El Día de Difuntos de 1836 y M. J. de Larra

14 de xaneiro 2025

Un ser humano puede haber sufrido esta pérdida y nunca hablar de ello. Pero ese hueco siempre lo lleva. Espera, si es creyente, que exista en Otro Mundo; si no es creyente, pues se consolará de alguna otra manera

Cada año se repite la primavera y el invierno, también multitud de acontecimientos sociales: Navidades, Semana Santa, vacaciones, Día de Difuntos...

Y así como una rueda vamos conformando y reconformando nuestro ser dentro de nosotros, nuestro ser en los otros y nuestro ser en la Naturaleza. La rueda es semejante en algunos acontecimientos, pero en nosotros vamos creciendo en altura, o en anchura, o vamos encaneciendo; el corazón, por lo general, se va haciendo más melancólico, suavemente melancólico. Se va mirando la vida con distancia o continúas dentro del mar de la vida.

Los días de difuntos, el día 1 de noviembre, el día de Todos los Santos, el 2 de noviembre. Podría mirar datos exactos, pero creo que hoy, en este modesto artículo de opinión personal y literario, es mejor cierto grado de ambigüedad. El día de difuntos, si mi memoria no me falla, fue creado o diseñado o conmemorado por los benedictinos, la orden de San Benito de Nursia, patrón de Europa -junto a Edith Stein o Santa Teresa Benedicta de la Cruz-, que tanta importancia ha tenido durante siglos en esta península europea, porque de ella nacieron y emergieron otras órdenes religiosas; a su vez, esta orden era hija de las órdenes cenobíticas -que vivían en cenobios, juntos, del Oriente Medio y egipcio antiguo, por ejemplo, Pacomio, Antonio Abad, San Pablo egipcio, San Menas, etc.-.

Según la edad, según las circunstancias, pues las personas tienen una relación con estos dos días anteriores -el día de Todos los Santos el catolicismo celebra a todos los santos que existen en el Cielo, y que según dicho credo existe la comunión de los santos, que estos por intercesión ante Dios nos pueden ayudar-. Quizás a usted este tema le parezca raro y singular, ya casi medieval, algo del pasado. Es cierto que decíamos que según la edad así vives estos días, según la pequeña comunidad en la que te insertes, porque dentro de la sociedad viven grupos diversos de personas.

Un niño o niña va con padres o abuelos a visitar las tumbas de padres o abuelos, quizás algún hermano mayor, si han tenido esa desgracia de fallecer algún miembro pronto o demasiado joven. Si eres de mediana edad, pues ya visitas a abuelos y padres, si estás en el mismo cementerio de la ciudad, porque media España ha migrado en estas ocho décadas; pocas veces se habla de la migración autóctona de un lado a otro de este cuadrado ibérico. Y si ya estás en la tercera edad, Dios quiera que no tengas que visitar a ningún hijo o nieto, pero ya puede ser el cónyuge, algún hermano, y casi siempre los padres...

Ahora es cierto que entre cientos de cambios que están sucediendo en nuestra sociedad, uno es la cremación/incineración, produciéndose distintas modalidades: en unos casos la urna se instala en un nicho del cementerio; en otros, se diluye por la mar o la montaña, lo que es polvo vuelva a la naturaleza y la Naturaleza de otro modo. De todas formas, no tenemos que olvidar la teoría del duelo. La persona viviente tiene que sufrir en su interior la realidad de la pérdida o la distancia o la desaparición. Cierto que cambia mucho el modo y el modelo si alguien cree que su familiar está en la Eternidad con el Buen Dios, o duda, o no cree. Este aserto o descripción es esencial para entender y comprender estos mecanismos mentales, psicológicos y conceptuales de esta realidad social.

No olvidemos que todas estas cosas no las han inventado los curas, como algunos piensan, sino que se han encontrado en neandertales, ya ritos de enterramiento, fósiles de plantas o de polen de plantas. Por lo cual, el enterramiento y de alguna manera una especie de recuerdo, de ritos en las personas fallecidas, debe estar con nosotros desde decenas de miles de años... En la emergencia evolutiva y progresiva de la cultura humana -de la interpretación humana del mundo, interior y exterior-, fue creciendo como un árbol las raíces de todo lo que ahora disponemos, o al menos, de casi todo...

Algunos indican que existen dos tipos de personas -de todo se puede hacer clasificaciones-: aquellas que han perdido ya a un padre o a una madre o ambos, y aquellos que todavía no han sufrido esta realidad. Surja esta cuestión antes o después, a una edad o en otra. Esto es una realidad profunda. Un ser humano puede haber sufrido esta pérdida y nunca hablar de ello. Pero ese hueco siempre lo lleva. Espera, si es creyente, que exista en Otro Mundo; si no es creyente, pues se consolará de alguna otra manera. Cierto es, enseguida usted pensará para sí mismo -mientras que rumia estas palabras-, depende de cómo era el progenitor y progenitora con usted -y aquí pues existe una sinfonía de realidades concretas que casi nunca se hablan-. Según su moralidad, según sus actos, según su psicología. En fin, ya esto es un cóctel enormemente complejo de variables; cada vida es única, y cada relación con el progenitor o progenitora es distinta, al menos con matices; al final, somos animales racionales afectivos -modificación de la vieja fórmula del maestro Aristóteles-.

Hoy hemos recordado, en este recorrido que vamos haciendo por el articulismo literario hispánico, a Mariano José de Larra, a un artículo o crónica o comentario que ha sido repetido hasta la saciedad, titulado: "El Día de Difuntos de 1836", publicado en El Español, nº 368, del 2 de noviembre de 1836.

  © jmm caminero (29 dic. 2024.12 enero 2025 cr).