Lo que revelan las rotondas

25 de setembro 2024
Actualizado: 07 de outubro

Hace unos días, volviendo en coche a mi casa, una conductora sacó su puño izquierdo por la ventanilla del mismo lado (de otro modo sería casi imposible) y me mostró el dedo corazón. Tenía una mano pequeñita, a juzgar por lo que pude atisbar. ¿Por qué hizo tal cosa? Bueno, fue en respuesta a un bocinazo con que la obsequié por una maniobra de adelantamiento en plena rotonda que me enojó bastante

Hace unos días, volviendo en coche a mi casa, una conductora sacó su puño izquierdo por la ventanilla del mismo lado (de otro modo sería casi imposible) y me mostró el dedo corazón. Tenía una mano pequeñita, a juzgar por lo que pude atisbar. ¿Por qué hizo tal cosa? Bueno, fue en respuesta a un bocinazo con que la obsequié por una maniobra de adelantamiento en plena rotonda que me enojó bastante. Total que luego, dándole vueltas (al asunto, no a la rotonda) creo que ella tenía razón porque yo transitaba por el carril incorrecto. En las rotondas nunca se sabe, aunque circulares, son como el triángulo de las Bermudas del código de la circulación.

El suceso me llevó a pensar en las muchas cosas que hacemos al volante que no tienen parangón con nuestro comportamiento pedestre. Para mal, o sea. Recuerdo concretamente un caso, ocurrido casualmente en otra rotonda. O sin casualmente: las rotondas son la antesala del infierno, que suele desatarse en su interior o al salir de ellas. Esa vez la culpa no la tuve yo, pero eso es lo de menos. Lo tremendo fue mi reacción cuando un tipo se me atravesó por la derecha, provocando casi una colisión. En un cuarto de segundo, sin que recuerde orden alguna desde el cerebro por mi parte, yo había bajado la ventanilla de mi auto y le había llamado "burro" a un volumen más que audible. Fue un acto reflejo, como una vez en cuarto de primaria que aparecí al lado de una piedra que hacía de poste para atajar un tiro a puerta. Todos me felicitaron por algo en lo que yo no recordaba haber tenido nada que ver. Lo que quiero decir es que los reflejos del buen conductor son también los reflejos del mal ciudadano, en este caso empleados para agredir sonoramente a quién ha tenido una conducta que juzgamos inadecuada. Menuda estupidez, como si nuestra propia conducta al volante no sumase continuamente decisiones inadecuadas.

Luego pensé que lo que hacemos de un modo reflejo dice más de nosotros que aquello que ejecutamos de modo consciente y, por tanto, ha pasado el tamiz de nuestro juicio. Según este planteamiento, servidor oculta dentro de sí a un jenízaro de cuidado. Aunque pienso que, en contra de lo que creía Rousseau, todos llevamos dentro un jenízaro de cuidado. Dispuesto a salir afuera si nuestro raciocinio no se lo impide o si cruzamos una rotonda con un palmo de mala suerte.