Los nadie

06 de novembro 2019
Actualizado: 18 de xuño 2024

Asistí en el año 2016 al estreno de la película "Los nadie" del director colombiano Juan Sebastián Mesa en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Colombia)

Asistí en el año 2016 al estreno de la película "Los nadie" del director colombiano Juan Sebastián Mesa en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Colombia). Una película "conscientemente imperfecta pero vocacionalmente libre" como define Alberto Bermejo del diario El Mundo, quien continúa "cada generación tiene su música y a veces su película" Y nuestra generación es sin duda la que más se identifica con estos Nadie. O yo, cuanto menos, demasiadas veces me hacen sentir nadie. Y sí somos nadie; un grupo de personas conscientemente imperfectas pero vocacionalmente libres; una gran parte de seres soñadores insatisfechos, pero pacíficos; una amalgama de especímenes obligados a cohabitar con sus propios carceleros; unos incomprendidos entre tanta sabiduría barata y tanto parásito engreído. Y aún así y muy a pesar de nuestra singular imperfección y nuestra más que sacrificada libertad, poseemos un inquebrantable sentimiento de confianza en el ser humano, en su evolución y en su adaptación al entorno que hace que nunca perdamos la esperanza. Confianza en nuestra capacidad de autoabastecernos, en nuestra suficiencia para regenerarnos, para sobreponernos. Para persistir.

Los nadie, a pesar de esa familia desestructurada y de ese aspecto abandonado, se enarbolan en dignos adversarios de los que se creen algo, pues combaten su esencia con la inteligencia y con la dedicación a los demás.

Mi aparente protesta no es tal si se ve desde el prisma adecuado, pues repito, poseo (como casi todos los nadie) un inquebrantable sentimiento de confianza en el ser humano, pero eso sí, intento reconducir las veleidades a las que estamos tan acostumbrados.

Y viendo el debate entre los candidatos a la presidencia se aprecia con mayor transparencia, si cabe, que los nadie somos nosotras. Un nadie con letras mayúsculas que arrastramos con minúsculo deseo. Unos nadie con ansia de justicia pero con resignada paciencia, pues somos conocedores de nuestro sometimiento. El mismo que nos hace aceptar un regalo envenenado llamado "igualdad" mientras la vida se nos escapa aterciopeladamente. Y es que son escasos los contextos en los que esa igualdad se ha conseguido.

Y en este debate a los nadie nos cautivan con tesoros de los que jamás soñábamos disfrutar. Una oportunidad, un trabajo, una familia, un hogar. Un descuento en la cuota de autónomos.... Todos ellos nos embelesan con la gratificación del reconocimiento y la oficialidad de la dignidad, y muestran con magistral maestría su plan para conseguirlo. Algunos con más acierto que otros, pero todos son alguien.

A  los nadie nos confunden también con la exquisitez de la paridad. Nos embelesan con mil y una promesas de progreso, de mejora, de florecimiento. Se nos promete un sinfín de medidas a favor de la maternidad, pues siempre hemos aguantado el envite del empobrecimiento de la población sin oponernos (incluso nos hablan de que bastará con dos hijos para completar una familia numerosa y nos agarramos a esa verdad pues cualquier ayuda nos salva. Hasta un descuento en un ilusorio billete de tren). Y nos intentan convencer de otros nadie que ahora, de repente, tanto molestan. Los inmigrantes, a los que a muchos de ellos sí, les despojaron del inquebrantable sentimiento de confianza en el ser humano. Así que cada uno de nosotros se piense muy mucho hacia dónde queremos ir y a quiénes queremos aceptar o no como iguales. Y confiar sin miedo en los que, sin duda, terminarán siendo nuestros compañeros de viaje. Puesto que aunque tengamos una Constitución conscientemente imperfecta, debemos recordar lo mucho que nos ha costado el camino andado. Y casi al límite de nuestra paciencia, tendremos que decidir, esperemos que por última vez, en qué lugar de la democracia queremos despertarnos cada mañana, los próximos cuatro años.