Resulta muy difícil escribir en estos momentos sobre el arraigo y las costumbres establecidas en torno a la que en tiempos fue la fiesta más importante de Pontevedra, el Corpus Christi.
Hoy cuando se celebra con más fruición a San Patricio, el patrón de Irlanda, que al voto de la ciudad, San Sebastián, cuando se ha elevado a fiesta de interés turístico la Feira Franca en detrimento de las centenarias fiestas de la Peregrina, cuando el Concello organiza una quedada de sachos y no se celebra la feria de las calabazas, en fin, cuando el alcalde puede hasta bautizar retoños, a ver quién es el listo que se pone a escribir sobre el Corpus de Pontevedra.
Porque hasta hace pocos años aquí aún se celebraba el protocolario pleno sobre la festividad de ese día. Hoy la agenda institucional obliga en las vísperas a ir de manifestación a Lourizán. Porque hasta hace unos lustros en Pontevedra se engalanaba nuestra Casa Consistorial con los reposteros preceptivos. Este año lució una pancarta del arco iris en la balconada. En fin, que decir de la campana concejil que solamente tocaba con ocasión de esa festividad solemne...Como tampoco se nos ocurre explicar ahora lo que es la Nao que lleva ya dos años sin concurrir a la procesión por desidia institucional.
Pero como en la pasada mañana del domingo de Corpus fuimos testigos de excepción de un hecho singular, nos hemos animado a escribir unas líneas sobre el célebre Corpus de Pontevedra.
Y es que resulta que desde los tiempos del Renacimiento, nuestra corporación municipal tiene la obligación de ir a tambor batiente a recoger a los mayordomos, insignias y santos patronos de los mareantes en el barrio de la Moureira, para acompañarlos hasta la parroquia de Santa María, horas previas a la misa y procesión general. Es una antiquísima y entrañable costumbre pontevedresa sobre la que ya han disertado desde Casto Sampedro hasta Filgueira Valverde, desde López de Soto hasta García de la Riega. Hasta Castelao se animó en su momento a inmortalizar en un dibujo a un anciano marinero con el cetro del Teucro. Obviamente que la cortesía secular obliga en esa ceremonia a compartir la parva almuerzo compuesto de aguardiente y pan de maíz - entre los miembros del gremio de mareantes y la corporación municipal, algo normal en los últimos siglos.
Hete aquí que este año por causas imprevistas, el señor alcalde se retrasó unos cuarenta minutos, optando los mareantes por partir hacia Santa María, con San Telmo, San Miguel, gaiteros y cofrades, sin esperar a la Corporación municipal, que se unió después al cortejo con la banda de música, no pudiendo en todo caso compartir tan fraternal almuerzo.
Si no prosigue el abandono de nuestras costumbres seguro que dentro de unos años este hecho será recordado como una anécdota histórica más del acto. Algo semejante a lo que sucedió hace más de cuarenta años siendo alcalde Ricardo García Borregón. En aquella ocasión, a primera hora de la mañana del Jueves de Corpus, cuando llegó al barrio marinero la Corporación para recoger a mayordomos y santos, el presidente del gremio saltándose adrede el protocolo saludó al primer edil con un hola Ricardo. El alcalde extrañado de haberse obviado el tratamiento institucional se dio cuenta de que había olvidado el bastón de mando municipal.
Hubo de retirarse el cortejo de concejales, banda de música y maceros de gala, hasta la Casa Consistorial, hacerse con el citado bastón y volver a la Moureira a tambor batiente para recoger y acompañar como es debido a hombres y santos.