Para los poco, o nada, creyentes, el primer día de noviembre se conmemora el inicio del invierno y el fin de la cosecha. Esa es, al menos la explicación tradicional. Oficiosamente, se trata de un día de fiesta para que la juventud se disfrace de zombi y los asalariados tengamos un día de asueto.
Y, por lo que parece, Feijoo ha decidido unirse al grupo de los primeros, es decir, de los que se disfrazan de zombis y dan rienda suelta su imaginación más perversa. A fin de cuentas, políticamente, Feijoo no es más que un muerto viviente que, como si un hechizo de brujería se tratase, se encuentra poseído por la rama más radical de su partido con el fin de dominar su voluntad.
De no ser así, difícil sería de explicar su última aparición, en la que se ha dedicado a valorar la honestidad y la firmeza de Carles Puigdemont, además de mostrarle su respecto más absoluto. Sí, han leído bien. Feijoo, invadido quizás de algún encantamiento por la cercanía de la noche de los muertos vivientes, ha hecho que Puigdemont haya pasado de ser un prófugo que ponía en riesgo la unidad de España, a convertirse en alguien admirable, riguroso, y que siempre dice la verdad.
No me digan que no parece cosa de meigas. Sostuvo, el abducido Feijoo, que en un país donde los políticos están acostumbrados a mentir (incluyéndose, por supuesto, a sí mismo, como el primero de la lista) Puigdemont rompe con esa imagen porque, además de no mentir, tiene las ideas muy claras y sabe lo que quiere.
Probablemente, a Feijoo, no le haya parecido suficiente mentira que Puigdemont prometiese a los catalanes que la independencia era posible; o puede que, comparándola esta con las mentiras que él suele decir, le pareciese algo menor.
Quienes justifican los halagos de Feijoo al prófugo, no lo hacen creyéndolo poseído por algún maleficio, sino que lo justifican diciendo que se encontraba en Cataluña, rodeado de empresarios catalanes y que, por tanto, se vio un poco forzado a expresarse de tal manera. Es una pena que el hechizo no lo hubiese pillado rodeado de currantes, porque podría haberles prometido la subida del salario mínimo que en condiciones normales les negó.
En todo caso, lo único cierto es que decir la verdad no es una cualidad de Feijoo, y que tampoco dice lo mismo en Barcelona que en Madrid porque no se atreve. Pero prefiero quedarme con la versión más romántica, la del embrujo de la noche de Halloween, renombrade a partir de ahora como Feijoolloween, que lo hechizó e hizo que halagase a quien, hasta la fecha, era un demonio para su partido. De ahí, a votar a favor de la amnistía, hay un paso.