Estos días sorprendía la noticia de que Ana Blanco la presentadora del telediario de la primera cadena de televisión española dejaba de ser la cara visible de los informativos. Por voluntad propia.
A mi modo de ver detrás de la propia voluntad y el cansancio de una excelente trabajadora, hay factores externos que condicionan su decisión.
Ana Blanco debe estar hasta el flequillo de aguantar y que, seguramente, valoren más el trabajo de alguien que pueda dar las noticias de pie desde un 90-60-90 a lo ángel de Victoria’s Secret aunque no sepa quién es Kirchner.
Los informativos en televisión se han convertido en programas de entretenimiento en los que el contenido ya poco importa. Pueden estar hablando del calor que hace en verano, así como media hora con imágenes de gente bañándose en las fuentes, comiéndose los minutos de, por ejemplo, una sección de economía. Cuanto menos pensemos o entretengamos la cabeza en otras cosas, mejor. Así seguimos votando lo mismo.
El telediario de Ana Blanco tenía un porcentaje bajo de audiencia. Normal: lleva el mismo peinado desde que era joven y no se mete con nadie. Desde los baremos folloneros actuales no tiene chicha. Han dicho de ella que cometió un gazapo tremendo confundiendo el nombre de la gira de Rosalía, la cantante. A nadie se le ha ocurrido pensar que igual el gazapo lo cometió el director de contenidos. Y miren que la música me parece importante, pero igual en otro programa, no sé. Yo es que estoy ya tan confundida como Ana Blanco, se lo digo de verdad.
A mí que el mundo cambie me parece lógico, pero que el concepto de cultura derive hacia temas como el color de uñas de Rosalía es lo que no acabo de encajar. Y me gusta también la moda, palabra. Y lo frívolo, que es necesario. Pero sin perder de vista lo importante.
Seguimos gastándonos una pasta enentradas de fútbol y en conciertos cuando no hay para pagar la cesta de la compra. ¿No habría que informar también de otras cosas para que el espectador medio consiga formarse un poco en cuestiones importantes, aunque luego elija lo que le dé la real gana? Así podría hacerlo con una elección fruto de la formación y el criterio propio, no del que le entra todo el día por los ojos y los oídos según la corriente política que toque y que, desgraciadamente, condiciona la información.
La imparcialidad periodística de la que Ana Blanco, que ha ejercido su profesión impecablemente, sin que sepamos ni siquiera podamos intuir a quién vota, era casi la última representante, está obsoleta. Ahora se lleva la polarización, el extremismo militante y los que no pasamos por el aro tenemos fama de no definirnos, como si definirse fuese obligatorio; de tibios, como si hubiese que estar todo el rato con la escopeta cargada.
Desempeñar cada día tu trabajo, de forma honesta y ecuánime, defendiendo valores importantes únicamente con el ejemplo, sin airearlos a los cuatro vientos, también es una forma de militancia, solo que la única bandera que se agita es la de la discreción, otro concepto en desuso.
Con Ana Blanco se va una forma seria de hacer informativos, veraz y sin aderezos. Información a secas, sin tomas de partido ni chascarrillos. Algo tan auténtico y profesional que a los ojos actuales resulta aburrido.
Otro de los fallos que se le han achacado a la periodista es que no le gustaba que primase la infografía, esto es: dibujos en lugar de palabras. Y es que, en la era audiovisual, la palabra se va relegando, como si la lectura fuese incompatible con las señales gráficas.
Quizá haya también detrás de la decisión de la periodista un efecto del edadismo, esa marginación hacia las personas, especialmente si son mujeres, que alcanzan una determinada edad, plenas de facultades, pero menos vistosas. La veteranía que antes se respetaba, ahora es un lastre. Nadie quiere ver a una persona mayor presentando un telediario primetime. A las personas mayores, en lugar de ayudarles a reciclarse, se les aparta.
A la reina doña Letizia, en la más reciente Feria del Libro de Madrid, una señora le recomendó, espontáneamente que se tiñese las canas." Señora, lea “, contestó Letizia. “Te hacen mayor", insistió la espontánea". “Sí, sí, pero lea usted".
Buena es ella para quedarse callada, que algo tendremos en común, además de la decisión de no teñirnos más. Para que yo aplauda a la reina actual, el tema tiene que ser serio. Me pueden afear cualquier cosa, menos mis canas sin teñir.
El pelo blanco se considera atractivo en los hombres, pero en las mujeres era, hasta hace muy poco, signo de dejadez. Ese “te hacen mayor" lo he oído ya muchas veces, las mismas que me hacen preguntarme qué rayo tendrá de malo ser mayor. Además, lo voy a seguir siendo por mucho que me disfrace. Me gusta tener la edad que tengo y que se note me parece lo normal. Otra cosa es que no cuide mi pelo o mi aspecto, pero lo hago según los parámetros que yo creo correctos, no los que me impongan.
Un hasta aquí hemos llegado, el de Leticia, que nos defiende a todas las canosas. Una retirada a tiempo, la de Ana Blanco antes de que la conviertan en algo que no quiere ser, que a mis ojos la hace espejo de la gente normal.
No sé quién le cuida a Leticia las canas de las que se siente tan orgullosa, ni a Ana Blanco su impecable melena. Las mías se las confío a Vicky y a Pili, al frente del equipo de la peluquería Victoria Tomé en la calle Mariscal Pardo de Cela en Pontevedra. Ellas, junto con Lucía y Eva, encargadas de la sección de Belleza del establecimiento, forman un equipo por el que apuesto desde hace ya años y con el que siempre me gusta reencontrarme. Mujeres emprendedoras, autónomas, luchando porque el pequeño comercio, tan grande, no desaparezca. Y con un trato educado y alegre que te hace sentir como en casa.
Hace unos meses, me felicitaba Vicky, por una novedad en mi vida de la que se enteró de manera casual y su manera de hacerlo me dio que pensar. “Me alegro de verdad. Bea, porque eres tan normal…". La entendí de inmediato y las dos nos miramos y nos echamos a reír mientras yo le daba las gracias. Esto de ser “normal" que hace años me habría dejado con cara de Póker, hoy es el mayor piropo que me pueden echar, porque está empezando a ser rara la normalidad. Se confunde lo normal con lo habitual.
Según la RAE, lo normal es aquello que por su naturaleza, fuerza o magnitud se ajusta a unas normas fijadas de antemano, en tanto que lo habitual es aquello que se repite por frecuencia o por hábito. Así lo normal sería, en plata, lo que sigue a la norma, al sentido común mientras que lo habitual es lo que hace la gente cada vez más a menudo. Lo habitual empieza a encajar peligrosamente en la horma del antiguo proverbio: una mentira muchas veces repetida llega a ser verdad.
En un mundo en que por poner algún ejemplo, los jueces tan pronto dejan su carrera para hacerse ministros de un determinado partido político sin que esto haga mella en su ecuanimidad futura, como aspiran a convertirse en carnaza para las revistas del corazón, dejando a sus novias de manera" normal", es decir por WhatsApp, dando de patadas ya no a la elegancia si no al más mínimo signo de respeto por el otro, exactamente igual que la clase política; en donde los padres y los profesores ya no pueden corregir a los más jóvenes, en donde se puede pasar de curso con asignaturas suspensas, en donde la razón la tiene el que más grita y nos callamos ante los abusos por miedo a que nos metan un sopapo, ya no sabemos lo que es normal. Lo habitual ha tomado su lugar. Como todo el mundo lo hace, es que es así. Si presumo es que tengo y si me dejo ver es que estoy.
Ante este estado de cosas, lo mejor que pueden decirle a uno es que es un ser humano normal. Y que se alegren por tu alegría
Así que gracias a todas las Vickys que aún nos quedan. Y a las Ana Blanco. Bienvenidas sean incluso las borderías de Letizia, si son para recomendar más libros y menos ñoñez.