Cuando he tenido ocasión, he dejado claro que no soy, ni de lejos, una madre perfecta. No lo soy si juzgamos la perfección como la falta de incorrección y errores. Tampoco considero que mis hijos lo sean porque, al fin y al cabo, como seres humanos en desarrollo continuo, tendrán que errar, aprender del error, corregirlo y no volver a incidir en ello.
Ser madre o padre supone el riesgo de equivocarse y, sin duda alguna, reeducarnos al lado de nuestros hijos aprendiendo de ellos. Corregirlos sin imponernos, lo cual resulta más sencillo dando ejemplo, pero a veces también hemos de, en mi opinión, marcar límites para que aprendan a no sobrepasar los de otros y al tiempo no permitan sobrepasar los propios.
Acarrea ser padres mucha responsabilidad yentonar el mea culpa cuando sea menester para no caer en la disculpa de sus actos y actitudes señalando además a otros.
Implica comprender y aceptar que nuestros hijos no son una posesión, sino una parte de nosotros y, por esa razón, deben tener la oportunidad de vivir como quieran y hacerse cargo de su vida y actuaciones.
Conlleva poner corazón y alma por la responsabilidad que adquirimos una vez decidimos traerlos al mundo y ser conscientes de que es un trabajo que ha de realizarse conjuntamente con otros, a quienes hay que agradecer porque de su implicación también depende la calidad de vida de nuestros vástagos.
Cuando tenemos que enfrentar problemas relacionados con nuestros hijos, quizá lo más importante, mucho más incluso que la solución a los mismos, es que en ese angosto y empedrado camino topemos con personas capaces acompañar, ayudar, comprender e incluso comprometerse a lograr una solución.
Cuando los problemas surgen de una enfermedad, es cuando comprobamos y nos percatamos de lo trascendental que es que las personas que rodean a nuestros hijos, y por ende, a nosotros, sean quienes de volcar su empatía, sus conocimientos, su ayuda y, además de todo esto y como un hándicap añadido, cumplir con sus obligaciones y mantener la asepsia necesaria que no comprometa su labor pero dando la confianza que en este caso la familia necesita.
Hablo ni más ni menos que de las personas encargadas de su educación intelectual: sus profesores y el personal que desde el centro escolar lleva a cabo su labor diaria, sin discriminación por el puesto que ocupe, que ante circunstancias especiales, además de la responsabilidad de las cuestiones académicas, se vuelven parte necesaria en el tránsito hacia la solución de las cuestiones que se van generando durante ese periodo de indisposición.
Por ello, gracias.
Gracias a Santiago Montero que, además de ser profesor de Biología y Geología, este año se convirtió en una gran ayuda para Águeda y su familia, y al que le estaremos eternamente agradecidos ya que ha logrado que su buen hacer sea una huella que quedará para siempre en su alumna.
Gracias a él y a todo el profesorado del IES Ponte Caldelas, que se convirtieron en estos días complicados en aliados necesarios y a los que una servidora les agradece hoy y lo hará siempre.