En política, todo lo que sea legal, esté dentro de la Constitución y sea fruto de acuerdos, es perfectamente lícito y legítimo. Eso es hacer política, en eso consiste arreglar los problemas y eso, es tratar de unir y no separar, porque la separación solo lleva a un destino, el conflicto. Y eso es lo que hace el PP, separar entre españoles buenos y españoles malos, abriendo una enorme brecha en la sociedad.
Lo que tenía que haber hecho Feijoo, en lugar de manifestarse para patalear por la carencia de socios para la investidura, es sentarse con todos los grupos parlamentarios del Congreso, explicarles su programa, tratar de ser receptivo, convincente y, si tuviese un mínimo de rigor, explicar cuál es su postura política y su idea para resolver los problemas que tiene el país. Solo por ahí, pasa el éxito de cualquier investidura cuando, como sucede desde hace años, las mayorías absolutas son una quimera.
Pero no lo ha hecho y, en consecuencia, hemos vivido una investidura en la que el propio candidato había renunciado a lograrla incluso antes de intentarlo. Tiempo tuvo para rectificar su postura, para marcar una posición clara y dejar de dar bandazos ideológicos. Al contrario, se echó en brazos de la ultraderecha sabiendo que esa llave, que le ha abierto muchos gobiernos autonómicos, no vale para la cerradura de la Moncloa.
Feijoo lleva dando tumbos desde que asumió la jefatura del partido, pero en lo único que no le ha temblado el pulso es en dejarse llevar por el ala más radical de la derecha, la que está más cerca de Vox. Ha mentido, se ha puesto en evidencia, ha negado cualquier tipo de entendimiento y, sobre todo, ha querido imponer su visión de España que, además, es incorrecta.
Feijoo ganó las elecciones, pero no supo hacer de líder con altura de miras. Tuvo una ocasión de oro para separarse de su antecesor, de marcar una nueva línea, de hacer del partido un proyecto creíble, adaptado a la España de 2023, alejada de la de los años 90 que se empeña en reivindicar cada día.
Feijoo pudo pasar a la historia por ser el primer líder de derechas que logra un pacto para gobernar desde hace 25 años; pero se ha dejado arrastrar por los ideólogos de la ultraderecha mediática que le han marcado el camino vendiendo humo y mentiras a la masa sumisa. Feijoo sigue anclado en una España que ya no existe, en tiempos pretéritos, y no ha sabido entender la pluralidad de esta nueva España del siglo XXI. Qué decepción deben sentir los dirigentes conservadores moderados, cuando ven como su único socio en el Congreso son los herederos del franquismo, con un discurso antediluviano y retrógrado que nos retrotraen 70 años atrás y que Feijoo, asume sin ningún tipo de rubor.
Pero es lo que hay, es el camino que ha escogido. Quizás lo hemos sobrevalorado quienes pensábamos que podía construir una nueva derecha, moderna y adaptada a los tiempos. Nos equivocamos, y Feijoo dio su penúltima muestra de radicalismo el día antes de la sesión de investidura, mostrando una nueva foto para la historia. Cambió Colón por la Plaza de Felipe II, cambió los motivos de la concentración, pero mantuvo una compañía igual de peligrosa.