Las tres miradas

07 de decembro 2023
Actualizado: 18 de xuño 2024

Una hora, sólo hace una hora que acabé con su vida. Desconozco si su cuerpo seguirá caliente. Está enfrente y tengo miedo a tocarlo. Tiene los ojos abiertos y parece observarme. Su vista se pierde más allá de mí y a pesar de esto parece observarme

Una hora, sólo hace una hora que acabé con su vida. Desconozco si su cuerpo seguirá caliente. Está enfrente y tengo miedo a tocarlo. Tiene los ojos abiertos y parece observarme. Su vista se pierde más allá de mí y a pesar de esto parece observarme. Tengo miedo, decía, a su tacto, a una venganza proveniente del otro mundo, a que de pronto se mueva su boca ahora inmóvil y comience a hablar, a hablarme…, a reprocharme.

Aquel día tuvo la culpa de verme en semejante trance. Aquel fatídico día que me acaba de convertir en un asesino. No puedo hacer otra cosa que mirar fijamente cómo resbala por el cuello la sangre aún fresca desde su sien derecha. Sí, aquel día no me podía imaginar que hoy sería un asesino y, sin embargo, aquí estoy sentado, mirando su sangre cada vez mas oscura y densa.

Kurt me pareció simpático cuando lo conocí. Tal vez un poco fanfarrón y descarado. Aun así, tuve la impresión de que se trataba de un buen tipo. Fue divertido verlo con los pantalones subidos hasta los rodillas para cruzar hacia la otra orilla del río. Cantaba una canción de una de esas películas musicales, estirando sus tirantes con los pulgares todo lo que pudo y marcando los pasos como un militar. El agua salía disparada de sus pies creando una situación de lo más cómica. El sombrero lo llevaba tan atrás que parecía le iba a salir volando en cualquier momento. Al terminar de cruzar se reunió conmigo ofreciéndome una sonrisa de oreja a oreja. Sí, era un tipo afable; de eso no cabía duda. Me miró con aquellos verdísimos ojos y me dijo:

—Soy Kurt, Kurt Sanders. Usted debe ser Ariel.

Asentí y tras un apretón de manos lo acompañé a la casa. Me la enseñó al detalle. Me pareció bien y me la alquilaba barata, así que di el visto bueno. Al salir apuntó con el dedo hacia otra casa que se descubría tras una acequia.

—Esa es mi casa —dijo sosteniendo una paja entre los dientes—. Estamos muy cerca y siempre es bueno por lo que pueda suceder, ¿no cree? Venga, le presentaré a mi mujer. Hace la mejor tarta de chocolate del estado; ya lo verá.

Pasamos el puente de la acequia y en apenas diez minutos nos plantamos en la granja. Abrió la puerta de la casa.

—¡Melanie! ¡Melanie! —exclamó hasta llegar a la cocina—. Hola, amor.

Es Ariel, el nuevo inquilino. Ariel…, mi esposa Melanie.

Me quité el sombrero y la saludé. Después se sentó un tanto reclinada hacia atrás. Cruzó las piernas descubriendo una de sus rodillas. El granjero, desde luego, tenía buen gusto. Sus rojizos tirabuzones caían sobre los hombros…

La primera vez que me acosté con Melanie creí que no pasaría de una aventura pasajera. No pude estar más equivocado: ya va para más de medio año. Al principio era ella la que se acercaba a mi casa. Más tarde fui yo el que comenzó a ir a la suya mientras Kurt, su marido, cuidaba de los animales. Los gemidos quedaban atenuados entre los balidos de las ovejas y el mugir de las vacas.

Jamás vi el rostro de Kurt tan desencajado que cuando nos sorprendió en el pajar. Era inconcebible tanta ira en un hombre. Nos miramos los tres sin pestañear. Ni una sola palabra. Se acercó hacia mí con una hoz en la mano. Fui capaz de anticiparme cuando estaba a punto de bajar hacia mi cuello, clavando en su sien un azadón que había a mi lado. El grito de Melanie fue estremecedor. Desapareció. Imagino que me delatará, no lo sé… Tampoco se lo reprocharía. Kurt está apoyado contra la pared, con los ojos abiertos… Tal vez él sepa dónde ha ido su esposa.