El día a día tras un intento de suicidio

25 de xaneiro 2025
Actualizado: 11:49

Cada mañana nos levantamos con la finalidad de aprovechar cada segundo que pasa para reconstruir con amor y comprensión lo roto y devolver las ganas de vivir a la persona que perdió los motivos para hacerlo

Esta mañana, mientras escribo esto, me encuentro en la sala de espera de la Unidad de Conductas Suicidas donde recibe terapia mi hija. 

Un lugar donde reina el silencio y que induce a la reflexión. 

Un lugar donde las personas, los supervivientes, que acuden a consulta, apenas levantan la mirada del suelo y en sus acompañantes, adivinas el duro y doloroso proceso que sufren. 

Es difícil, créanme, todo lo que sobreviene a un intento de suicidio.

Es complicado mantener la serenidad que hace falta ya que, al fin y al cabo, nuestras vidas cambiaron. Ya no somos los que éramos y, con toda probabilidad, no volveremos a serlo y, aunque este hecho por sí solo no es malo, el cambio es tan brusco y desgarrador que no da tiempo a prepararse mentalmente. 

Cada mañana nos levantamos con la finalidad de aprovechar cada segundo que pasa para reconstruir con amor y comprensión lo roto y devolver las ganas de vivir a la persona que perdió los motivos para hacerlo. Es un gran esfuerzo mental y emocional porque el sentimiento de culpa nos atenaza y hay que dejarlo a un lado para que no haya más tormento en nuestras mentes que ya bastante sufren con el trago que nos ha tocado vivir.

Nos enfrentamos a la incertidumbre de no saber que sucederá y el miedo atroz a que en un momento de descuido vuelva a repetirse eso que tanto tememos porque, lo sabemos, puede pasar y eso es aterrador.

Cada día que pasa es una victoria sobre la enfermedad pero la lucha es ardua ya que no se puede bajar la guardia y hay que inventar y reinventar modos y maneras de detectar cualquier malestar, atajarlo y darle solución.

Hay que cuidar los detalles y el entorno y saber que cualquier actividad que se proponga tendrá que ser valorada en profundidad por si puede ser perjudicial.

Y si los días se hacen complejos, no se imaginan lo que son las noches.

Es en ellas donde el estado de alerta nos impide conciliar un sueño reparador y cualquier ruido nos altera haciendo que nos despertemos como si sonarán las alarmas de un ataque nuclear.

Tengo miedo y no me avergüenza reconocerlo. Tengo miedo y eso no me hace débil sino que demuestra que soy humana y consciente de la realidad que me rodea. He descubierto en mí facetas desconocidas y límites en mi fortaleza que no imaginaba poseer. Mi mirada ya no es la misma y mi forma de percibir la vida ha cambiado para siempre. Yo ya sabía que no se ha de dejar lo importante por lo urgente y ahora tengo la certeza de que es urgente invertir en lo importante.

Mi vida transcurre ahora de una forma distinta y me siento afortunada porque tengo esa oportunidad que otros, lamentablemente, no tuvieron. Una vida donde no puedo permitirme instalarme en la tristeza y el llanto ya que hay que salir de la negatividad y el pesimismo para dejar espacio para nuevos horizontes.

Una vida que no imaginé ni en mis peores pesadillas y de la que estoy aprendiendo a marchas forzadas, sin pausas y sin experiencia.

Ojalá y sirvan mis palabras a otras personas que, al igual que yo, se sienten perdidos en un ámbito desconocido y aturdidos por los acontecimientos. 

Ojalá y encuentren una forma de desahogarse que les sea de ayuda para salir adelante ya que nos necesitan y no podemos fallarles y hemos de encontrar el modo, a toda costa, de ser su tabla de salvación.

 Ojalá y sirva mi experiencia para tomar conciencia de que el suicidio no significa querer morir sino dejar de sufrir y que, quienes toman esa decisión, no lo hacen por capricho, por cobardía, o egoísmo y que necesitan de nuestra comprensión y amor para poder recuperarse.

Ojalá la próxima vez que me pregunten: 

¿Y tú, cómo estás?, pudiese responder sin un nudo en la garganta que me ahoga y sin titubeos...

Bien, estoy bien.