Exposiciones inquietantes

26 de outubro 2023
Actualizado: 18 de xuño 2024

Yo soy un viejo aficionado al arte. Carezco de formación académica en una Facultad. Me he limitado a asistir a cursos y a saturarme (dichosa saturación) de visitas a museos en los múltiples viajes que mi edad, ya larga, me ha permitido. No hace falta decir que me gustan

Yo soy un viejo aficionado al arte. Carezco de formación académica en una Facultad. Me he limitado a asistir a cursos y a saturarme (dichosa saturación) de visitas a museos en los múltiples viajes que mi edad, ya larga, me ha permitido. No hace falta decir que me gustan Las Meninas desde que las vi por primera vez pero, siempre que visito el Prado, cada vez que las vuelvo a ver, percibo algo nuevo. A veces quizás sea sólo una sensación. Gozosa sensación. Esa sensación que nuestro cerebro incorpora, sintetizando quizás todas las múltiples transmisiones que recibe de los sentidos. Pasa lo mismo con el ‘Descendimiento de la Cruz’ de Van der Weyden. Y con tantas otras maravillas. El gusto por el clasicismo no me ha impedido tener en alta consideración ‘El urinario de Duchamp’, revolucionaria pieza donde las haya.

Pero todo esto viene a cuento de que, muy recientemente, con ocasión de una visita a Hamburgo, he sentido por primera vez en un museo, el Deichtorhallen Hamburg Snoeck (museo dedicado al arte contemporáneo y a la fotografía), la necesidad de parar de ver, de descansar, incluso de no ver, un documental completo. Tal era la sensación ‘insoportable’ que producían algunas obras. Formidables todas: las de Otto Dix y las de artistas, hombres y mujeres, por supuesto, que hacían referencia al propio Dix: Marina Abramovic, Baselitz, John Currin, Lucian Freud, Kiefer, Paul Mc. Carthy, Paula Rego… Y un largo etc. 

La crueldad de la guerra (de las dos guerras mundiales, pues él vivió las dos) sufrida en carne propia, nos es trasmitida por Dix con la misma o mayor fuerza que los documentales o las fotografías. Quizás porque la pintura permite una contemplación más lenta, como si se hiciese fotograma a fotograma. Los soldados comen en compañía de esqueletos congelados y de vivos mutilados y ciegos. La guerra, manifestaría Otto Dix, es "simplemente bestial". 

En el período entre guerras, su enorme talento, su potencia para vencer a las contrariedades, le hacen acercarse al dadaísmo y al futurismo. Y a los intelectuales de vanguardia. Y pinta escenas sexuales, algunas sadomasoquistas. El intelectual francés Bataille, resalta muy bien la relación en esta parte de la obra de Dix, entre sexo y violencia. Busca horrorizar.

En la exposición "insoportable" de  Hamburgo a la que me refería antes, está todo.  Pero lo que no pude ver hasta el final (y celebro el arte que también está para esto)  fue una larga escena sexual del artista norteamericano Paul McCarthy, de larga tradición provocadora, con la colaboración de la actriz Lilith  Stangenberg.

Supongo que en la red se puede encontrar. Y estoy seguro de que si nos atrevemos a mirar esa escena hay que concederse un tiempo para reflexionar sobre nuestra especie.

En el regreso de ese viaje a Hamburgo, con parada en Barcelona, pude ver en el Centro de Cultura Contemporánea, una macro exposición -completísima, excelente- sobre el Marqués de Sade. No es la primera vez que en los últimos diez años se hace una exposición sobre el Marqués. En 2014, en el Museo de Orsay, los organizadores se preguntaban –y quizás nos preguntaban también a nosotros-  "representar lo irrepresentable, mostrar lo que no debe ser mostrable. El proyecto sadiano desordena hasta el extremo la cuestión de los límites de los sentidos y se interroga la historia de la representación". Tanto que Balzac (Honoré de Balzac, Physiologie du mariage) aseguraba que "un hombre no puede casarse sin haber estudiado la anatomía y disecado una mujer, al menos". O Baudelaire en sus ‘Écrits posthumes’ que "hay en el acto de amor un gran parecido con la tortura o con una intervención quirúrgica". Permítaseme decir que me acuerdo muy bien de esta frase porque yo fui anestesiólogo de profesión.

La exposición de Hamburgo y la de Sade en Barcelona se complementan. Son impresionantes, más que espectaculares, que es lo que se lleva ahora cuando a las exposiciones de artistas famosos se las intenta complementar con juegos de luces en movimiento, la incorporación de las técnicas ultramodernas a artistas clásicos que en absoluto precisan de ello. Incluso cuando ahora veo el magnífico lugar que en el Prado ocupan desde hace años Las Meninas, a veces recuerdo el pequeño saloncito redondeado en el que estaban antes. Allí, hace decenas de años, era posible ver el cuadro uno solo, sentado, en silencio, sin fotos. Placer incrementado. Espero que nunca en la enorme y estupenda sala de ahora nos coloquen efectos lumínicos y sonoros que sirvan de complemento, de distracción. Nos llevaría a pensar que, como en las discotecas y conciertos, lo más importante son los artistas. No los que cambian los discos.