En definitiva, mamá y papá deberían ser los Reyes Magos de Oriente ya que saben que son los responsables primeros de sus hijos y, aunque la tecnología facilite la vida, son conscientes de los no pocos riesgos que supone llevar a casa un artilugio con un coste tan irrisorio que hace dudar sobre quién es el producto.
Pero sobre todo, los papás, quieren que sus pequeños, además de crecer en un ambiente seguro, tengan eso que en ocasiones no valoramos y que es poder ser y disfrutar de cosas de niños que los llenen de recuerdos y de experiencias que les lleven a su vida adulta con la satisfacción de haber disfrutado de la infancia.
Ojalá un día papá y mamá se conviertan en los Reyes Magos y no quede su labor en manos de nadie más que ellos, por el bien de sus hijos.