Cuando era niño viajaba con mi familia todos los años a Madrid para visitar a mi familia paterna. Lo hacíamos siempre en los primeros días de septiembre justo antes de que empezaran las clases y una de las "obligaciones" que mis padres debían cumplir para con sus hijos era acudir un día al parque de atracciones. Existía por aquel entonces una atracción llamada "enterprise" que destacaba entre aquellas que desafiaban la fuerza de la gravedad y a la hora de poner en jaque a los estómagos de los valientes que osaban poner los pies en su interior.
Mis hermanos y yo nos quedábamos embobados observando cómo la gente se introducía en una especie de cajas coloreadas de azul que componían el tinglado y luego se elevaban y giraban sobre sí mismas en un ejercicio de direcciones imposibles que provocaba el mareo incluso visto desde fuera. Posteriormente apareció el "catapult" que venía a ser una especie de rueda gigante que rodaba a toda velocidad y que en un momento dado suspendía boca abajo a los pasajeros de las cabinas cuyos gritos podían escucharse desde el puesto de palomitas (situado bien a ras de suelo) en el que un servidor se atiborraba a conciencia mientras reflexionaba acerca de las razones que podían llevar a algunos de mis semejantes a pasar tamaño mal rato.
Y tampoco podría olvidarme de la tradicional montaña rusa con rieles rojos y sus dos bajadas espectaculares que ponían "a mil" el corazón del más pintado. En ella sí que monté, miren. Una vez, ya adolescente y animado por mi padre, fui poseído por un arrebato de valentía del que quise renegar cuando ya era demasiado tarde y mi vehículo se aprestaba a bajar a "toda leche" por aquella pendiente que ponía los pelos de punta.
La clasificación del grupo I de la Segunda división B me recuerda un poco a aquella montaña rusa a la que sobreviví aquel mes de septiembre del "ochenta y algo". El Pontevedra terminaba la jornada 31 a tres puntos más el golaverage de la salvación y siendo perfecto conocedor de que si no vencía en Pasarón al Talavera el descenso podría adquirir carácter verdaderamente virtual. A nuestra derrota en Abegondo se unieron las victorias en casa de Coruxo, Ferrol, Valladolid y la sorprendente a domicilio del Toledo.
Siete días después el panorama se divisa todavía muy complicado pero con algunos nubarrones menos en lontananza. Nosotros ganamos y ganamos bien, incluso con una obra de arte protagonizada por el irregular Jorge en la jugada del tercer tanto. Además, el Toledo proporcionaba un gran balón de oxígeno a los granates perdiendo inesperadamente en casa frente al Sanse; el Racing de Ferrol se dejaba dos puntos de oro en Cerceda (con numerito incluido de su entrenador al final del partido con su propia gente) y el Coruxo caía en su visita al Atlético B.
Es cierto que el Valladolid sigue firme y acumulando jornadas sin perder y que incluso la Segoviana se resiste a despeñarse por el barranco y continúa en la lucha tras derrotar al Fabril en los últimos minutos de su encuentro. En esta montaña rusa que a veces parece esta competición por abajo, nos hemos vuelto a situar con los mismos puntos que la promoción de descenso y a dos de la salvación total.
No resulta, por otra parte, nada halagüeño el dato que indica que de los seis partidos que faltan cuatro vamos a tener que jugarlos fuera. Es obligatorio, por tanto, para no bajar que el Pontevedra resuelva en el último momento y a contra reloj la inmensidad de problemas que tiene cuando juega lejos de Pasarón y que solo le ha permitido lograr una victoria y tres empates a lo largo de la competición. De esos cuatro desplazamientos, dos de ellos adquieren un dramatismo especial al disputarse contra dos rivales directísimos, el Valladolid B y la Segoviana.
Ahora, (en este tramo final de la liga en el que ya no pueden existir excusas o lamentos sino solamente convicción, personalidad y contundencia en el terreno de juego) tiene que aparecer ese Pontevedra CF que no se conforma con un destino en forma de descenso a Tercera que no le corresponde por muchos motivos de peso. Debe aparecer un equipo firme, seguro y comprometido sin fisura alguna para salir de este tremendo embrollo en el que se ha metido poco a poco y del que todavía estamos a tiempo de salir utilizando bien nuestras armas sobre los campos de juego.
El rival del próximo domingo será un Navalcarnero clasificado provisionalmente como cuarto y en puestos de play off de ascenso. Su campo es poco dado al virtuosismo y "jogo bonito" y sí muy apropiado para la segunda jugada, el balón aéreo y la concentración constante. Esta liga ya ha demostrado que no hay ningún equipo inmensamente superior a otro y que haciendo las cosas de manera correcta se puede ganar a cualquiera. El equipo debe salir el domingo sabiendo que ya no hay margen; que ya no existe una red debajo de los cables de trapecista en el que desde hace tiempo tratamos de mantener el equilibrio y que una victoria en Madrid nos haría dar un paso de gigante para el objetivo.
Desde la distancia lo viviremos con intensidad con la esperanza de que aparezca la mejor versión de nuestro Pontevedra y se logren tres puntos que nos den una auténtica ración de vida.