La imagen (Parte 4ª)

27 de febreiro 2024
Actualizado: 18 de xuño

Hacía bastantes años que no me encontraba tan a gusto. Mi hermano me daba la posibilidad de mostrarme como verdaderamente era sin necesidad de subterfugios que me igualaran con las maneras de mis compañeros laborales. No tendría que desdoblarme, ser yo por completo, y eso era una muy buena noticia

Hacía bastantes años que no me encontraba tan a gusto. Mi hermano me daba la posibilidad de mostrarme como verdaderamente era sin necesidad de subterfugios que me igualaran con las maneras de mis compañeros laborales. No tendría que desdoblarme, ser yo por completo, y eso era una muy buena noticia.

Colás me dijo que, como quedaban unos pocos días, comenzara en la editorial a primeros de mes, aunque podía pasarme cualquier día para ir conociendo el ambiente y a los colegas.

No dudé en ataviarme como un auténtico intelectual, puesto que iba a andar entre ellos, ya que el hábito no hace al monje pero ayuda al que se lo pone. La primera impresión siempre cuenta y no estaba dispuesto a que pensaran mis futuros compañeros que era un destripaterrones, hermano de uno de los dueños de la empresa.

No me hacen falta gafas, pero me compré unas de montura de pasta redondas con cristales sin graduación. Un par de trajes de corte moderno, con las arrugas justas de tendencia, para parecer dejado sin serlo en absoluto, unos pantalones vaqueros de marca gastados, varias camisas con estampados de diseñadores en boga, deportivas Adidas y dos pares de mocasines de ante de corte vintage.

Me corte el pelo en una peluquería del centro y, por último, me compre una fragancia de Paco Rabanne de mucha tirada.

Uno de esos días no tuve más remedio que ir al túnel a firmar mi renuncia. Fui adrede a la hora que sabía que todos estarían trabajando para no tener que dar explicaciones de nada. Fue inevitable que entablara conversación con el señor Cerratos en la administración.

— No es normal que nadie pida la liquidación despidiéndose -dijo, auscultándose por encima de sus gafas de miope mientras movía unos papelotes- Tienes que tener una buena oferta para irte, ¿me equivoco?

— Excelente, Cerratos, excelente.

Fue lo que le respondí.

Firmé los documentos pertinentes y me largó un cheque por una cantidad irrisoria.

— Hasta nunca.

Le dije, saludándole burlón con las dos manos.

Dos días antes de que me contratara la editorial de mi hermano, me pasé por sorpresa en la sede. Estaba en el centro de la ciudad en un barrio donde se ubicaba la gente gay más selecta. En la segunda planta de un edificio vanguardista, pero con las reminiscencias necesarias para considerarlo clásico (por ejemplo, el pasamanos en la escalinata del portal tenía fraguado en sus extremos la cara de un león), se hallaba la Editorial Folio en Blanco, esa que dirigían mi hermano y sus dos socios. Pregunté por Colás a una recepcionista, de pelo enrojecido y piercing doble en su oreja derecha, que mascaba chicle.

— Ahora mismo sólo está el señor Martelo en la dirección -dijo con premeditada desgana- ¿Qué es lo que deseas?

Tuve la sensación que la chica me trataba con demasiada confianza como si fuese uno de los innumerables pelmas que acudían allí en busca del éxito literario. Adquirí un gesto severo para presentarme como “el nuevo socio capitalista de la editorial” diciéndole mis dos apellidos.

— Entonces te paso directamente con Martelo. -añadió con desenvoltura. Luego pulsó una tecla y dijo: “Señor Martelo le espera su nuevo socio”.

Tras una prolongada pausa, el tal Martelo le sugirió que fuera a su oficina.

La joven, con un intrincado movimiento de cejas, me señaló una puerta al fondo de un pasillo.

Cuando entré en la oficina, Martelo estaba levantado de su escritorio escudriñándome de arribabajo. Era un tipo que no pasaría de los cuarenta con el cabello rizado y alborotado que vestía un chaleco encima de una camisa vaquera.

— Creo, caballero, que aquí hay un error -balbució queriendo hallar en mi rostro alguna pista.

Le expliqué que mi hermano era Colás y que, el lunes que viene, entraría a formar parte de la plantilla de la editorial. No hizo falta que le diera explicaciones de eso del “nuevo socio capitalista”.

Hizo un gesto de extrañeza tras el cual me tendió la mano y dibujó una amplia sonrisa. Me propuso una visita por la editorial. Al salir de la oficina me cedió el paso poniéndome una mano sobre la espalda.

No había lo que se dice muchos trabajadores en las mesas, unos diez o doce que miraban una pantalla y tecleaban sobre un ordenador portátil. Otros, dentro de una oficina transparente, hablaban por un teléfono móvil sentados sobre el pico de sus escritorios.

— Como puedes ver, aquí todos somos colegas. Eso de las jerarquías se queda de la puerta de la editorial hacia afuera.

Me comentó adornado por una sonrisa blanda y una modulación de voz radiofónica.

Mi traje de arrugas bellas no conjuntaba con aquella gente vestida de manera informal. Me fui encontrando ridículo, demasiado esnob, caminando entre mesas con pantallas gigantescas y cientos de cables tirados por el suelo. Como me urgía un cambio rápido, opté por quitarme la chaqueta y colgármela del brazo. También creí necesario enrollarme las mangas de la camisa un punto por debajo del codo. Sentí el cosquilleo de la armonía recorriendo mi cuerpo y refrescando mi mente.

— Mira, te presento a Olga que será tu compañera desde el lunes.

Olga Tejero, evaluación de textos, como leí en el cartelito al borde de su mesa, era una jovencita delgada y risueña que llevaba el cabello sujeto con una diadema floreada. Me apretó la mano al saludarme de manera contundente.

— ¿Te gusta lo que ves? -me preguntó enseñándome sus dientes albos.

Supuse que no se refería a ella, pues me pareció feucha y demasiado jubilosa.

— De puta madre, tía. Sobre todo me encanta esa manera que tenéis de estar tocándoos los huevos y que parezca que hacéis algo.

Pero no dije eso. Alabé el ambiente y que me encantaba que fuera ella mi primera compañera.

A Olga se le extendió la sonrisa y múltiples arruguitas se le marcaron por debajo de los ojos. No era tan joven como parecía.

— Bueno, pues el lunes os ponéis al día. -dijo Martelo, tomándome del brazo y llevándome hacia una salita en donde había una mesa alargada con sillas, un microondas y unas máquinas de café y bebidas refrescantes.

— Nuestro oasis.

Enunció señalando con ambos brazos la estancia.

Me sugirió alguna bebida pero me evadí diciéndole que tenía una cita para comer y tenía que irme ya.

— Pues bienvenido a Folio en Blanco. Nos vemos el lunes próximo.

— Cojonudo, tío. Me voy corriendo al restaurante no vaya a ser que a la pibita se le vaya enfriando el chumino. Nos vemos.

Pero tampoco dije eso. Le agradecí su gira por la editorial y me despedí con un entusiasta apretón de manos.

Estaba seguro de haberles caído bien, aunque me faltaban ciertos retoques para rematarlo con un diez. Todo se andaría.