Ya lo cantó Serrat, "…son aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas, en un rincón, en un papel o en un cajón… y que nos hacen que lloremos, cuando nadie nos ve". Un quiosco, no es una pequeña cosa que se pueda esconder en un cajón, pero puede hacer que lloremos cuando nadie nos ve, sobre todo, si ha formado parte de tu vida durante casi cincuenta años.
Esta semana, cuando leí la noticia, me vi muchos años atrás, pasaron por mi mente cientos de recuerdos, de personas, de olores, de vivencias, que me hicieron saltar alguna lágrima, aunque, por fortuna, nadie me vio.
El quiosco que mis padres tenían en Vilanova, y que fue parte del sustento de nuestra familia durante tantos años, había sido demolido. Una cuadrilla de obreros municipal, con unos cuantos martillazos, convirtieron en escombro buena parte de los recuerdos de nuestras vidas que, en unos minutos, se mezclaron con un amasijo de ladrillos rotos.
Hacía años que el quiosco había sido abandonado, una vez que mis padres se jubilaron, pero en él perduraba una gran parte de mi historia de infancia y juventud. Allí pasé muchos veranos, vendiendo y leyendo periódicos. Allí hice amistades con chicos de mi edad que veraneaban en el pueblo. Allí mantuve largas conversaciones con amigos que eran casi como mis padres, a los que me gustaba escuchar y de los que, sin duda, aprendí muchas cosas. Allí descubrí mi afición por la escritura y allí, en definitiva, aprendí a valorar el trabajo y lo que cuesta conseguir las cosas.
Por eso, cuando me enteré de su demolición, noté como si me hubiesen arrancado un trozo, como un profundo dolor en mi interior, que hizo que el resto de la tarde careciese de sentido. Quizás hubiese sido mejor tomármela libre, a fin de cuentas, estaba llorando la falta de una parte de la familia.
Con la desaparición del quiosco, sentí ese dolor que nos causan algunas situaciones que, creyendo pasadas, de vez en cuando vuelven para hacernos revivir momentos que, en su día fueron importantes, y que se convierten en inolvidables. Para mí, recordar el viejo quiosco, significó un momento de recogimiento, con recuerdos que me hacen retrotraerme años atrás, porque el quiosco forma parte de muchos de los mejores momentos de mi vida. Por eso siempre permanecerá en mi memoria, porque es, en gran medida, responsable de lo que yo soy ahora como adulto.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en la poca iniciativa y la nula sensibilidad del Concello, que no se le ha ocurrido la idea de poner una placa en el lugar para homenajear a quién, durante tantos años, formó parte de la vida del pueblo, vendió los primeros ejemplares de prensa escrita y, en definitiva, se dejó parte de su vida sirviendo a los demás.
Así que lo haré yo, dedicando este texto a homenajear a Rosa Gestoso, que se pasó más de media vida entre las cuatro paredes de aquel quiosco. Los periódicos no solo son de quienes los escriben, los editan y los leen. Los periódicos, también pertenecen a los que los distribuyen, porque contribuyen a la expansión de la información.
Ni los veranos calurosos, ni los fríos inviernos, ni las gripes, que cada año la dejaban medio muerta, hicieron que Rosa dejase de atender su obligación de vender la prensa diaria un solo día. Por todo ello, gracias, en mi nombre y en el de tanta gente que valoraba tu trabajo.