Uno comienza escribiendo de madrugada y acaba el "asesinato literario" cuando asoma la patita el alba.
Como aprendiz de escribidor, a mí siempre me ha causado cierta curiosidad y desasosiego la primavera. Como alérgico a las gramíneas, al polen y a los malévolos ácaros del polvo, esta estación supone el tener que estornudar constantemente hasta que me tomo un antihistamínico más y echo de menos el otoño y el espray del asma.
Debo aclarar que la primavera trae consigo algunas cosas buenas: en estos días la sangre se altera, ergo, los jóvenes confunden el enamoramiento con un simple subidón hormonal. También es la estación donde proliferan todo tipo de poetas, los cuales se multiplican, sobre todo, a mediados del mes de abril, así es que ustedes se los pueden encontrar con cierta facilidad en la orilla del río Gafos, ensimismados, huyendo del mundanal ruido, observando con esmero como los leves vórtices del agua matizan con sus finos giros un nuevo romance líquido, un nuevo afecto meramente acuático.
Asimismo, nos podemos encontrar con poetas acodados en la barra de un bar añejo -individuos solitarios y un tanto esquivos que procuran la iluminación absoluta mientras le dan un sorbo al whisky con hielo y observan en el televisor del susodicho establecimiento la última marranada del Luis Rubiales-.
Aunque escasean o casi están en vías de extinción, en esta estación elegantemente polinizada por las laboriosas abejas, uno se puede topar con rapsodas hechos a imagen y semejanza del asfalto y las cenizas de las rosas, quiero decir, aún existen versificadores que se sientan durante largas horas en un banco de la Alameda, al tiempo que intentan que las musas del silencio insistente hagan acto de presencia para darle sentido a un aislamiento que soportan a duras penas desde hace años, acaso gracias a la esperanza de la niñez, que es la única cosa que persiste a lo largo de nuestra vida. y que nos mira a los ojos por última vez en nuestro lecho de muerte.
Y es que, a fin de cuentas, la primavera no deja de ser el renacimiento del polen y de los sentimientos más ocultos… pero a lo bestia. La primavera es una irritación ocular, un temblor de huesos, una víctima del verano y una poesía que nos echa de menos al ver que nos hemos convertido en individuos estrictamente prosaicos.
O expresado a la manera de mi amiga Cristina (a la que yo gusto en llamar 'Elfa' por motivos que ya no recuerdo con exactitud): “La primavera besa suavemente la arboleda, mientras se escucha la canción: tan galante y de sublime adoración".
(Y, pese a la lindeza de estas rimas, a mí hoy, a las 20.00 horas, me toca tomar el segundo antihistamínico del día).