Información y conocimiento. Apuntes

15 de outubro 2024

Me paro en un kiosco de prensa (de los pocos que van quedando): su escaparate está lleno de revistas del corazón, de estética (o de lo que se entiende ahora por estética), de coches de lujo, decoración de interiores (por cierto, las paredes de las casas cada vez tienen menos librerías). Al lado del kiosko una clínica (o ¿es una tienda?) de estética anuncia lipoesculturas a crédito. Ojo, la Cirugía Plástica y Reparadora es una especialidad importante – como cualquier otra – en el ejercicio de la medicina. Los que se dedican fundamentalmente a la estética están en su perfecto derecho.  Incluso los que se anuncian como lipoescultores que combinan el arte con la cirugía. El arte, que como todo el mundo sabe es carísimo añade un plus a los precios. Lo que sucede es que han aparecido profesionales no médicos que, a veces, asumen tratamientos o actividades que les exceden, en la prensa aparecen noticias inquietantes al respecto. Siempre pueden inyectarte colágeno: el burka de occidente, así se refería a él "El Roto".

La gente tiene perfecto derecho a, como se decía antes, hacer de su capa un sayo y de su cuerpo un espectáculo andante con los tatuajes que desee. Como soy un anticuado malicioso, pienso muchas veces que – pronto – empezará a ponerse de moda quitarse los tatuajes y recuperar el aspecto anterior. Bien está, el mundo del arte siempre ha utilizado el cuerpo en muchísimas de sus obras, como representación pictórica, escultórica etc. Pero no sólo como representación, también como soporte material de la obra. Soporte estático y dinámico. Analícense si no las Antropometrías de Yves Klein donde el cuerpo es a la vez, tema y pincel.

El problema, en el fondo, es la confusión y la mezcla entre información y conocimiento. Hay gente informada, en cualquier ámbito profesional: científico, político, cultural etc. que se cree en posesión del conocimiento cuando está desbordada de información sesgada que los ciudadanos legitimamos con eso que se llama alienación. Los poderosos no son tantos, la clase media es permeable y pasamos de estatus inferiores a superiores con facilidad. Consumimos fielmente, para eso hemos sido educados. Consumir es el único ocio o placer – muchas veces directamente "opio" - que quieren que ejercitemos. Ahora el consumo se ha extendido con más intensidad que antes (quizás siempre ha existido) al terreno de la estética personal y no basta ya con la indumentaria, con los adornos de vestuario, ofrecemos con gusto nuestra piel.

Los niños de ahora que desde que nacen viven en casas en las que apenas hay libros, compiten en la escuela, sus parques son los centros comerciales, sus ídolos gentes que corren en coches o motos a velocidades prohibidas fuera de los circuitos, educados en el mundo de lo espectacular, de las imágenes manipuladas.

Esta semana me han llamado "chico" en un restaurante, "cielo" en la peluquería y "abuelo" en un hospital. Esta pretensión de que seamos clientes y no ciudadanos sólo podría evitarse con una temprana educación para la ciudadanía que nos formara en el conocimiento y nos redujera la hiperinformación.

El sistema capitalista ultraliberal nos inculca que donde hay comercio hay civilización, y viceversa, pero el capitalismo no puede asociarse miméticamente a la democracia y semeja más incompatible con los derechos humanos.  Un reciente libro del profesor Byung -Chul Han explica muy claramente que narración e información son fuerzas opuestas, que de las narraciones surgen los lazos que nos vinculan y que su espíritu se pierde entre informaciones que transforman a las personas en consumidores aislados que así aumentan su productividad. Yanis Varoufakis va tan lejos que asegura que el capitalismo ha muerto y ha sido sustituido por el tecnofeudalismo. Y que el poder capitalista se desplazó de la esfera económica (comercio, industria ) a la esfera financiera, a las plataformas digitales - los señores feudales de ahora- que  son los que llama propietarios del  "capital de la nube". Los demás hemos vuelto a ser siervos, a la manera del medievo.  

Marcuse explicaba muy bien que "de las alienaciones de conciencia no hay forma de escapar".