Hay una imagen que vino a mi cabeza esta mañana y que me empuja a escribir este texto. Es la de un caballito de palo de madera que hoy, desde la distancia que da el paso de los años, me hace ver que ninguno de nuestros actos pasarán desapercibidos. Siempre dejamos huella y, cuando esas pisadas nuestras son dulces, recibimos la recompensa de un grato recuerdo y de la sonrisa que surge en nuestro rostro al rememorar.
Durante algunos años pude, en la medida que mis humildes posibilidades me permitían, aportar para la fiesta infantil que se organizaba en la Comandancia de Pontevedra con motivo de las celebraciones que se llevan a cabo para festejar el día del Pilar, algunos regalos para los más pequeños.
Nunca asistí a ese evento pero siempre imaginé que lo que yo entregaba con tanto amor, hecho por mis propias manos, podría significar una sonrisa para algún niño. Y eso, esa imagen mental, para personas que, como yo, no necesitamos mucho para ser felices, era y es motivo de gran alegría.
Cada año intentaba entregar algo distinto, nada sofisticado, pero que yo creaba para que algún pequeño pudiese disfrutar jugando. En una de las ocasiones hice caballitos de palo, juguete que en mis tiempos servía para cabalgar a través de verdes praderas, o incluso, para iniciar alguna “batalla” con mis hermanos mayores, pero que, en cualquier caso, era una forma de jugar imaginando.
Fueron éstos entregados durante el transcurso de la celebración, pero no fue hasta el año siguiente cuando, durante la fiesta, me enviaron una foto de una niña que acudía con un caballito del año anterior.
Para esa pequeña ese juguete se convirtió en algo que merecía la pena conservar y portar, mi huella quedó marcada en sus juegos y su imagen en mi recuerdo. Esta anécdota sirvió para que yo sintiese que siempre habrá alguien que devolverá el amor que se le entregó de forma desinteresada.
Así es como a través de esta historia, de ese recuerdo que guardo como un tesoro, hoy escribo para también rememorar otro que fue de los más bonitos de mi vida y que me impactó por su significado y trascendencia. Uno donde yo fui la obsequiada recibiendo, en el mismo lugar donde, tiempo atrás, la pequeña cabalgaba a lomos de su caballito, la Cruz al Mérito con distintivo blanco de la Guardia Civil y que, a día de hoy, ese recuerdo, sigue emocionándome gratamente llevándome a agradecer eternamente a Ramón Rueda Ratón, General de División de la Guardia Civil, por haberme propuesto para tan gran honor.
Mi mérito para recibirla fue hacer algo para lo que mis padres me educaron, reconocer los méritos a quien los tiene, en este caso, con mis textos en los que relato mi admiración, respeto y profundo aprecio por aquellos que más que un trabajo llevan a cabo la gesta de proteger a los ciudadanos: Guardias Civiles, que cada día salen a la carretera en la procura de preservar lo más sagrado que tiene un ser humano, su vida, y alejar de ellos a los que la menosprecian.
Guardias Civiles que realizan una labor encomiable; a veces, o demasiadas, poco reconocidos a pesar de que representan a una institución cuya historia, a través de los años, se mantiene como la mejor valorada y que, además, con todas sus especialidades, describen lo que debería llamarse, el Cuerpo de Seguridad del Estado mejor preparado y cualificado para todas y cualquier contingencia que ponga en peligro a la ciudadanía y que, lamentablemente, algunos sectores intentan desacreditar.
Esa huella quedará por siempre en mí y en los míos que un día guardarán el distintivo que tanto orgullo me hace sentir. Esa huella será imborrable por fuerte que sea el viento y por mucho que la lluvia se empeñe en desgastarla, ya que, por siempre en mi corazón, estará en un lugar privilegiado.
Gracias por tanto que he recibido y por haberme hecho sentir que cuando se obra con el alma, ésta será recompensada de la mejor de las formas: con cariño y afecto.
Gracias a las mujeres y hombres que llevan a lo más alto a la institución y se desviven, más allá del deber, por hacer que nuestra sociedad sea un lugar mejor.
Gracias por recibirme siempre con los brazos abiertos y dejar en mí la profunda y dulce huella de su paso por mi vida permitiéndome el honor de estar en las suyas.
A vuestro servicio siempre, queridos amigos.
Feliz día del Pilar.