Aunque ya hace más de 20 años que pinché el último tema en el Camawey y ya no estoy en el sector, he leído con franco desagrado las ásperas y hasta cierto punto desdeñosas declaraciones del alcalde Lores y de Eva Villaverde en relación con los cierres de establecimientos en Pontevedra, de hostelería pero también de otras actividades, en las que se remiten al "duralex", como si las normas no se modificasen, no se adaptasen, no se usasen para la promoción económica y para “hacer ciudad”.
De entrada, si mi vivienda hubiese estado 22 años sin licencia de primera ocupación me cuidaría mucho de ser tan abrupto con los incumplimientos administrativos de otros, por si hubiese alguien que me llamase hipócrita y, oh cielos, llegase a tener razón. Y si aspirase a suceder a Lores trataría de no replicar sus más graves errores cuando aún no tengo ni un solo gol a favor en mi marcador.
La remisión genérica a la ley y a la seguridad (flipa, flipa) sirven como argumentos para convencerle a uno si uno está aprendiendo a interpretar el mundo y no se pasea por Pontevedra entre semana a las diez de la noche y sabe el percal que hay. Pero si ya has dejado atrás las fábulas sabes que las normas se usan para hacer política y con leer un poco de la hemeroteca y del Boletín se puede comprobar que el BNG pretende acabar, desde 1999, con el ocio nocturno en Pontevedra, especialmente en la zona vieja. Porque esa cultura no es la suya. Están en su derecho de pretenderlo, pardiez, y para eso usan las normas, pero no tienen derecho a negar la evidencia como si fuésemos infantes: la gente debe ir a las urnas sabiendo esto.
Desconozco -aunque lo sospecho desde hace años- si es verdad que aspiran a hacer de Pontevedra una ciudad dormitorio de funcionarios y peregrinos de paso (spoiler: Caldas de Reis), pero no han puesto ni un solo pie en ninguna dirección que lo niegue, así que tengo que asumir que es eso lo que quieren. Y esa no es mi cultura. Y aún me atrevo a decir más: no es la cultura de la mayoría de los pontevedreses. Algunos pensamos que es legítimo aspirar a que Pontevedra sea algo más que la cena del viernes por la noche de la escapada de fin de semana de la parejita madrileña en las Rías Baixas. ¿De qué vale traer a la flor y nata del cine español, noctámbulos empedernidos, si al final no les queda más sitio al que ir que a un antro de mala muerte?
Cuando uno gobierna una ciudad debe hacerlo para todos y para todo. También para los que salen de fiesta y los que viven de ella. Y tiene que salir a partirse la cara cohonestando el derecho de éstos con el derecho de los que quieren descansar en sus hogares (en sus hogares, ojo, no en sus apartamentos turísticos, pilluelos). Y cuando uno gobierna y lleva promoviendo activamente durante 26 años que la zona vieja de Pontevedra no sea un lugar de ocio nocturno tiene que promover que la zona vieja sea otra cosa: un lugar de arte, de música… de lo que uno proyecte. Y el BNG lleva 26 años fracasando en el intento, porque no tiene proyecto para la zona vieja y ni siquiera se lo puede fusilar al PSOE, como el Gafos. Y puede que una calle, una manzana se le pueda escapar de las manos a uno, pero una zona vieja atestada de locales vacíos y edificios en ruinas no es para sacar pecho. Cada local vacío de Pontevedra es la historia de un fracaso en el que un quesito porcentual es, innegablemente, del BNG. ¿De qué vale la peatonalización si no hay nada a lo que ir andando? ¿Qué pasaría si cierto querulante semanal pasase a atormentar, qué se yo, a los fastos de la Feira Franca?