Lo que aprendí de la tormenta

12 de outubro 2024

Desde hace casi cuatro años todas las estaciones transcurren para mí entre el bosque y el mar

Cuando empieza el otoño y la ría se agita con las mareas vivas, vaciando las algas en la orilla, o cuando un temporal fuerte, como Kirk, lo revuelve, la pierde la mansedumbre del verano que la hacía parecer un lago, y se agita como si fuese mar abierto.

La casa, puesta a prueba por la galerna, parece balancearse como un barco.

A mi perro le asusta el ruido del viento, esos silbidos que no reconoce como humanos y me mira sin perderse ni uno solo de mis gestos, detrás de mí en cada paso.

Yo soy más ignorante que él y por eso más atrevida.

Después de una jornada en un entorno urbano que cada vez me recuerda más al Show de Truman, el mar bravo me devuelve la autenticidad. La Naturaleza nunca miente.

En el momento más álgido de Kirk, un vecino protector me whatsapea para saber si estoy bien. Aunque no lo pregunta directamente.

  • ¡Vaya nochecita! No conviene dejar ninguna ventana sin cerrar. Pero el mar también se ve bonito así, ¿no, Beatriz?

  • Sí. A mí también me gusta cuando hay tormenta, José María. Incluso más.

Respuesta dada. Objetivo cumplido tanto por su parte como por la mía. Los buenos vecinos son como una lotería con premio.

Cierro Filmin y me voy a la cama. Chapito se queda unos minutos más en el salón, la naricilla rosa venteando, las orejas aun en tensión. Parece comprobar que los muebles no se han movido, que todo sigue en su sitio. Por fin, me sigue hasta el cuarto y se va derecho a su cama donde se enreda como un ovillo.

Ya acostada, recupero durante un rato mi lectura: Sobre humanos, de Juli Zeh.

Dora, la protagonista, otra buscadora de paz, se hace la misma reflexión que yo.

Retirada al campo mitad a la fuerza, mitad por voluntad propia, trata de recordar cuándo fue la última vez que se encontró con una buena persona: "Los compañeros de la agencia ( Dora es publicista) son correctos, pero eso no quiere decir que sean buenas personas. La mayoría de ellos se preocupan más de sus perfiles en redes sociales que de sus amigos. Muestran a sus hijos, sus perros, sus casas o sus desayunos. En el trabajo, hacen publicidad de una marca, en su tiempo libre se promocionan a ellos mismos. Fuera del gremio las cosas no son muy diferentes. Todos quieren ser personas interesantes e importantes. Y, por supuesto, tener éxito tanto en su profesión como en la vida privada. Una competición de conformistas que fingen ser especiales. Para encontrar una persona verdaderamente buena tal vez haya que salir de la Tierra.

Dora no es mejor que el resto. Tal vez un poco más solitaria. Aparta los ojos de las estrellas y mira a su alrededor, el pueblo, las calles y los campos que se pierden en la oscuridad"

La Naturaleza es la mejor de las maestras y Dora, igual que yo, trata de ser una alumna aplicada. No tenemos que esforzarnos mucho. Es un placer aprender así. Las pleamares han ido aumentando. El mar va ganando año tras año espacio a la tierra.

El origen de la vida está probablemente en el mar. Lleva mucho más tiempo en el planeta que el ser humano. Lo mismo que las montañas. Nosotros llegamos mucho después, aunque parece que lo hemos olvidado.

La mañana siguiente a la visita de Kirk, la más intensa que recuerdo desde el huracán Hortensia, bajo a la finca a comprobar los destrozos: Dos lámparas de farolas han ido a parar al huerto, el columpio ha quedado boca abajo y hay sillas y un comedero de pájaros en el medio del césped. Las tumbonas han salido disparadas y tres de ellas forman un cuadro surrealista en el fondo de la piscina. Me quedo mirándolas embobada. Kirk ha dejado mi casa como el día después de una fiesta que se hubiese ido de madre. Tengo suerte. Mucha.

Lo que más me preocupaba, mi árbol favorito, el liquidámbar al que un rayo de una tormenta anterior sesgara su rama más alta, no ha sufrido esta vez ningún daño. Permanece erguido como el extraordinario centinela que es. Ha plantado cara a la tormenta en primera línea durante toda la noche y no se ha dejado doblegar. Lo admiro más que nunca.

No queda mucho para que nos enseñe su estampa más bonita. Las hojas que ya amarillean perderán pronto todo el verde y el dorado y el marrón harán brillar la copa en todo su esplendor.

Después de arreglar la casa, comer y recoger la cocina, me relajo mirando el ventanal y creo ver una rata subiendo por el murete contiguo a la escalera. Las ratas y las serpientes son animales que me inquietan. Sin embargo, resulta ser un pajarillo que no puede retomar el vuelo porque sus alas se han mojado mucho y le pesan. Se las arregla para avanzar con un pasito estrambótico. Va un poco apurado y un poco triste (o a mí me lo parece), pero sabe que su malestar durará poco porque pronto saldrá el sol.

Y no le falta razón. El sol aparece igual de fuerte que la lluvia del día anterior, cuando parecía que no había existido nunca. El pájaro extiende sus alas para secarse y levanta la cabeza, recuperado su orgullo herido de ave. Mira el mar, igual que nosotros desde la ventana. Un mar que ya no es el mismo que el de ayer. Ninguno lo somos. Todos cambiamos después de una tormenta. Sea del tipo que sea. Cambiar duele, porque significa dejar de vernos como éramos y eso da miedo. Pero forma parte ineludible de nuestro ciclo vital. Resistirse a él es autoengañarnos.

El mar, el liquidámbar, el pájaro que mis poderes de bruja miope convirtieron en rata por un instante, el pequeño huerto, Chapito y yo, incluso Dora la protagonista del libro: Todos hemos cambiado. El día después de Kirk, o de cualquier otro temporal que sacuda nuestra vida, vamos a seguir adelante, día a día, paso a paso.

Tenemos la inmensa fortuna de seguir aquí y eso es lo único importante.

Eso es lo que nos ha enseñado la tormenta.