Ha venido un final de enero soleado, y me encuentro leyendo una novela de pocas páginas, La Delicadeza, en la que se habla de la esperanza, el dolor, la sensibilidad. El autor David Foenkinos utiliza su mordaz ingenio para hacernos reconciliar con la pequeña grandeza del ser humano.
A veces mostramos nuestras inseguridades, permaneciendo en la constante búsqueda de ser mejor que el otro. Nos olvidamos de que todo es efímero, en cualquier momento todo cambia, algo se puede trastocar en nuestras vidas. Llegamos a creernos únicos, extraordinarias y maravillosas, cuando en realidad sólo somos simples mortales.
Un suceso trágico, una pérdida de alguien muy cercano no debe obligarte a pasar página lo más rápido posible, no hay porque aparentar ni intentar siempre dar una buena imagen con el fin de demostrar que somos "unos héroes", capaces de demostrar al mundo que "podemos cuando en realidad no podemos", que sólo aceptamos nuestras luces y ocultamos nuestras sombras. En realidad aunque los demás te ven como una persona con mucha fortaleza, tienes grandes debilidades, momentos dulces y amargos. Te equivocas a menudo, no eres perfecto.
De repente todo lo que has planeado, se tuerce de tal manera que aquel camino que nunca pensaste seguir, se despeja, desaparecen las piedras, los charcos, la pendiente y lo haces tuyo. Dónde había tristeza y soledad, surge el oxígeno de la alegría y el optimismo, crees que vas a poder porque en realidad puedes. Aprovechas esa ventana de oportunidad para salir adelante.
Las nuevas formas de comunicación, la tecnología, nos hacen perder autenticidad y fomentan que lo único que nos interesa del otro, es lo que piensa sobre mí. Todo es más sencillo. Utilicemos siempre el más común de los sentidos. Debemos evitar convertirnos en "selfies andantes". La vida en sí es mucho más bella si salimos a vivirla, nos detenemos a saborear los pequeños momentos y, simplemente nos dedicamos a observar, dialogar, tocar, abrazar, soñar, compartir.
@novoa48