No quisiera hablar demasiado de mí. Por falta de evidente interés, pero tengo que reconocer que no me haría nunca un tatuaje ni llevaría en mi indumentaria un adorno con una calavera. Pero metería gravemente la pata si pensara que ambas cosas son un invento moderno o casi una imposición de la moda.
Hace miles de años se tatuaban ya los egipcios y la presencia de la calavera en la cultura mexicana debe ser una síntesis de la cultura pre- hispánica e hispánica. Son cosas distintas tradiciones y modas. Probablemente las modas trivializan las tradiciones.
Estas fechas que ahora los estadounidenses casi nos imponen como Halloween, por estas tierras eran nuestro Samaín que marcaba el fin del verano, el cambio de estación con barreras entre vivos y muertos que se difuminaban. En el interior de las viviendas los celtas dejaban una vela encendida para atraer los espíritus. El cristianismo convirtió esto en el día de todos los santos.
El fotógrafo gallego Manuel Vilariño ha hecho magnificas obras con el protagonismo de las velas. Vilariño opina que la poesía y la fotografía son la misma cosa: el vuelo de lo imaginario. Existe el bonito género de la Vánitas, pertenecientes a la categoría de los bodegones que desaparece en el siglo XVIII y que, en el siglo XX , recuperan Picasso y Gerard Richter, entre otros.
En casi todas sus manifestaciones figuran instrumentos musicales, relojes y calaveras. Expresión de lo efímero de la belleza y de la vida. En estos tiempos en que la muerte – los muertos – han desaparecido de nuestras casas y tienen sus espacios neutros y fríos en los tanatorios, tiempos en los que se estima como un valor en sí mismo la juventud, el culto al cuerpo, a la imagen, a la apariencia etc., bien está que reaparezcan las calaveras como elemento de reflexión.
Si los ricos del mundo tuviesen que contemplar una calavera todos los días, no necesitarían quizás acumular tanto. Pero no, sin duda me equivoco, tienen los muertos de guerras o hambrunas en la mayoría de los informativos y están – o estamos - todos vacunados. ¿Tendrá quizás el arte más poder de evocar que la propia realidad?
Al poeta Joan Margarit le interesaba la cultura porque lo “demás ya no tiene solución” y pensaba que la poesía debe ser cruel, hasta la más bella. Pensaría Margarit que en eso se parecían cultura y muerte, en la falta de solución. Y acaso por eso la poesía debería ser cruel. Pero "Todo esto me sobrevivirá" era el título de una reciente exposición sobre el escultor Juan Muñoz. Gracias a que la cultura sobrevive podemos disfrutar de tanta obra de artistas ya fallecidos. Y los homenajeamos al ver sus exposiciones, al leerlos. Quizás por eso buscamos hasta dónde están enterrados.
La costumbre de visitar tumbas en cementerios en los que no tenemos familiares enterrados, nunca ha disminuido. En buena medida por las excelentes muestras esculturales de algunas. También por los epitafios, de los propios autores o de personas cercanas y admiradoras. Y por la emoción de que, allí debajo están los restos de Mozart, Van Gogh o Truffaut.
Empezaba hablando de tatuajes y calaveras y me he acordado del comienzo de la Novela “Tatuaje” de Vázquez Montalbán: un joven desnudo aparece sobre la arena de una playa con el tatuaje “He nacido para revolucionar el infierno”. Con la aparición primera del detective Carvalho resurge en buena medida nuestra novela negra reciente.