El mercadillo de la vergüenza

11 de novembro 2015
Actualizado: 18 de xuño 2024

En el debate suscitado alrededor del mercadillo dominical de la plaza de la Verdura, hay una reflexión que hacer más allá de las cuestiones prácticas. No se trata solamente del derecho de los hosteleros a ejercer la actividad por la que han satisfecho unas tasas o de la sospechosa procedencia de algunos artículos que se ponen a la venta ni de la escasa urbanidad de ciertos vendedores a la hora de desembarazarse de alguna mercancía.

El tema es también si ese mercadillo ha llegado a producirnos vergüenza a los pontevedreses. El tema es si ahora que molamos tanto, ahora que nuestra ciudad recibe premios a diestra y siniestra, ahora que la Verdura parece el metro de Tokio en hora punta los fines de semana y fiestas de guardar; va a resultar que nos avegonzamos de un mercadillo de segunda mano. Lo cual sería muy coherente con el ADN colectivo que gastamos en Pontevedra.

No estamos hablando de pasar por alto la necesaria depuración que está pidiendo la heterogénea y a veces desdichada índole de los puestos y mercancías que se exhiben en la plaza. Hablamos de volver la espalda a una actividad que ya no parece acorde con nuestro recién estrenado glamur.

Cuando una zona se pone de moda, lo cual es eufemismo para decir que sus locales se abarrotan, empiezan a estorbar otras actividades en el entorno. Puede que el mercadillo resultase cool en su momento, pero desde luego ha dejado de serlo y ahora parece mejor su ubicación en un lugar menos expuesto al turismo, aunque sea al turismo autóctono. Ese mercadillo ya no tiene que ver con la nueva imagen que nosotros mismos acabamos de elaborar de lo que es la Pontevedra actual.

Y sin embargo uno ve la posibilidad de la convivencia armónica de un rastro de segunda mano y una zona de moda. Un lugar decente en el que se exhibe mercancía legal que la pátina del tiempo no hace sino reivindicar y que además recibe visitantes que dedican su ocio al comercio y al bebercio.

Esta plaza antes se llamaba Feira Vella (siglo XIV) de modo que el comercio de bienes tiene arraigo secular en la misma. No nos pongamos demasiado exquisitos ahora.