En la era digital, donde los dispositivos táctiles y las pantallas interactivas dominan el panorama educativo, pocos recordarán cómo una sencilla pizarra de tiza podía convertirse en el epicentro de la enseñanza. Sin embargo, incluso los nativos digitales habrán tenido la oportunidad de experimentar su uso, aunque sea brevemente. Esa superficie negra o verde, que a veces emitía el característico y temido chirrido al contacto con una tiza mal empleada, tiene un lugar especial en la memoria de quienes vivimos esa época. Manejar la tiza en una superficie vertical no siempre era fácil, pero su función didáctica, tanto para profesores como para alumnos, era innegable.
El encerado, como lo llamábamos entonces, ofrecía una herramienta tan simple como eficaz. Para los docentes, era un aliado indispensable para explicar ideas, ilustrar conceptos y captar la atención de toda la clase. Para los estudiantes, sin embargo, también traía su cuota de tensión: ser llamado al frente a resolver un ejercicio o responder una pregunta frente a los compañeros era una prueba que mezclaba aprendizaje con nerviosismo. A pesar de estos momentos de apuro, siempre vi más virtudes que defectos en esta herramienta, y por eso, su recuerdo sigue siendo grato.
Cuando llegó el momento de colaborar activamente en la formación escolar de mis hijos, no dudé: necesitaba un encerado en casa. Los Reyes Magos, con su mágica capacidad para conceder deseos, nos sorprendieron con una pizarra de generosas dimensiones, elegantemente escondida tras la puerta de un armario empotrado. Su discreta presencia no ocupaba espacio y cumplía perfectamente su función. Yo creía que había encontrado la solución perfecta, aunque, con el tiempo, descubriría que mis entusiastas intervenciones a veces resultaban tediosas para mis hijos, especialmente durante su adolescencia.
Sin embargo, ni la decisión de instalar el encerado ni los momentos de aprendizaje compartido fueron tan malos como temí en algún momento. La mayor recompensa llegó muchos años después, cuando mi hija, ya en su etapa universitaria, incluyó un inesperado agradecimiento en su tesis doctoral. En una sección dedicada a quienes habían influido en su formación, mencionó con cariño y humor "el temido encerado" de casa. Fue entonces cuando comprendí que, a pesar de las dificultades, esa pizarra había dejado una huella positiva y perdurable en su vida.
Hoy, para mi gran alegría, otro encerado ha encontrado una nueva vida en el hogar de mis nietas. Instalado en una de las estancias más importantes de la casa, comparte protagonismo con tabletas, ordenadores y otras herramientas tecnológicas. Esta convivencia de lo antiguo con lo moderno me resulta especialmente significativa. El encerado ya no está solo, pero sigue desempeñando un papel crucial: ofrecer un espacio tangible para dibujar, resolver problemas y aprender de forma activa. Esto me lleva a reflexionar sobre el valor de combinar lo tradicional con lo moderno. Nadie puede negar los beneficios que las nuevas tecnologías han aportado a la educación. Herramientas como pizarras digitales, plataformas en línea y dispositivos interactivos han revolucionado la manera en que los docentes enseñan y los estudiantes aprenden. Sin embargo, creo firmemente que estas innovaciones no deberían desplazar por completo a las métodos clásicos, sino complementarlos.
El encerado, con su simplicidad y su capacidad para fomentar la concentración, tiene un valor pedagógico que las pantallas difícilmente pueden replicar. En casa, esta tradición ha demostrado ser tan útil que la segunda generación no solo la ha mantenido, sino que incluso le ha dado más relevancia. Estoy seguro de que, en el futuro, mis nietas aprovecharán tanto las virtudes del encerado como las de las tecnologías más avanzadas, y podrán transmitir esta combinación de herramientas a sus propios descendientes.
El éxito de la pizarra y la tiza, en mi opinión, está garantizado. Lejos de ser un vestigio del pasado, es una herramienta que demuestra cómo lo tradicional puede seguir siendo relevante en un mundo cambiante. Enseñar con tiza en mano y aprender frente a un encerado son experiencias que trascienden generaciones, dejando una marca que ni el paso del tiempo ni la tecnología pueden borrar. Quizás, al final, esa combinación de lo antiguo y lo moderno sea la clave para una educación más rica y equilibrada. Y quién sabe, tal vez los Reyes Magos sigan teniendo un papel importante en inspirar a futuras generaciones con regalos tan simples como una pizarra, pero llenos de posibilidades y magia