Muchos lectores conocen, han leído y se han conmovido con Luis Landero porque sus libros hablan de vidas corrientes, de sueños e ilusiones y de fracasos y decepciones, en definitiva, de nosotros y de nuestra normalidad, por mucho que los tiempos y los espacios sean variados, que tampoco lo son en demasía, con su gusto por el mundo rural.
Y lo siguen haciendo porque, pese a alcanzar la cima profesional –reconocido al unísono por crítica, público y compañeros de profesión desde su sonada irrupción con Juegos de la edad tardía– Landero sigue ofreciéndonos libros notables, con la elegancia y la facilidad de quien se halla en plena madurez creativa y esto es lo que debemos valorar por encima de otras cosas, de quien no se conforma con el status alcanzado y respeta al lector, al lector que ya sabe de sus virtudes y es amigo y al lector nuevo que acabará siéndolo.
La última función (Tusquets, 2024) ejemplifica todas las virtudes de este Landero maduro, consolidado como uno de nuestros más fecundos narradores y al que algunos sitúan en el camino, siempre cargado de tachuelas, siempre de final inexplicable, del Nobel. Dicho esto, también en este libro, corto, más que suficiente, el lector encontrará al Landero inicial, el de Caballeros de fortuna, con el que no pocas cosas comparte, empezando por el apellido de uno de sus personajes centrales.
Lo son Tito Gil y Paula. El primero de ellos regresa a su pueblo natal, San Albín, en la sierra madrileña, tras ser incapaz de triunfar en el mundo del teatro y la música, algo que todos daban por hecho por poseer una voz sin parangón, escogida para el éxito ya desde la cuna. Ahora, por mucho que su vida profesional no haya resultado exitosa precisamente, usar su aura y su leyenda es la única oportunidad que queda al pueblo para evitar el abandono y la decrepitud y a sus habitantes la marcha a cualquiera de las ciudades próximas.
Tito Gil retorna por obligación mientras Paula se confunde y baja en su estación, un simple apeadero. El azar le va a ofrecer, también a ella, la última oportunidad de aproximarse al menos a los sueños de su juventud, de dejar atrás su vida monótona y abúlica y colocarse ante la ocasión soñada, siquiera tanteada, de cambiarlo todo.
Landero se centra en la vida de ambos, en las de las personas que atraviesan sus vidas y también en las de otros de los habitantes, pasados y actuales, del pueblo. Para ello usa a lo que él denomina los rememoradores, esos vigilantes de las pocas esencias que quedan en San Albín (y en casi todos los pueblos), cronistas en extinción de un mundo que se vacía y se muere. Por su narración conocemos cómo los sueños e ilusiones del pasado quedan postergados por la rutina y la abulia del hoy y cómo la resistencia ante el paso del tiempo empequeñece ante el temor al cambio y la ruptura.
Como todas las suyas, La última funciónes una novela sobre gente sencilla y normal, sobre soñadores que ceden ante la realidad –cervantina o quijotesca son de los adjetivos más socorridos para hablar de la literatura de Landero– y sobre otros que se insubordinan y procuran un último hálito, un soplo final para revolverse ante la invariabilidad de su vida.
La unión final de Tito Gil y Paula, invisibles e invisible ante ellos todo lo demás ("...casi siempre hablaban del futuro y el amor y el futuro suelen ir juntos, si es que en el fondo no son la misma cosa") concluye una obra redonda, en la que nada se aleja de la temática habitual de su autor y todo se conduce con una serenidad y madurez extraordinarias. Un gran libro.