La imagen (Parte 7ª y última)

19 de marzo 2024
Actualizado: 18 de xuño

Colás estaba escudriñando la pantalla del ordenador y, juraría, que comentaba algo en voz baja. Lo noté porque, aunque llamé a la puerta de su despacho antes de entrar, siguió con su fijación y sólo, tras mis "buenos días", logró prestarme atención dejando escapar un par de palabras ininteligibles de su tácito monólogo. Me miró unos segundos para centrarse y sólo entonces esbozó una ligera sonrisa

Colás estaba escudriñando la pantalla del ordenador y, juraría, que comentaba algo en voz baja. Lo noté porque, aunque llamé a la puerta de su despacho antes de entrar, siguió con su fijación y sólo, tras mis "buenos días", logró prestarme atención dejando escapar un par de palabras ininteligibles de su tácito monólogo. Me miró unos segundos para centrarse y sólo entonces esbozó una ligera sonrisa.

— Perdona, estaba en Babia concentrado en la gala de la Academia del próximo otoño. Puede que llevemos a más de tres autores.

Me dijo, involucrándome en una dicha que a mí me importaba más bien poco.

Fui al grano, sin rodeos.

— Vaya, yo pensaba que estabas a gusto aquí -afirmó sin convicción- Entonces supongo que tienes algo proyectado de manera inminente. Una gran baza para tu futuro. Es así, ¿no?

De sobra sabía yo que mi actitud en la editorial era la comidilla de más de uno. Creo que para Colás fue un auténtico notición mi renuncia.

— Te echaremos de menos.

Seguía mintiendo. Se había levantado de la silla para estar a la altura de mi rostro y mostrarse afectivo, mientras observaba distraído su diploma universitario.

Quise terminar cuanto antes la comedia y le dije que tenía unos asuntos urgentes que tratar en relación a mi nuevo empleo.

— Sería indiscreto preguntarte cual es el trabajo.

Me comentó tras pestañear varias veces como si se despabilara de una pesadilla desagradable.

Le dije que había conseguido un puesto en la Delegación de Hacienda de una ciudad costera. Lo primero que se me ocurrió.

Sin despedirme de ninguno de mis compañeros, salí a la calle.

Ya había telefoneado antes para que no me estrellara, sin embargo pasé un rato incómodo volviendo a ver la jeta miope de Cerratos. Sentado frente a su mesa llena de polvo y papelotes, auscultaba sus alrededores y su espalda con la viveza de un felino.

— La oveja vuelve al redil y con las orejas gachas.

Añadió, con malicia pueril, cuando terminé de contarle mi deseo de volver a trabajar en el túnel.

Me dejó unos minutos solo mientras él fue a consultar al administrativo jefe mi readmisión.

El calendario con la mujer tetona cobijada bajo la enorme pala del bulldozer Komatsu D575A-3 seguía en su sitio sólo que con menos hojas pero con el mismo tomo de polvo en su filo metálico. Estaba de nuevo "en casa", pensé, y me sentí bien, relajado, sin necesidad de comentar nada que no fuese prudente decir.

— ¡Tengo noticias! -dijo Cerratos entrando aprisa en la oficinucha- Tu puesto no podemos ofrecértelo, sin embargo el señor Oliva está dispuesto a contratarte como peón de limpieza. No ganarás igual pero es un buena ocupación, tan digna como cualquier otra.

Accedí. El alquiler que pagaba ahora por mi casa era muy inferior al de antes y podía permitirme ganar menos dinero. Lo importante era sentirme en mi lugar y dejar atrás toda mi imagen ridícula en la editorial. Uno tiene que adaptarse a lo que realmente es y no suplantar a otro que acabará incomodándole. Nunca debí parecer el que no era, me reprendí tras firmar el contrato.

Al día siguiente coincidí a la hora de la comida con mis antiguos compañeros. ¡Qué momento! Mi categoría me impedía trabajar al lado de ellos, pero en el tugurio que hacía las veces de restaurante nos reunimos.

— Ya sabía yo que tu espantá tenía algo de faldas.

Dijo Dionisio, con su segunda copa de coñac en la mano, después de que les contara a todos que mi ausencia de casi seis meses se debía a que me fui a vivir con una venezolana forrada de dinero.

— Y ¿dejaste a esa mujer de bandera que tenías? -preguntó Adrián.

— Claro. Me harté de follar y vivir de lujo y he vuelto adonde salí. Eso es lo que tenemos los cabezas locas. ¡Brindemos por mi regreso!

Aseveré riendo y elevando mi copa a la techumbre del recinto de comidas.

Estaba eufórico. Trabajaba esforzándome al máximo y canturreando como si el sudor fuese un elixir hercúleo. En las comidas reía y contaba historias inventadas con la mujer venezolana, en el trabajo agachaba la cabeza sin pensar en otra cosa que cumplir de manera sobresaliente con mi trabajo rutinario.

Tras los primeros catorce días de trabajo, llegó la semana libre. Al salir de la ducha el primer día de asueto me fijé en mis uñas: volvían a estar renegridas y rotas. Mi cutis, curtido por el aire serrano, estaba enrojecido hasta una faja a mitad de la frente que aparecía lechosa, merced a la protección del casco. Me deprimió mi aspecto. Estuve dando vueltas en la casa sin saber qué hacer hasta que decidí aventurarme hacia lo andaba rondando en mi magín desde días atrás.

Me desplacé al centro de la ciudad hasta una vieja tienda de compra y venta de películas y música antigua que conocía de sobra. El dueño festejó mi llegada como si fuera ese familiar indiano perdido en el tiempo. Mi dinero no llegaba para mucho, pero pude comprarme "Close to the edge", en una versión remasterizada de ese mismo año, y la caja especial con tres filmes esenciales de Orson Welles. Me pasé también por una tienda de ropa donde vendían las camisas estampadas que tanto adoraba.

Llegué a casa cargado con un par de bolsas y feliz.

Al día siguiente fui a visitar la casa donde viví anteriormente. Estaba ocupada por alguien que había puesto unas macetas con geranios en las dos ventanas que daban a la calle. Respiré el aire límpido del barrio y contemplé la armonía que reinaba en las calles y no la vocinglería de mi barrio actual. Llevaba puesta la camisa estampada, aunque no conjuntara con mi pantalón anchote y mis zapatos gastados, y por un momento creí habitar aquella casa otra vez. Caminé entonces más erguido, con garbo y como si todos me admiraran desde ventanas y aceras, escondidas mis manos en los bolsillos y con una sensación tantas veces vivida que me rejuvenecía.

— ¡Qué tal, señor! -me recibió Eulogio, el peluquero- ¿Se mudó usted de barrio?

Le conté que unos asuntos de suma enjundia en Brasil me habían tenido alejado pero que volvería al distrito en breve.

— Es lo que tiene dedicarse a la inversión inmobiliaria, Eulogio. -le dije haciendo un gesto elocuente.

Le pedí que me cortara el pelo al estilo de siempre.

— ¿Corto por arriba y larguito por atrás, señor?

Asentí de buena gana.

Mirándome en el espejo, al tiempo que Eulogio trabajaba, pensé en acercarme a Novomúsica. Conocía al dueño y tal vez podría conseguirme un reproductor cd-dvd a buen precio, aunque fuese de segunda mano. A finales semana que venía cobraría. También me hacía falta un espejo de cuerpo entero. Sí. Y un sillón en condiciones. Y una cama con un colchón viscoelástico. Claro.