Da bastante miedo el espacio que le estamos abriendo al odio.
La venganza y la rabia nos están obcecando tanto que no parecemos conscientes de que hay mundo más allá de nuestros propios sentimientos; y que, si empezamos una guerra, habrá víctimas colaterales.
Para defender algo no hace falta, creo, aplastar todo lo demás.
He pasado un catarro de verano por culpa de un aire acondicionado nivel Siberia y me ha tocado ver una T.V que en condiciones normales está casi precintada en el verano de mi casa.
Entre Rubiales, el hijo de Rodolfo Sancho y la investidura - no investidura no parece haber más sitio en la parrilla de la programación.
De todo lo que he visto - que llega a un nivel de saturación difícil de soportar - me llama la atención la mala pipa que seguimos gastando en el tiempo post- pandemia, y la facilidad para olvidar lo que hemos pasado.
El COVID sigue ahí pero como ya no mata, hemos vuelto a lo nuestro.
Lo de Rubiales ha sido grave. Y bochornoso. Y machista y grosero y un largo etc., pero tiene dos hijas y la que le debe estar cayendo a esas niñas y a su madre debe ser peor que la de Noé. Y también a sus padres, que serán seguramente personas mayores.
Este individuo ha estado paseando su impresentable machismo durante mucho tiempo sin que nadie se haya atrevido a decir nada. Y ahora, que se ha puesto en evidencia, faltan voces para machacarle a lo bestia, sin tener en cuenta que también tiene familia. Es el perfecto ejemplo de lo que nos gusta hacer leña de un árbol caído.
La actitud de él no ayuda en absoluto, porque de humildad va bastante flojo, pero lapidarlo metafórica y públicamente 24 horas al día, a bombo y platillo, tampoco creo que nos deje en muy buen lugar al resto. Aquello de "Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego" solo lo ha debido entender Gandhi, que, en el primer mundo, predicó en un desierto.
Leo también que Santiago Segura, del que no he sido fan en mi vida, ha tenido que retirar un tweet por expresar ni más ni menos lo que opina, que no sé lo que es ni me interesa, pero desde luego, nadie tiene que cerrarle la boca, si es cierto que la libertad de expresión es para todos.
Para lo único que no hay censura es para el odio. Los "haters" campan a sus anchas por la red sin que nadie ponga freno al reguero de cizaña que van dejando. Aunque luego prenda como dinamita.
Vamos hacia un pensamiento único y quien no quiera adherirse a él parece tener una luz verde encendida para que los demás le vomiten encima sus miserias.
Lo mismo sucede fuera de Internet, pero con menos atrevimiento, no por falta de ganas, sino por cobardía, porque cara a cara se pierde el anonimato y el hater se achica.
En cuanto a Daniel Sancho, asesino confeso, todos sabemos lo que ha hecho y a todos nos horroriza, salvo a alguna o algún adolescente a las que las hormonas le han nublado el juicio viendo sus fotos de Instagram y han hecho, parece ser, un club de fans.
Lo que no tenemos en cuenta es que los asesinos - y ya lo he escrito antes del caso de este chico - también tienen familia. Entre la familia de Daniel Sancho está una abuela con la que vivía y a la que no han matado los programas de estos días porque debe ser una mujer con una entereza a prueba de bomba.
Además de dar todo lujo de detalles de por dónde ha desmembrado a Arrieta, el amante asesinado y qué partes del cuerpo aún no se han encontrado como si estuviesen hablando de trocear un cordero-información que no creo que ayude ni a la familia del muerto ni al espectador- hay que odiar a Daniel porque eso es lo que se hace con los asesinos y hacer pasar a su familia un calvario mediático porque no deben tener bastante con lo que ha pasado.
No cabe otro sentimiento más - nubes hormonales aparte - que el odio hacia él. Clemencia, atenuantes y otros matices jurídicos y humanos han desaparecido. La cizaña ha llegado a contar el dinero que su madre le ingresa en prisión. Cómo lo saben o quién lo filtra es mejor no pensarlo.
Yo no tengo hijos, pero desde luego quién trata la información de manera tan sensacionalista debe pensar que los suyos jamás harían algo así. Exactamente lo mismo que pensaban los padres de Daniel Sancho y lo que piensan los padres de todo el planeta: mi hijo, NO. Y luego, mira.
Puede ser el hijo de cualquiera. Pero siempre nos creemos mejores. Siempre nos creemos a salvo de todo. Incluso después de una pandemia.
Rodolfo Sancho ha escrito a la hermana de Arrieta, la víctima de su hijo, sin tener ninguna obligación de hacerlo y la hermana le ha contestado que su hijo es un monstruo, ignorando el dolor que se desprende de la nota del actor y lo que le habrá costado escribirla. Él entiende su dolor. Ella el suyo, no.
No digo que no sea comprensible, pero solo aporta más horror responder con ese odio. Que intentemos comprender la situación de la familia de quien ha asesinado no quiere decir que estemos justificando un asesinato ni faltando al respeto al asesinado y a su entorno.
Hace no mucho, si sirve como aclaración, vi un episodio de la serie española Días Mejores en que la grandísima Blanca Portillo interpreta a una psiquiatra rota de dolor - igual que su marido, también psiquiatra - por la muerte de su único hijo veinteañero atropellado por un conductor borracho de su misma edad.
Un día, el conductor borracho, que ha pasado por la cárcel y ha perdido todo, incluidas las ganas de vivir, se acerca a la casa de los padres del muchacho que ha matado para hablar con ellos.
El padre, que ya ha atravesado el duelo, le escucha, pero el personaje de Blanca Portillo no quiere ni verlo. Tras insistir su marido, decide hacerlo y después de oírle, le dice al chico que su sufrimiento le importa una mierda y que tiene lo que se merece.
Él, se marcha totalmente hundido y entra en un coche donde lo espera su madre al volante porque él no ha vuelto a conducir. Una vez dentro del coche se desmorona del todo y las miradas de las dos madres, la del chico que ha matado y la del chico muerto, que observa desde la ventana, se cruzan.
Pasan los días y la madre del homicida vuelve a pasar por la casa y, cuando la psiquiatra está a punto de entrar, le pregunta: Si mi hijo se quita la vida, ¿UD se sentirá mejor, ¿verdad?
Entonces algo hace clic en la cabeza de la doctora y es capaz de atravesar la nube de su propio dolor para entender el de la otra, madre como ella.
A partir de entonces su marido comienza a tratar al muchacho. Ese padre que ha perdido un hijo empieza a tratar al hijo de otro que, casualmente, ha matado al suyo. Sin traicionar el amor que aún siente por su hijo, intentando hacer el proceso menos doloroso para todos, tanto como padre como psiquiatra. Deja el ego a un lado y alivia su dolor haciendo algo tan generoso y constructivo como ayudar a quien ha matado sin querer.
Es una serie, sí, pero las series beben, muchas veces, de la realidad
El caso de Sancho es más grave porque ha habido premeditación, y el descuartizamiento, que nos pone los pelos de punta, pero el resultado final es el mismo: un muerto y dos familias rotas. Dos.
Días Mejores, pasó sin pena ni gloria por T.V y ahora la están reponiendo en horario dónde solo la vemos los acatarrados insomnes.
Demasiado buen contenido para emitirla en prime time. Daría que pensar y eso no conviene. No vaya a ser que la gente salga del rebaño y empiece a pensar por ella misma.
Además de lo de Sancho y Rubiales, me gustaría saber si vamos a tener gobierno algún día, si la economía se va a recuperar, si nos van a seguir friendo a impuestos, si va a ser igual de caro calentar las casas en invierno o si la cesta de la compra va a poder llenarse sin que el español medio pueda ahorrar ni un céntimo para Navidad. También, si los alquileres vacacionales van a seguir ahogando a los de larga temporada en una vorágine turística que está expulsando a los habitantes locales de sus propias ciudades y pueblos, dejando a los estudiantes sin pisos, si va a quedar algo de presupuesto para la investigación del cáncer o seguiremos muriendo como moscas porque no es una enfermedad catalogada para pandemia. Si efectivamente la salud mental va a empezar a tratarse tan en serio como la física. Cosas, en fin, que no acaparan la atención de los medios porque a quién van a interesar más que el triunfo de la Selección Española.
Aunque nos haga ilusión porque es femenina, con todo lo que simboliza, tiene pinta de ir a estar hasta en la sopa exactamente igual que la masculina.
Soy mujer y encima de las únicas tres niñas que, en mi infancia, allá por los ochenta, jugábamos al fútbol con los niños. Las únicas tres niñas de todo un colegio entero. Por tanto, me ha encantado ver lo que han hecho estás chicas, pero, por favor, que no las hagan caer en el error de que el fútbol es lo más importante del mundo, por mucha audiencia que tenga, por mucho que quieran romper la hegemonía del fútbol masculino. Bien hecho, chicas, pero ya.
El deporte, igual que el arte, puede ayudar a cambiar las cosas. Pero lo que realmente puede cambiarlas del todo está en otro lado. Allí donde no estamos mirando. Aquello con lo que no se están abriendo los informativos. Y la venganza, lo mismo que el odio, nunca, nunca es el camino.