Chapito

16 de novembro 2024

Chapito es el perro que vive conmigo, después de que Nora, mi perra favorita, muriese hace tres años en un atropello. Chapito llegó a mi casa con el grado máximo de miedo que puede tener un animal.

Poco a poco, con la ayuda de una etóloga, hemos ido revirtiendo su estado, aunque le falta mucho camino por recorrer aún. Cada pequeño logro me pone muy contenta

Estaba acostumbrada a que Nora moviese la cola en cualquier lugar en el que estuviese. Simplemente con mirarla o escuchar mi voz. Si estaba recogida en su cama, también lo hacía. Chapito, no. Empezó a moverla hace poco, después de cuatro años viviendo conmigo y cinco de vida. Pero nunca lo había hecho estando en reposo desde la cama. Hasta ayer. Nos despertamos, y sin tener que hacer nada, cuando me vio levantada y lo miré, comenzó a mover la cola.

Pensarán que debo de aburrirme mucho para ver en esto una especie de acontecimiento, pero si lo piensan bien, es algo extraordinario.

Lo que ha hecho Chapito, y seguramente muchos otros animales y personas en el mundo, es sentirse por primera vez contentos cuando empieza su día. A Chapito le ha llevado cinco años. A mí me parece un pequeño milagro.

Que alguien que, a pesar de todas las calamidades que pasan en el mundo, en el planeta, en su oficina, en el colegio, en su matrimonio, pensando que otro día supone otro dolor, pueda llegar a sentir que una mañana que la tortura se acabó y que la vida merece la pena, nos da esperanzas a todos.

No es que Chapito haya perdido el miedo, probablemente lo tenga toda su vida. Pero ha aprendido a vivir con él y a sentirse contento a pesar de él.

Jane Goodall, la gran etóloga inglesa y Mensajera de la Paz para Naciones Unidas, activa todavía a sus noventa años, decía el pasado tres de noviembre en un reel compartido por la Unesco, que lo que ella ha aprendido en su trato con los animales, es que comparten con los humanos el mismo reino. No somos tan distintos a ellos.

Goodall es una de las primatólogas más importantes del mundo, pero ese descubrimiento, dice, lo hizo siendo una niña, observando a su perro. Los animales son capaces de resolver problemas y sienten miedo, alegría y tristeza. Son nuestros semejantes. Humanos y animales formamos parte de un mismo todo, aunque llevemos media vida ignorándolo y creyendo que la especie humana es superior.

Que un perro como Chapito, maltratado durante su primer año de vida, decida por sí mismo que el mundo no es un lugar tan malo para vivir y lo primero que haga al despertar sea mover la cola, a pesar de su miedo, sus dudas y su dolor, es para maravillarse de la capacidad que tenemos humanos y animales de recuperarnos de las calamidades, de volver a ilusionarnos. Cada vez que alguien en la misma situación de Chapito recupera la esperanza y las ganas de vivir, es un triunfo para todas las especies.

Cuando suceden catástrofes como la de Valencia donde tanta gente ha muerto y otra se ha quedado sin su medio de vida y sin un lugar donde vivir, pensamos esas personas no serán nunca capaces de recuperarse. Muchas de ellas lo piensan también.

Cuando se muere alguien querido, cuando sufrimos un accidente grave o un trastorno de salud fisica o mental. Incluso cuando un adolescente sufre un desengaño amoroso o suspende un examen importante, o cuando un niño pequeño tiene una pesadilla, a cada uno en proporción, se nos viene el mundo encima. Intentamos relativizar y no somos capaces. Pero precisamente ahí es donde tenemos que empeñarnos en vivir: Durante lo malo. Por nosotros mismos y por los que no han tenido la misma suerte.

Habrá días que no nos apetezca y eso también es humano: descansar y renegar del mundo durante el tiempo que nos haga falta. Pero un día, cuando ya pensamos que todo está perdido, descubrimos algo dentro de nosotros, probablemente con ayuda de los demás, que nos impulsa a levantarnos y a superar la tristeza.

No se puede ser feliz todo el rato, pero sí podemos encontrar ratos que nos hagan felices. O crearlos.

Una de mis mejores amigas y yo nos vemos mucho menos de lo que quisiéramos a pesar de vivir cerca y en una ciudad pequeña, pero cada día que podemos nos enviamos un audio contándonos cosas que no parecen importantes, el día a día. Y entre todo eso, reímos, lloramos, nos sorprendemos, nos aconsejamos, nos ayudamos. Mantenemos un vínculo.

En uno de los últimos audios, me contaba que se va a encargar de otras tareas en su trabajo. No es un cambio grande pero sí uno que le va a hacer aprender cosas nuevas y dejar de hacer algo que después de muchos años le resulta demasiado rutinario. Y ese pequeño cambio la hace feliz. Mi amiga es una sabia.

La felicidad, a veces, consiste en rebajar las expectativas. No todos vamos a ser los números uno en lo que hacemos, pero sí podemos hacer nuestro trabajo lo mejor posible o simplemente aportar lo que podamos a un equipo. Con eso ya estamos haciendo un mundo mejor.

También podemos alegrarnos de todo lo extraordinario que nos pasa, sin que por extraordinario entendamos escalar un ocho mil.

El primero de noviembre, estaba comprando un centro de flores en un día que me resultaba especialmente duro. Y allí, en medio de algo que no me apetecía nada hacer, alguien me dijo, sonriendo, que me conocía. Me llevó un tiempo darme cuenta, pero sí. Y tanto que nos conocíamos. Solo que llevábamos treinta años sin vernos. Era un compañero del colegio al que fui de pequeña, que ayuda en el negocio familiar todos los días 1 de noviembre.

La casualidad quiso que, en uno de mis días más tristes, él estuviese allí para poner la nota de alegría que tanto estaba necesitando. Porque, después de treinta años, nos alegramos sinceramente de vernos. Volvimos a tener catorce años por un momento.

Eso es lo extraordinario y lo que nos da la felicidad: alguien que se acuerda de ti para siempre y con cariño, un pequeño cambio que consigues hacer o un día de sol en noviembre. Ser capaces de alegrarnos por lo bueno que le sucede a quienes queremos. No hace falta demasiado. Todos los días hay un motivo para la alegría y para el agradecimiento, aún en medio de la tristeza. Solo hay que estar atentos y poner un poquito de nuestra parte para que suceda.

Si Chapito, un perro muerto de miedo que no le importaba a nadie, ha sabido hacerlo, los humanos también podremos.