Oculté dentro de mi vestido nuevo todo lo que soy, incluì mis deseos, contradicciones, muchos temores y un poco de coraje. Pensè que al verme bonita todo lo demás desaparecería. Eso es lo que vemos en las redes sociales y en el mundo de la moda. Sonreí para lucir mis labios pintados de rojo, dicen que para eso es el color, para hacer que la vida sea alegre. Caminé cuidadosamente para no tropezarme con las cosas del día a día, que aunque están siempre en el mismo lugar, yo suelo olvidar. Y fluí con la vida. Pero a la vida no le gustó mi vestido nuevo y me desnudó sin preguntar. Quedé expuesta con todas las cosas que tenía escondidas entre mi panty y mi bracier. Me sentí intimidada. Temerosa de la opinión de otros sobre mi. Dormía intranquila. No encontraba paz.
No sé explicar el sentimiento de abandono que a veces sentìa. Yo no me aceptaba tal cual era. Siempre hay un nuevo defecto, algo que no está bien. Pero estaba cansada de pretender. Tal vez debemos simplemente mostrarnos como somos sin alterar nada. Es eso lo que aprendí al madurar, aceptación. El valor de entenderme a mi misma. El llamado amor propio del que todos hablan. Amarme. Descubrirme. Abrí mis brazos ante mi presencia. Cuando me acepté, me celebré...
Algo se sentía diferente, parecía que me había quitado un gran peso de encima, algunas personas desaparecieron, otras se quedaron. En ese momento sabemos que debemos evaluar nuestras prioridades. Conocernos nos da la valentía de accionar. Nos da libertad.
Lo más importante es que aprendí a escoger vestidos mas honestos y livianos, aceptando que a veces la desnudez del alma es simplemente necesaria.