A Feijóo, el balcón de Génova en la noche electoral, debió parecerle el patíbulo al que suben a los condenados, y Ayuso, el verdugo encargado de ponerle la soga al cuello. Ella, firme, seria, sin estridencias, destacando, la única perfectamente reconocible desde la distancia. Él, nervioso, tembloroso, con cara de susto.
Ayuso estaba muy bien adiestrada para desempeñar su papel en aquel momento de hundimiento colectivo del partido. Sabía lo que iba a ocurrir porque se lo había anticipado su asesor personal. Y así fue, apenas unos minutos después de empezar a hablar Feijóo, la muchedumbre coreó su nombre. Se veía venir.
Aquel gesto dejó helado a Alberto, que tragó saliva para no saltarse el protocolo, mientras Isabel ponía cara de niña buena y, con un leve movimiento de hombros, parecía indicarle "lo siento, es lo que hay". Aquel desprecio al líder oficial, fue definitivo para el gallego.
Ayuso es la sombra alargada de Feijóo, como antes lo fue de Casado. Es como el buitre que espera paciente el desenlace de la agonía del cordero abandonado a su suerte en el monte. Aunque, a decir verdad, el suyo era el único rictus creíble, porque la noche no era para los bailes forzados de Maroto, ni para los vítores en forma de aplausos de Cuca y compañía. Ya se sabe que, cuanto mayores son las expectativas, mayor es el ridículo de no alcanzarlas; y si lo que quieres es gobernar, pero no puedes, la victoria sabe a venganza fría anticipada.
Feijóo llegó a Madrid bajo palio, exigió ser el único candidato para dirigir el partido, era el Mesías de la derecha que se presentó como un hombre moderado y aspiró, incluso, a ilusionar a los socialistas desencantados con Pedro Sánchez. Sin embargo, puede salir de Madrid con los pies por delante, políticamente hablando.
Aquella noche, ya se estaba dirimiendo quién iba a ser el próximo candidato para intentar desbancar al "sanchismo" en las próximas elecciones, y quedó claro lo que quiere el pueblo. La verdad es que el trago de Feijóo no era fácil de asumir. Salió al balcón con un listado de datos que sus asesores habían recopilado a toda prisa minutos antes y con los que hizo lo mejor que sabe hacer, leerlos para no meter la pata.
Se limitó a pedir que le dejen gobernar para que no haya bloqueos, continuando con su matraca de la lista más votada y, olvidando de nuevo, de forma intencionada que, en España, al presidente del gobierno lo eligen los votos de todos los diputados y que, para eso, hay que llegar a pactos cuando no hay mayorías absolutas.
Feijóo quiere gobernar, y tiene derecho a intentarlo porque, su partido, ha logrado más diputados que nadie. Pero intentarlo no es exigir que te dejen, sino tratar de llegar a acuerdos con las otras fuerzas políticas para que te otorguen su confianza. Sin embargo, sabe que no lo va a lograr porque nadie quiere ser socio de Vox, por eso está acorralado; por la falta de apoyos parlamentarios y por su propio partido, que ya mira a Ayuso como recambio.