Hoy, como cada día, me desperté en mi piso de la Plaza de Galicia. A diferencia de como es habitual, no se oía el pitido de ningún coche ni el ajetreo provocado por los niños cuando llegan al colegio. El cierre de establecimientos y centros escolares dejaba un incómodo silencio en el ambiente.
A pesar de todo, nada me impedía observar a través de mi ventana como minuto tras minuto coches y peatones pasaban uno detrás de otro. Ni siquiera la mayor pandemia que se ha sufrido en muchos años impide a cientos de personas hacer sus labores cotidianas como ir a trabajar, hacer la compra, o a pasear a sus mascotas entre otras.
Los buses iban y venían, aunque con menos frecuencia y pasajeros de lo ordinario. Destacaba, por encima de todo lo demás, la presencia de tanto coche blanco con el cartel de taxi. Los chóferes, sin la clientela habitual, disfrutaban de su tiempo libre con amistosas charlas mientras alguno de ellos aprovechaba para fumarse un cigarro.
En todo caso, me alegra ver como en comparación a días atras, son muchas menos las personas que se ven por la calle, y que la mayoría se queda en su casa disfrutando del tiempo en familia, teletrabajando o haciendo sus tareas mientras esperamos que termine esta cuarentena que ha trastocado nuestra rutina cotidiana por el bien de muchas personas.