Heridas invisibles

24 de xaneiro 2024
Actualizado: 18 de xuño

Hace aproximadamente quince años, una amiga mía recibió una citación del colegio de su hijo para una tutoría. El niño, de unos siete años, se había liado a tortazos con un grupo de compañeros

Hace aproximadamente quince años, una amiga mía recibió una citación del colegio de su hijo para una tutoría. El niño, de unos siete años, se había liado a tortazos con un grupo de compañeros.

 

Cuando llegó al colegio con su hijo, el grupo de compañeros, a la puerta del colegio y delante de su madre, aunque a cierta distancia, lo llamaron y se pusieron a saltar y a rascarse, imitando a los monos.

El hijo de mi amiga, quien, a ojos de todos, incluidos los tutores había comenzado la pelea, fue adoptado en Etiopía y llevaba desde comienzo de curso soportando ese trato denigrante sin que nadie lo advirtiese. Solo se destapó cuando él, harto, decidió defenderse solo y pelear de la única manera que sabía.

 

Tras las vacaciones de Navidad del pasado 2023, hablé con otra madre convocada también a una tutoría en otro colegio. Su hija había empujado a una compañera, ambas de 11 años. La compañera le devolvió el empujón y se enzarzaron. Se les pidió a las niñas que escribiesen en clase su versión individual de lo que había sucedido y que se pidiesen mutuamente disculpas.

Una de ellas, la hija de la madre con la que hablé, lloró al pedirlas y pidió, por favor, a su compañera que le perdonase.

La otra niña, pidió mecánicamente perdón, como si estuviese leyendo una nota y, al día siguiente en clase, antes de la tutoría, se burló de su compañera delante de los demás niños por haber llorado.

 

El día de Reyes recibí un WhatsApp intimidatorio de una trabajadora a la que tuve que despedir porque su comportamiento dejaba mucho que desear.

Si está mujer se hubiese acercado a mi casa y me hubiese agredido de forma física, todo el mundo consideraría lógico y normal que yo la denunciase. Como lo que hizo fue "solamente" enviar un WhatsApp, me tragué el dolor y la rabia por ese regalo de Reyes envenenado, contesté y bloqueé su contacto. ¿Quién va a dar importancia a una agresión escrita, como millones que circulan habitualmente por redes sociales?

Además, en este caso, está hecha con palabras tan bien escogidas que no contienen ni un solo insulto, pero apuntan a donde más me puede doler. Si ese mensaje lo hubiese leído alguien extraño a mi entorno, no habría podido advertir toda la agresividad que encierra.

 

Quince años después del episodio de mi amiga y de su hijo que se enfrentó a un grupo de compañeros que por ser negro le llamaban mono (sin hablar, ni tocarle un pelo) seguimos considerando las agresiones verbales como algo normal.

 

En los programas de televisión e incluso en los debates parlamentarios el nivel de violencia verbal es abrumador.

 

Aunque para presentadores y políticos sea un juego, algo probablemente guionizado, se le da una apariencia de seriedad que cala en el espectador, más que el propio fondo de lo que se debate y la forma en que se transmite, se contagia, se interioriza y se repite fuera de la pantalla.

 

Si nuestros políticos se dieran de bofetadas en plena sesión parlamentaria, sería un escándalo. Cómo "sólo" se insultan, es normal.

Estamos habituándonos a una violencia no física que hace tanto daño a nuestra salud, como la que se infringe al cuerpo.

Que algo se convierta en hábito no significa que esté bien o que deba normalizarse.

 

Este “blanqueamiento” de la violencia verbal o escrita en nuestro día a día, está relacionada con el poco valor que le damos a la salud mental.

Si alguien tiene una gripe fuerte y se queda en la cama, sabe qué puede tomar para aliviar los síntomas y además se entiende que no vaya a trabajar.

 

Si una persona sufre ataques de pánico y es incapaz de levantarse de la cama, la mayoría de la gente pensará que es una excusa para no cumplir con su trabajo. Aunque se maree, aunque hiperventile, aunque sienta que se ahoga.

Probablemente, tampoco sea un cuadro que preocupe demasiado si acude a Urgencias.

 

Que la salud física es importante, que la violencia física debe repararse, son dos afirmaciones universalmente aceptadas como ciertas, pero. ¿Qué hacemos con las heridas que no se ven? ¿Por qué la salud mental es salud de segundo orden, si cuando no la tenemos o la perdemos por un maltrato continuado, invisible y aceptado, nos incapacita igualmente? ¿Por qué en ocasiones se hace responsable al enfermo de su dolor, lo que no ocurre en ningún otro trastorno?

 

Este aislamiento social y esa falta de comprensión hacen que el enfermo se avergüence de su problema, y por tanto no lo cuente, añadiendo tristeza y soledad a la enfermedad.

 

 El pasado 13 de enero se conmemoró el Día Mundial contra la Depresión, un trastorno de la salud mental que según las cifras actualizadas de la O.M.S padecen 280 millones de personas en el mundo. La depresión es un 50% más frecuente en mujeres, puede producirse tanto por factores endógenos, p.ej. hormonales, como exógenos, y entre estos últimos están las situaciones de abuso familiar, escolar o laboral. Cualquiera puede padecerla y aun así se calcula que un 75% de enfermos no reciben tratamiento. Se invierte menos en salud mental y falta personal sanitario especializado.

 

Cuando pensamos que podemos ponernos enfermos, la preocupación empieza porque reconocemos el dolor físico. Nos protegemos contra las corrientes de aire, pero no contra una mala contestación o una pregunta impertinente o malintencionada. Nos preocupa más un virus que una falta de compañerismo en el trabajo o los estudios.

 

Cuando la salud mental comienza a resentirse, no lo advertimos, porque nadie nos ha educado para detectarlo ni en nosotros ni en los demás. En nuestro aprendizaje o en nuestra educación no se ha concedido a lo no físico o al lenguaje no verbal, la importancia que tiene.

 

No creo que las agresiones físicas o las enfermedades del cuerpo estén sobrevaloradas, si no que la violencia verbal o las enfermedades mentales se infravaloran. Un daño físico es más fácil de ver.

Y ahora, en una época en que, desafortunadamente, la imagen, prima más que nunca, lo que no se ve, no existe. Aunque sea importante.