(El romántico, William Boyd, Alfaguara, 2024)
Leer es evadirse. ¿Qué otra cosa es, qué otra cosa fomenta la literatura? ¿Para qué sirve si no para ahuyentar fantasmas y esquinarlos en alguna parte escondida de nuestro cerebro? Aunque esa victoria sea momentánea, flor de pocos días tras los que acaban regresando, pocos caminos como el literario para lograrlo, pocas aficiones tan convincentes y agradecidas como leer.
Como habrán visto, arranca esta columna llena de certezas, sin resquicio alguno para la duda, pese a esos interrogantes que no tienen nada que ver con la soberbia del columnista sino, todo lo contrario, con el respeto a aquel lector que halla en la literatura alguna otra particularidad. Puede ser. Pero aún siendo el gusto y las elecciones lectoras muchas, su fin último es uno solo: huir, saltarse lo habitual, llenar esas esquinas profundas de las cabezas.
Viene al hilo esto porque en fajas y sobrecubiertas se ha tildado este libro del que ahora empezamos a hablar (El romántico, William Boyd, 2024, Alfaguara) como de literatura de evasión, una denominación que suena en exceso simple y podría restarle méritos a la que resulta ser una sobria historia, bien narrada, entretenida y, me atrevo a decir, dotada de interés para cualquier lector.
La historia es la de un irlandés polifacético por obligación y valentía y también la de todo el siglo XIX. Ambicioso y apasionante, estamos ante un recorrido, de lo particular a lo general, por los albores de la Modernidad, por un tiempo de avances y nuevas industrias, de crisis y hambrunas, de exploraciones audaces y descubrimientos fundamentales y también –sobra decirlo– una época de desigualdades, de cambio de valores y de nuevas certezas. Unos tiempos no demasiado diferentes a los nuestros.
William Boyd construye un artefacto literario documentado y riguroso a partir de una biografía ficticia, la de un tal Cashel Greville Ross, una vida limítrofe con la mentira, la que le cuentan de sus orígenes y la que le persigue, cercano siempre al delito como autor o como víctima, siempre rayano con la casualidad a la que se agarra para medrar o que le hunde para empezar de nuevo.
La batalla de Waterloo, a la que el protagonista llega por un conjunto de despechos y azares, es su primera gran aventura, la que marcará su vida futura y de la que sacará provecho, también problemas. Tras Bélgica, Cashel Greville Ross atraviesa el globo entero: irá a la India y Ceilán como una especie de soldado de fortuna, volverá a Irlanda y a Oxford para pronto abandonar su sinuoso mundo familiar y saltar al Mediterráneo. En Pisa y en la costa toscana asistirá como actor privilegiado a las excentricidades y la decadencia de Lord Byron y los Shelley; se enamorará perdidamente en la dantesca Ravenna y compensará el fracaso en ese amor con un sonoro triunfo como escritor de dos libros, uno de viajes y el otro de una suerte de autoficción, adelantado a nuestros tiempos literarios.
En los Estados Unidos, donde miles de europeos están instalando y descubriendo una sociedad que empieza a ser más adelantada e incluso sofisticada que la vieja Europa, continuarán sus aventuras: formará una familia, se convertirá en un empresario de éxito en el sector cervecero –propiciado por la casualidad de disponer de un ayudante checo, otra casualidad más–, redescubrirá de nuevo la pasión amorosa y de allí volverá a Europa. De allí su increíble –novelesco se podría decir– periplo vital lo llevará a África para competir con Richard Burton en descubrir las fuentes del Nilo y de nuevo a Italia para ostentar un inaudito cargo de cónsul de Nicaragua en Trieste y de allí a…
Semejante vida la maneja Boyd con una destreza notable. Lleva al límite lo ficticio de la biografía del protagonista acompañándolo de una profusión de fuentes documentales, de notas al pié e incluso de dibujos y planos para agrandar el interés por la vida de Cashel, conductor del lector por ochenta apasionantes años de la historia del mundo.
Dice Galder Reguera, uno de esos escritores cuyos textos ennoblecen la literatura futbolera y la rescatan del ruido y lo amarillo , que "la rutina es un denso líquido en el que cuesta bracear para mantenerse a flote". Pocas vidas como la de este Cashel Greville Ross, una mixtura entre un barojiano hombre de acción, siempre dispuesto a la siguiente empresa y un Barry Lyndon de un siglo más tarde, también irlandés, igual de nihilista, para ayudarnos a esquivar la rutina.
LeanEl románticoy manténganse a flote.