El Whatsapp. Como si sirviera a los caprichos de un campanero disoluto y demente, hace repicar el móvil en cualquier instante, reclamando atención. Trabajo, amistades, familia…
En ocasiones da motivos para escribir un artículo de opinión.
Hace nada me mandaron por este sistema de mensajería instantánea dos noticias publicadas en sendos medios de comunicación, prácticamente un calco la una de la otra, pues recogían las declaraciones de una vecina de la avenida Augusto García Sánchez, portavoz de los afectados por los problemas de inseguridad que causa la presencia de toxicómanos entre los tres primeros números pares de dicha calle. A renglón seguido, se ponía negro sobre blanco que el PSOE local había recogido el guante, animado por esa extraña y novedosa singularidad que ha adoptado de hacer ruido en el ayuntamiento, agitando un sonajero.
Sin pretender amolar y quitarle peso a la cuestión que inquieta a estos vecinos —pues bastante fastidio ya me causa el encontrar ocasionalmente adolescentes apalancados en el portal del edificio donde resido, como si se creyeran en un parque público—, el contenido de esta noticia no deja de causarme pasmo, como otras tantas que se publican en la presente "Era de Acuario" 2023-24, en la que todos los males de la sociedad afloran para que nos rasguemos las vestiduras, aunque estuviesen entre nosotros desde hace décadas.
Quizá ENCE arroje a la atmósfera pontevedresa elementos que causen amnesia anterógrada.
Soy vecino de Pontevedra y de Campolongo desde que tengo 24 años. A fecha presente, gasto 43. Y recorrí la avenida Augusto García Sánchez por primera vez a los pocos días de atrapar al vuelo la última caja lanzada con desdén desde lo más hondo del camión de mudanzas. Llegué a los soportales y me encontré con un cuadro goyesco semejante al que la vecina relata a la prensa, con imágenes en movimiento, sonidos y olores que me produjeron cierta basca. A pesar de la indiferencia propia de estar en la veintena, me pregunté cómo es que aquellas comunidades de propietarios no hacían nada. Yo, en cambio, sí hice algo: cambiarme a la otra acera, sana costumbre que mantengo a fecha presente cada vez que me veo obligado a pasar por allí.
Como podrán adivinar, no soy un asiduo del Gadis allí abierto, como tampoco lo fui del videoclub San José.
Tenía 24 años. El tiempo ha pasado volando y nada ha cambiado al respecto en esta representación viviente. Por eso mismo me causa estupor leer las declaraciones vertidas por una persona que está indignada, con toda razón, aunque añada a su discurso elementos que nos puedan sonar quizá grotescos: que hay varios centros educativos en la zona (como la escuela y el CEIP Campolongo), una academia de inglés para niños, así como instalaciones deportivas.
Entiendo que la presencia diaria de estas personas ante los portales de estos edificios, primero, no debería coger a nadie en fuera de juego a 2024, ni siquiera a 2020, que será cuando esta afectada se mudó (pues dice que lleva tres años residiendo en la avenida). Yo me las topé hace casi veinte años, pero es que el CEIP Campolongo cumplió medio siglo en 2023, así como que la academia de inglés está en un local donde abría sus puertas una sucursal de Caja Madrid que tenía un arco de metales para entrar y otro para salir, así como consignas para dejar bolsos, mochilas, etc., caso único y excepcional que tendría alguna justificación.
Luego está el "descubrimiento" de cierta inseguridad ciudadana y malestar diseminada en la Plaza de la Constitución y otro punto que todos hemos zapatilleado con mayor arte, aunque el problema, más que en la Plaza de la Herrería, está en los Jardines de Casto Sampedro y en el Paseo de Odriozola.
¿Por qué ahora y no hace veinte años, cuando el sitio ya era un albañal?
Confiemos en que estos vecinos reciban el apoyo que se merecen y una pronta y satisfactoria solución.