Miguel Sanmartín Argibay ha asistido este martes impasible a la segunda jornada del juicio que se sigue en la Audiencia Provincial de Pontevedra, en el que se enfrenta a 35 años de cárcel por el asesinato y agresión sexual de su novia, Isabel Pérez Fraga. Aparentemente imperturbable a pesar de que la sesión se tornó dura por momentos y sacó a la luz los detalles más escrabosos del crimen machista. Ante el tribunal pasaron policías y forenses que destacaron la crueldad con la que presuntamente actuó este vecino de Marín al golpear a la víctima, violarla usando un aerosol y una botella de cara y asfixiarla hasta la muerte. "Es imposible contarlos porque son golpes que se solapan unos con otros, pero hay muchos y violentos", destacó una forense.
Además, esa violencia se dejó notar en otros aspectos de la autopsia realizada a la fallecida, en la que se detectó un desgarro importante en la vagina y que tenía en el abdobmen una marca de una huella que denota que su agresor había hecho fuerza con el pie en la zona. Los policías que instruyeron el atestado de los hechos y los forenses concluyeron que esa huella era compatible con el calzado que llevaba el procesado en el momento de su detención.
Los exámenes forenses permitieron también revelar al jurado popular que está revisando el caso en la Sección Segunda de la Audiencia que la víctima tenía lesiones exteriores en distintas zonas del cuerpo, en especial en la cara y otras "compatibles con lesiones de defensa, lucha y sujeción".
La sesión sirvió para desmontar parte de la versión de los hechos que aportó el procesado, al reconocer que la mató y violó, pero que lo hizo cuando estaba bajo los efectos del alcohol porque, cuando bebe, los que le rodean dice que se pone violento. Frente a este énfasis que tanto él como su defensa ponen en la embriaguez como atenuante de su responsabilidad penal, los forenses resaltaron que "nunca se hizo diagnóstico de dependencia del alcohol", sino que cuenta con algún informe que acredita su abuso o consumo excesivo, pero no su adicción, "solo problemas con el consumo de alcohol".
El procesado, que ya había estado en prisión por maltratar a su padre, tiene un informe ya del año 2004 (el crimen fue en 2013) relativo a su consumo excesivo, pero esta falta de adicción se ve reflejada en que, por ejemplo, no sufrió síndrome de abstinencia cuando ingresó en prisión preventiva por estos hechos. Además, los policías que tomaron declaración al procesado primero como testigo y más tarde como detenido señalaron que "aparentemente no tenía síntomas evidentes de estar bebido".
Los forenses incidieron en otra circunstancia clave a la hora de determinar los hechos de los que puede ser responsable el acusado, pues el fiscal y la acusación particular mantienen que primero golpeó violentamente a su víctima, cuando estaba semiinconsciente la violó y posteriormente la mató. Los especialistas, sin embargo, señalan que no es posible determinar con total seguridad cuándo se produjo la agresión sexual. Lo máximo que pueden concretar es que fue "justo antes o justo después" de morir.